Gaiman. 1949
La rutina en Gaiman era del todo especial. El pueblo en sí parecía surgido de algún cuento de fantasía del norte del globo. La proliferación del turismo durante los fines de semana y las vacaciones era una bendición del Dios que había unido en matrimonio a Greta y a André.
El primer tiempo había sido difícil. Dos parejas nuevas en un pueblo pequeño eran una rareza para investigar. Pero los apellidos eran correctos y las historias del pueblo del que venían eran verosímiles a más no poder. Habían ocupado una casa que, por lejos del centro, había sido desocupada. A pesar de la edad del matrimonio Bayney, y a causa de la edad del matrimonio Jones Parry, esa casita era perfecta para ellos. Sobre todo lo fue durante el período de adaptación.
Pronto descubrieron que no sobraban manos para trabajar y las mujeres consiguieron empleo de cocinera una y de moza otra; y los hombres, en el mantenimiento de los campos aledaños a la pequeña población. El trabajo era arduo y cansador, pero ninguno se podía quejar: nunca habían sido más felices en sus vidas. Los mayores crecían en sabiduría y los más jóvenes, en amor.
El día 2 de febrero de 1949, un médico de la ciudad vecina Trelew confirmó a Greta lo que llevaba meses sospechando: estaba embarazada de cuatro meses. Ese día, la futura mamá empezó a escribir un diario con su historia y la de André para que la leyera algún día su hijo. Porque el 6 de julio resultó que dieron la bienvenida a un niño. Sus padres ya tenían un nombre para él: Lothair, que significaba famoso guerrero.
El diario empezaba así:
En 1920 sucedieron varias cosas. Muchas fueron consecuencia de los destrozos que trajo a Europa la Gran Guerra.
(…)
—Así que sabes hablar. Me alegro. ¿Tú cómo te llamas? Cuéntame.