En la lluvia

Capitulo 5

El teléfono vibró con insistencia sobre la mesa de centro, interrumpiendo el silencio opresivo que llenaba el apartamento. Con manos temblorosas, tome el dispositivo y leo el nombre en la pantalla: "Dylann". Un escalofrío recorrió mi espalda. No había hablado con él desde su concierto.

El mensaje parpadeaba en la pantalla, breve pero cargado de significado: "Hola, ¿podría pasar por tu departamento esta tarde? Necesito verte." Sentí un nudo en la garganta. ¿Cómo podía dejarlo entrar? Mi departamento estaba en un estado lamentable, destrozado por la crisis de pánico que había experimentado.

Miró a mi alrededor, observando los restos de mi vida esparcidos por todas partes. Los cojines desordenados en el sofá, los platos sucios apilados en el fregadero, los libros tirados por el suelo. No había manera de ocultar el caos en el que vivía.

Mis manos temblaban mientras respondía al mensaje de Dylann. "Sí, claro. Estaré aquí esta tarde." ¿Qué más podía decir? No podía evitar que él viniera. Sabía que debía enfrentar la situación, pero el pensamiento me llenaba de ansiedad.

El paso de las horas restantes solo hicieron mas grande el sentimiento de miedo, ¿Qué diría alguien si ve una casa de esta forma?, pase limpiando todo mi hogar antes de la llegada de Dylann intentando limpiar desesperadamente mi departamento. Recogí la ropa del suelo, lave los platos, y trate de enderezar lo mejor que pude la estantería de había tirado ayer. Pero por más que intentaba, el desorden seguía siendo evidente. La ansiedad crecía en mi pecho con cada minuto que pasaba.

Cuando finalmente sonó el timbre, sentí como si mi corazón se detuviera. Al abrir la puerta con manos temblorosas, me encontró con la mirada preocupada de Dylann. 

—Hola— dijo él suavemente, notando el estado de nerviosismo que padecía mi cuerpo.

Dylann entró al apartamento, y sentí una oleada de vergüenza al verlo inspeccionar el caos a su alrededor. 

—Lo siento por el desorden— murmure, sintiéndome completamente expuesta.

Él la miró con comprensión y se acercó para abrazarla con suavidad. —No importa, Dan. Estoy aquí para ti— Sus palabras fueron un bálsamo para mi alma, me aferre a él con fuerza, sintiendo un peso levantarse de mis hombros.

Juntos nos dispusimos a ordenar todo en casa, cada mueble volvió a su lugar, cada cojin en su posición, y cada jarrón roto a la basura. Sentía que no podía expresar la gratitud que tenia hacia el en estos momentos, sentía que había olvidado como hablar.

—¿Me dirás que esta pasando?, solo si quieres.

—Perdón, ese día en el concierto me abrume un poco, y ayer unos tipos me empezaron a seguir, no sabia que hacer, o a quien llamar. 

—¿Y tus amigos? o ¿Tus padres?.

—No tengo amigos— dije viéndolo directo a los ojos por unos segundos— y mi relación con mi madre no es buena del todo, solo mantengo contacto con papá y no quería preocuparlo.

—Entonces, podemos concluir que soy tu único amigo.

—¿Somos amigos?.

—Espero que si.

—Creo que tu deberías afirmar eso— reí.

—Somos amigos Dan— respondió con una sonrisa cálida— En la lluvia también se puede bailar.
 

 

 

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El sonido estridente del despertador rompió el silencio de la habitación, arrancándome de un sueño intranquilo. Me senté en la cama, sintiendo el peso de la ansiedad que se acumulaba en mi pecho.

Después de una ducha rápida y un desayuno ligero, salí de mi apartamento y me dirigí hacia la universidad. Cada paso que daba era como caminar sobre brasas ardientes. La ansiedad se apoderaba de mí, pero sabía que no podía permitir que me paralizara.

Llegué a mi primera clase temprano, encontrando un asiento en la parte posterior del aula. Mientras esperaba que comenzara la clase, me esforcé por controlar mi respiración y calmar mi mente. Cada mirada, cada palabra, parecía ser un desafío para mí. Pero me obligué a permanecer allí, resistiendo el impulso de huir.

A medida que la clase avanzaba, encontré consuelo en el ritmo constante de la enseñanza. Me sumergí en el material, dejando que mi mente se concentrara en algo más que mis propios miedos. Cuando finalmente sonó la campana, me sentí un poco más fuerte, un poco más capaz de enfrentar el día.

Después de las clases, me dirigí hacia el centro de salud. La idea de hablar con mi psicóloga siempre me llenaba de temor, pero sabía que era un paso necesario en mi camino hacia la curación.

Me senté en la sala de espera, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Cuando finalmente me llamaron, me levanté con pasos vacilantes y seguí a la terapeuta hasta su consulta. Durante la sesión, hablé sobre mis miedos, mis preocupaciones, mis luchas internas. Fue difícil al principio, abrirme de esa manera, pero el terapeuta me escuchó con empatía y comprensión. Me sentí un poco más ligera con cada palabra que salía de mi boca, como si estuviera liberando un peso que había llevado durante demasiado tiempo.

Al salir de la consulta, me di cuenta de que todavía tenía un largo camino por recorrer, pero también me di cuenta de que no estaba sola. Tenía el apoyo de profesionales capacitados, de amigos y seres queridos que estaban dispuestos a ayudarme en mi viaje hacia la sanación.




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