La puerta se abrió lentamente, con la habitual calma que rodea a los psiquiatras. Lo salude, presionando con firmeza su palma, estaba bastante helada.
—Buenos días, señor Carlos —Comentó.
—Oh buenos días... —Dije, aguantando la voz en la garganta.
...
—No tiene por qué estar nervioso, solo charlaremos.
—Conozco a los de su tipo, doc. Sé lo que está haciendo, lo sé desde que pasé por esa puerta y le digo que no me gusta ser analizado.
Él sólo sonrió, casi como si estuviera jugando conmigo. Rutina, otro día cualquiera en su pequeño manicomio.
—Son gajes del oficio, pero no sé sienta vulnerado, todo lo que se hable aquí será sumamente confidencial.
—Eso espero, doc., no quiero que se ande diciendo por ahí que soy un lunático.
—¿Le importa mucho lo que piensen de usted?
—No, me importa perder mi trabajo por rumores estúpidos.
—Es entendible. —Sacó uno de sus tantos reportes acoplados en su escritorio, este tenía una tapa de un azul oscuro, la abrió y comenzó a leer cada una de las hojas —. Según se me ha notificado ha tenido una serie de noches de desvelo, gritos reportados a medianoche y ataques repentinos en su trabajo y... —Se detuvo, sacó sus lentes del cajón y se los puso, entonces siguió leyendo—, según algunas personas usted no pestañea. ¿Eso es parte del problema, señor Carlos?
—No lo sé, quizás. —Se me quedó observando, tan penetrantemente que asustaba—. Mire, no tengo idea. Sólo sé que comenzó hace un mes o por ahí.
—¿Usted pestañea?
—Lo hago, pero..., intento que sean rápidos.
—¿A qué se debe?
—Es..., es...
—No se preocupe, como le dije, todo lo que se diga aquí se quedará entre estas cuatro paredes. Puede hablar con libertad.
Parecía tomárselo enserio, aunque era obvio que solo seguía el protocolo.
—Bah, está bien... Le tengo miedo, doc.
—¿A pestañear?
—A la oscuridad.
—Oh bueno —Soltó un pequeño esbozo de sonrisa que noté solo por un segundo—. No es raro que se presenten esos casos, a muchas personas les aterra los lugares oscuros, es un instinto que llevamos en nuestros genes desde que estábamos en las cavernas, ya sabe, por los depredadores que vivían en cuevas y los que cazaban de noche, como los leones...
—Doc., no lo entiende.
—¿A qué se refiere?
—Es más que eso. Es una sensación extraña que me da.
—¿Podría describirla?
—No sé si podría, me aterra la idea. Es... demasiado a veces.
—Entonces, ¿Qué siente?
—Es..., ¿nunca ha soñado que ha estado en el espacio?
—Claro, flotando y saltando por la Luna, mirando a la Tierra mientras floto por el infinito.
—¡Exacto, eso mismo! Yo me siento igual, como si estuviera flotando, pero caigo lentamente.
—¿Hacia dónde?
—No lo sé, es una especie de oscuridad extraña, no es totalmente negro, es como si estuviera en un lugar oscuro y cada vez se volviera más y más profundo, como si el color dejara de existir poco a poco. Parece no existir nada más en ese lugar, pero siento que hay algo en esa oscuridad que me ata a seguir cayendo. Es... desesperante. —Me quedé sin aire de la nada, mis pulmones comenzaron a comprimirse—. Me aterra, doc. No lo soporto, mi mente no lo soporta. Cada vez parece más real, cada vez me siento más adentro de esa oscuridad.
—Podría ser una alucinación, a veces se presentan en casos de sumo estrés por situaciones de la vida o por una carga excesiva de tensión laboral o de otra índole.
—Una alucinación..., tal vez sea eso, pero, entonces, ¿cómo puedo estar seguro de lo que es real?
—Bueno, ¿qué cree usted que es real?
—No sabría decirle...
—¿Cree usted que realmente está en algún lugar oscuro? —Se rio, esta vez sin ningún tipo de limitación—. No me diga que soy una alucinación. —Continuó riendo hasta que se dio cuenta de que no le encontraba alguna gracia.
—Quiero creer que no, pero no tengo ni idea de cómo funciona realmente. —Respondí toscamente.
—Las alucinaciones son creaciones de nuestra mente, con poca consistencia en realidad, por ello no se pueden apoyar mucho en la lógica. Por ejemplo, no se puede recordar más allá de un tiempo determinado, es como si solamente aparecieran de la nada.
—Oh..., doc., tengo muy mala memoria, si es así como dice entonces no sé qué parte de mi vida podría habérmela inventado.
El psiquiatra lucía consternado, tenía el ceño fruncido y al escuchar mis palabras hizo el ademán de acomodarse en su asiento.
—Entiendo, la mente a veces puede jugarnos malas pasadas, pero siempre guardamos los momentos más importantes porque son casi puro sentimiento... Le haré una serie de preguntas para que pueda recordar más fácilmente... ¿De dónde es usted?