En la boca del lobo.

Capítulo 12: La hora.

Camila se quedó sorprendida al entrar al hogar de Fidel. La casa denotaba elegancia con su estructura de dos pisos, una obra maestra de la arquitectura. Lo primero que llama su atención es la paleta de colores neutros que combinan perfectamente unos con otros. El primer piso tiene un suelo de mármol perfectamente pulido y cada pared está adornada con distintas obras de arte; predominan los cuadros de distintos paisajes y uno que otro retrato familiar. El exterior cuenta con una terraza y una increíble piscina, en la cual se puede observar el reflejo del cielo. 

—Ven, toma asiento. Prepararé un poco de café —dijo Fidel. 

—Déjame ayudarte. Tienes que guardar reposo —sugirió Camila. 

—No te preocupes, mi brazo es lo de menos. 

Camila sacó dos tazas de porcelana y sirvió la bebida caliente. Ambos pasaron a la refinada sala para continuar con su plática; no podían creer todo lo que les había pasado en esa misma noche. 

—Tengo que irme de aquí. Iniciar mi vida en otra ciudad o quizá en otro país —mencionó Camila con un poco de temor. 

—No te preocupes, nadie te hará daño. A menos que yo lo permita, estarás segura aquí conmigo —respondió Fidel tratando de calmar los nervios de su acompañante—. ¿Sabes quién está detrás de todo esto?

—No lo sé, quisiera saberlo. Todo empezó por ese maldito reloj.

—¿Cuál reloj? —inquirió confundido. 

—Nada, toda esta situación me está sobrepasando. Es mucho para mí —suspiró—. Tal vez solo necesito descansar, quiero olvidarme por un momento de esta situación. 

—Coincido contigo. Acompáñame, te llevaré a la habitación en la que te vas a quedar. 

Fidel tomó de la mano a Camila y se trasladaron al segundo piso. La habitación tenía un inmenso dormitorio, un vestidor y un baño totalmente privado con una bañera independiente, el cual tenía toques de madera y piedra como decoración. 

—Siéntete como en casa. Quizá mañana temprano podamos ir por alguna de tus cosas a tu departamento, si es que nos lo permiten —sugirió Fidel. 

—Gracias, pero creo que mañana iré a visitar a Cristian. ¿Me puedes acompañar más tarde?

—Por supuesto que sí, pero ¿quién es Cristian?

—Es un buen amigo. Trabaja en la comisaría de la ciudad y me ha estado ayudando en algunos asuntos. 

—Es bueno saber que tienes apoyo y no estás sola. Bueno, por ahora te dejaré descansar. Mi habitación se encuentra enfrente por si necesitas algo, no dudes en llamarme. 

Fidel abandonó la habitación dejando en completa soledad a Camila. Ella se mostraba inquieta; sabía que el peligro aún no terminaba, pero por el momento sentía a salvo en la casa de Fidel. Se levantó de la cama y comenzó a inspeccionar cada rincón de la habitación. Abrió el closet de la habitación buscando algo interesante, pero se encontraba vacío y lleno de polvo; en la parte superior se observaba un sobre rojo que resguardaba ciertos papeles, pero no quiso ser entrometida, así que no le dio importancia. A un costado de la puerta yacía un reloj redondo que parecía estar inservible, ya que las manecillas no se movían y marcaban un tiempo fijo: las catorce horas con once minutos. Camila intentó ponerlo en marcha, pero sus esfuerzos fueron en vano porque parecía estar totalmente deteriorado. Fue todo por esa noche. 

Al día siguiente, el dulce olor de un desayuno recién preparado despertó a Camila. Curiosa, bajó hasta el comedor y se sorprendió al ver a Fidel en la cocina, quien apenas podía mover el brazo.

—Buenos días. Me alegra que hayas despertado. El desayuno está listo —mencionó Fidel. 

—Huele muy bien —decía mientras observaba el desayuno. Sobre la mesa había un plato de fruta, un pan tostado untado con chocolate, un vaso con jugo de naranja y unos hot cakes—. ¿Todo esto lo hiciste tú?

—Siendo honesto, hice un poco de trampa, pero la intención es lo que cuenta —respondió Fidel. 

Después de un tiempo, se sentaron en el comedor para disfrutar de los alimentos. Camila empezaba a disfrutar de la compañía de Fidel. 

—¿Qué sabes de Román? —inquirió preocupado. 

—Nada, desde ayer no tengo noticias de él. Debería contactarlo. 

—¡No lo hagas! No sabes en qué anda metido y probablemente sea responsable de lo que te sucedió —replicó molesto.

—Fidel...

—Perdóname, Camila, pero solo deberías tener cuidado. No quisiera que algo malo te sucediera. Créeme que estás mejor aquí conmigo —respondió bajando el tono de voz.

—Agradezco tu preocupación. Quizá tengas razón y debería tener más cuidado con todos los que me rodean.

—Espero y lo tengas en cuenta. No quisiera, pero tendré que dejarte sola. Tengo que resolver algunos asuntos en la empresa y, aprovechando que he tocado este punto, quiero comentarte que deberías darte un descanso del trabajo. No sabemos si alguno de esos hombres te esté vigilando —sugirió preocupado.

—¿Crees que sea lo mejor?

—Completamente. Tu seguridad es importante para mí.

Camila se quedó pensativa por un instante, pero terminó accediendo. Aunque no lo parecía, el miedo aún seguía presente en su mente.

Después de un tiempo, se preparaba para salir a su encuentro con el Oficial Cristian. Se dio un baño y posteriormente optó por usar ropa cómoda. Antes de irse, pasó a la cocina pasó por un vaso de agua fría para refrescarse; tenía la mirada fija sobre el refrigerador hasta que un pequeño detalle llamó su atención. Sobre dicho electrodoméstico había un pequeño reloj digital, el cual marcaba la misma hora que el reloj de su habitación: las catorce horas con once minutos. 

Sentía demasiado temor de poner un pie en la calle, pero se armó de valor para recorrer las calles de la ciudad. Tenía que conversar de todo lo sucedido con su buen amigo Cristian. 

Por su parte, Román se encontraba hasta el otro extremo de la ciudad. Estaba de visita en la casa de su madre y se tomó un tiempo para investigar en la oficina de su padre fallecido. Había algo que lo alarmaba, pero no sabía el motivo con certeza. Buscaba algo entre los cajones del escritorio principal; sin embargo, solo había un montón de papeles sin relevancia. 



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En el texto hay: asesinato, secreto, policiaco

Editado: 29.04.2024

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