En la cima del cielo©

Capítulo III

Matisse - Cuando te encontré ♪

"Habían olvidado que eran fuego y huracán; tan explosivos como pasionales, y al juntarse todo ardía convirtiéndose en un torbellino de cenizas. Era momento de recordarlo."

~ ~ ~

El concierto llegó a su fin, David se levantó en cuanto la ovación se hizo presente y llenó a su amada de aplausos que sabía tenía bien merecidos.

Alba era eso: luz. Por ello era que le ayudaba a pintar todos los días algo nuevo, porque era esa luminosidad que podía encontrar en un amanecer o atardecer. Sus noches habían sido las más oscuras, hasta que recordó el dicho dice que cuando más penumbras hay es porque no tarda en amanecer y bien, aquí estaba ese amanecer que tanto había tardado en llegar.

Ella bajó corriendo las escaleras mientras Ilse empujaba a su hermano para que se acercara hasta ella, para que no demorara más en tomarla entre sus brazos y hacerle ver lo equivocado que estuvo por no decirle lo que en realidad sentía.

—¡Vamos miedoso, no puedes arrepentirte ahora! —Instó.

Cuando estuvieron a pocos metros de distancia no hicieron otra cosa que verse, reconocerse una vez más solo para entender que no era un sueño, que estaban ahí y que los años habían pasado, mas nunca en sus corazones. Se sonrieron, se pidieron, se necesitaron de nuevo hasta que Alba decidió correr a sus brazos y David recibirla en ellos, envolverla con el calor que alguna vez le negó por miedo.

Olerla de nuevo se sentía tan bien, y ella reconocía en él ese perfume que los duraznos despiden al ser mordidos. Ambos tenían un aroma que embriagaba al otro, que lo atraía hasta el punto de la necesidad. Se querían, se amaban y se habían esperado todo este tiempo solo teniendo una idea y era que cuando se volvieran a ver sería para nunca perderse nuevamente.

Ninguno se hallaba sin el otro, sentían como si una pieza de su universo faltara y querían recuperarla.

David acarició la cara de Alba delineando cada facción que recordaba, que retrataba en sus lienzos para jamás olvidarlos. Eran los mismos pese que no podrían ser idénticos porque la niña de la cual vivió enamorado había cambiado, pero sería la misma en cuanto a alma y con eso le era más que suficiente.

Alba, por su parte, decidió besar a David como su boca pedía, buscaba apaciguar el fuego que él había creado en su interior con el primer y único roce que se dieron, solo que esta vez sería diferente dado que ambos corresponderían a algo que antes se habían privado.

Sentirse nuevamente pasó de ser un sueño a una realidad, ya no tendrían que esperar más porque aquí estaban, el uno para el otro prometiéndose no alejarse jamás.

—Sí lo siento—. Expresó David cuando abrió los ojos después del ansiado contacto.

—¿De qué hablas? —Preguntó ella confundida.

—¿Recuerdas ese corazón que me diste hace mucho? Pues hoy puedo responder a esa pregunta, hoy después de siete años sin ti puedo decirte, con total seguridad, que sí, que siempre sentí lo mismo que tú cuando nos veíamos.

Se sonrieron para fundirse nuevamente entre abrazos y gestos, respiraciones que solo eran posibles gracias que dos corazones por fin estaban unidos.

—Y jamás se extinguió—. Declaró David.

Era momento de dejar que todo ardiera, de perdonarse a sí mismos por los errores que cometieron anteriormente, de arrancar aquellas sombras que llenaban sus corazones de oscuridad.

Serían cicatrices de una guerra que les recordaría, de porvida, que el amor es lo único fuerte que puede contra todo. Y es que cuando vives en un mundo lleno de colores y música la alegría jamás se desvanecerá.

—Ahora mi corazón te reconoce como lo único que siempre podrá amar—. Completó Alba.

Así la pintura se unió con la melodía y es que todo necesita de un ritmo para vivir, de un color para significar. De un sentimiento para jamás morir ni apagarse.

Alba por fin encontró aquello que la encendía al cien, lo que alimentaría su alma para toda la vida; David recuperaba los latidos de su corazón, el color de su mundo.

Había llegado el momento de olvidar los tropiezos, de romper las cadenas que les llenaban de miedo. De nuevo podían volverse a sentir justo en el lugar que amaban, aquel donde nada los perturbaba. Otra vez se encontraban justo en la cima del cielo.

¡GRACIAS POR HABER LEÍDO!




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