En la ciudad de fuego

8. Baile de fantasmas

Berlín. 1942

 

Los primeros fantasmas llegaron a la casa el 20 de enero de 1942. Ese día, en una conferencia cuyos asistentes fueron casi en su mayoría miembros de la SS (Schutzstaffel, Escuadras de protección), se dio reconocimiento a la denominada «solución final de la cuestión judía». Sin embargo, la eliminación sistemática había comenzado antes, en 1941, en distintos campos de concentración y exterminio en lugares como Auschwitz, Treblinka, Chelmno y Riga.

Entre los asistentes al merendero del Ejército de Salvación, en el que Greta seguía trabajando cada vez con mayor ahínco, también se decía que deportaban borrachos, prostitutas y homosexuales. Greta a veces temblaba al pensar que su suerte había sido más una bendición, pues de otro modo, a solas y sin la protección que le daba Luther, ella bien podría haber tenido que subir a alguno de esos trenes oscuros que salían llenos de gente y volvían vacíos.

La muchacha había dividido sus actividades semanales y había preparado un planificador: en cada día anotaba un compromiso. Al principio los hacía mensualmente, hasta que había encontrado que sus actividades se modificaban semana a semana. Prefería tomarse el tiempo de anotar todo en una hoja en lugar de hacerlo en una agenda como toda señorita, para desvelo de su tía.

En la hoja de esa semana de julio, cuando voluntarios de la División Azul (al mando del general Muñoz Grandes) llegaban de España para sumarse a la guerra contra la URSS, la primera actividad que tenía era la de cumplir con la visita diaria al refugio bajo la cúpula de la estación de trenes. Iba cada semana, y cada vez sentía el dolor de recorrerlo y darse cuenta de que ya no encontraba allí a Luther.

Alguien se ocupaba ahora del lugar; lo barría como lo hubo hecho ella y limpiaba el excremento de las palomas que se colaban a hacer nidos. Los vidrios rotos seguían allí. En invierno, el viento que se colaba entre ellos y enfriaba las manos de Greta traía una sombra del recuerdo de Luther y su manta compartida. La humedad penetraba su mente y llegaba a los lugares donde lo resguardaba a él. En verano, bocanadas de aire caliente entraban en la forma de una brisa cálida y pesada. La humedad bajaba y era posible respirar con menos esfuerzo. Sin embargo, cada paso que daba sobre los escalones de madera para llegar al refugio se sentían pesados y horriblemente agobiante.

 

Al final de la guerra, Berlín habría recibido 363 ataques aéreos de parte de los Aliados (Reino Unido, China, URSS y Estados Unidos). La mayor cantidad de víctimas se contaban entre los pobres: en primer lugar, porque perdían lo poco que tenían y en segundo lugar, porque tras cada bomba llegaban cada vez más a un nivel de pobreza que rozaba lo paupérrimo.

Greta veía esta realidad en el merendero a diario. Entre los días que se reservaba para ir allí, cada vez contaban más. El miedo y el mandato paternal alejaba cada día más a las voluntarias que años antes hubieron recibido a Greta. Con tal falta de mano de obra, los mismos que se acercaban a buscar sopa (que cada día asemejaba más a un cuenco de agua con algunos pocos vegetales), ayudaban luego en la limpieza y orden del lugar.

Un día de agosto, encerrada en el salón del Ejército de Salvación con calor y polvillo producto de una nueva explosión, Greta miró por la ventana y lo vio. O creyó verlo. Era Luther y arrastraba levemente la pierna derecha al caminar. Estaba mirando hacia ella pero no la veía. Para cuando la muchacha salió a buscarlo, a las corridas y dejando la puerta abierta, no encontró a nadie que se pareciera siquiera a él. Si realmente lo había visto, pudo no ser Luther. Y si había sido él… Pues, parecía un fantasma.

Greta comenzó a respirar sin tragar el aire. Estaba hiperventilando cuando la hermana Henrietta la encontró sentada en la calle como una niña perdida. Las lágrimas le mojaban las mejillas que habían perdido su color y, en cambio, mostraban una tonalidad blanquecina. La hermana la ayudó a levantarse y la llevó hasta el salón. Allí la sentó y le entregó una taza de té. Hacía calor, pero la piel de Greta era fría al tacto. Ella temblaba.

Le relató de la manera en que pudo esa visión. Luther mirando hacia esa puerta como buscándola. Había pasado solo un momento y, de pronto, se había ido.

—Greta, quizás no era él.

—Claro que sí. Con su uniforme. Y cojeaba de una pierna. Era él. Lo sé.

Las palabras se sucedieron una detrás de otra, agolpadas, de la boca de la joven. Y más veces lo decía, más perdía la credibilidad. Cuando cayó en la cuenta de que podía no ser verdad, volvió a hiperventilar y llorar. Respiraba apenas superficialmente en lloraba de nuevo como una niña. La hermana Henrietta se sentó frente a ella y le tomó las manos heladas y se las calentó entre las suyas. Greta había dejado a un lado la taza de té, que ahora estaba ya frío.

 

Mientras en Alexanderplatz se vivía una situación de desesperación con mujeres, niños y ancianos pidiendo por un pedazo de pan, el racionamiento había llegado con excepciones a barrios como Charlottenburg. Allí, en casas como mansiones donde colgaba un cuadro del Führer en la sala principal, todavía se tomaba el té con masas a la tarde. Y a la noche, a veces se reunían a cenar entre varias familias, indiferentes al toque de queda que reinaba en la ciudad de los escombros.

Después de haber creído ver a Luther fuera del Ejército de Salvación, Greta regresó a su casa con la cabeza llena de pensamientos. Se le había hecho tarde, a causa de la crisis nerviosa que había vivido; ella, que se creía dura de roer.

—Greta, querida, debes apurarte. Esta noche vendrá a cenar la familia Röhm y unos amigos suyos. Herr Röhm es activista del partido nacionalsocialista, hay que tratarlo con sumo agrado. Fräu Röhm es maestra de escuela y cumple un papel fundamental en enseñar la doctrina del Führer. Sus hijos están en el ejército; son un poco mayores que tú.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.