En la cima del cielo©

Capítulo II

Maná - Ojalá pudiera borrarte 

"Amaba sus otoños porque a él le fascinaban sus primaveras. Y en verano... en verano se complementaban."

~ ~ ~

La función continuó porque así debía ser, porque no podían interrumpir un concierto; sin embargo, algo había cambiado en el ambiente y no era solamente el aroma combinado con los sentimientos que podía causar Alba, sino que David notaba todo desde el inicio tuvo indicios para darse cuenta que algo hermoso pasaría esa noche.

Este era el milagro que ambos pidieron en cada cumpleaños, en cada año nuevo y con aquellas estrellas que morían en el espacio, fugaces les dicen. Solo pedían volver a tener la oportunidad de demostrarse lo maravilloso que podía ser querer con la misma vehemencia que de jóvenes, sin pensarlo, sin esperar tanto, sin ser tan idiotas como para dejarse ir nuevamente sin luchar por algo que sabían era más fuerte que ellos mismos, que cualquier cosa. Querían tenerse para toda una vida y la siguiente.

Alba y David siguieron dedicándose miradas, canciones, sonrisas, siguieron permitiéndole al corazón acelerarse pensando que la noche avanzaba y el concierto terminaría pronto, que se fundirían en el abrazo más maravilloso que alguna vez podrían darse, que ambos habían esperado tanto y unos minutos más no serían nada.

Habían cambiado tanto, ella era una mujer hecha y derecha que se mostraba fuerte, más hermosa que antes. Ahora la diferencia de edades se reducían solo a eso: números. Parecían ser del tiempo, de la edad y es que dicen que cuando encuentras al verdadero amor el tiempo deja de avanzar, se para y con él el mundo para vivirlo junto a la persona que se adueña de tu corazón.

—Es ella ¿cierto, David? —Susurró Ilse acercándose a su hermano.

Él solo pudo sonreír, admirarla tocar ese violín como cuando la encontraba escondida en los salones de ensayo. —Sí, es y siempre será ella.

Su hermana le dio un apretón en el brazo. —Pues entonces, hermanito, no vuelvas a ser tan tonto como para dejarla ir. Ve por ella y dile todo lo que callaste esa vez, pero que repites noche a noche en la soledad de tu cuarto.

La última sinfonía llegó. Solo diez minutos más y podría gritarle a toda la gente que esa era la mujer que él amaba, que él pintaba porque la llevaba tan dentro del alma como para poder sacarla, si lo hacía corría el riesgo de morir en vida.

En su diario Alba había escrito cada día que lo miró, cada instante en que él le dedicó una sonrisa o un simple gesto que resultara casi imperceptible. Incluso tenía anotada la fecha en que lo conoció, el día en que ella llegó tarde a la clase de metodología y él estaba dentro impartiendo la clase de tutoría, el día en que se presentó.

La sinfonía que ahora tocaba se titulaba suave cielo; de todas era la que más le recordaba a él porque ambos habían tenido su espacio en el cielo, porque lograron tocarlo en algún momento y ser tan felices que seguro eso les causó miedo de continuar, de que no todo fuera bello para siempre.

Desde el momento en que Alba observó a David acomodar sus lentes, hablar tan imponente, sonreírle a los alumnos, escribir y pedir opiniones, incluso cuando él hizo ese gesto de guiñar el ojo —mismo que después descubriría solo se trataba de un tic nervioso, el más maravilloso tic—; ella convirtió a un diario en la bitácora del avance romántico que sufría. De cada sueño, cada pensamiento que le daba una ligera esperanza de que él pudiese sentir lo mismo.

Pronto descubrió que no era normal que solo a ella la saludara con un beso en la mejilla.

Pero los tutores o maestros no pueden tener relaciones de ninguna índole con el alumnado y eso lo tuvo siempre presente David, aunque le fuera imposible no perderse en esos pequeños círculos oscuros que eran sus ojos, como el mismísimo abismo en que cayó cuando la vio por primera vez, el preciso día que ella también recordaba.

Así, desde ese día, Alba se convertiría en la alumna que le robaría el corazón, que le aceleraría el pulso al acercarse los días miércoles en que debía darle la tutoría correspondiente. Teniendo tantas alumnas solo ella le fue a robar el corazón y es que tras esa sonrisa angelical se escondía la niña más tierna que alguien podría conocer, la mujer que poco a poco se volvió fuerte a base de golpes, a base de caídas. Él descubrió la fortaleza que irradiaba, entendió lo que sus miradas furtivas significaban, lo que esos besos en la mejilla gritaban en silencio. Lo que esos pequeños suspiros casi mudos significaban.

David había tratado de no amar a Alba, de no quererla porque sabía que terminaría necesitándola, que el día en que se tuviera que alejar le dolería, le arrancaría la mitad de su vida y la otra mitad simplemente se moriría.




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