Rayos.
Eso fue lo primero que mis oídos captaron mientas mi cuerpo volvía a la vida lentamente.
Rayos.
Rayos.
Y más rayos.
No podía moverme algo me impedía hacerlo.
No podía ponerme en pie, respirar, pensar o sentir sin ser bombardeada por la opresión dolorosa de mis extremidades.
Mis ojos se abrieron de golpe, aterrada comencé a inhalar y exhalar por la boca, observé mis manos amarradas con cuerda a cada brazo de una silla, tiré de ellas con toda la fuerza que tenía y solo conseguí romper e irritar mis muñecas.
¿Cómo llegué aquí?
¿Cómo pasó esto?
Obligué a mi cerebro remembrar como paré aquí, lo ultimo que recordaba era estar viendo una película de terror con mi padre, comiendo palomitas bañadas en caramelo y bebiendo gaseosa, él se levantó para ir al baño y después de eso sentí un dolor horrible en mi cabeza sumergiéndome en un mar de negrura.
Un movimiento llamó mi atención, forcé mi visión para enfocarme en la sombra desconocida al otro lado de la habitación.
-Al fin despiertas querida-dijo con inmensa alegría.
Por Dios.
Era él.
El fantasma.
O más bien su cómplice.
Mi juicio se nubló y el pánico lo dominó, intenté de nuevo salir de la prisión de las sogas, temía por papá, por lo que le había hecho o iba hacer.
-No haría eso si fuera tú, te quedarás sin muñecas y es más que inútil.
- Como si te importa- espeté- ¿Dónde está mi padre? ¿Qué hiciste con él?
Lo oí reír.
¿Qué era lo gracioso?
-Me importaste una vez hace mucho- siguió merodeando por la penumbra de la habitación- no te preocupes por tu papá esta bien o al menos lo estará dentro de poco.
- ¿Qué quieres decir?
Guardó silencio.
- ¿Quién eres? - eché un vistazo por el lugar con disimulo.
Estaba en un sitio que conocía bien, todo este ambiente se me hacía familiar, las piezas poco a poco se fueron armando en mi menteel sótano, desde aquí nadie podría oírme si pedía socorro menos con la lluvia y truenos, pero debía que intentarlo.
- ¡Por favor ayuda! - chillé con toda la intensidad que pude.
Una horrible carcajada invadió mi audición provocando poner mi piel de gallina.
-Música para mis oídos.
- ¿Quién eres? ¿Por qué sigues como cobarde escondido en la oscuridad? No me digas, te da miedo salir- coraje dominó mis palabras, no deseaba seguir con este juego.
Su juego.
Dio un paso hacia adelante.
-¿Tan ansiosa de verme querida?
Otro paso más, y otro conforme lo hacía la garganta se contraía dificultando mi respiración. La poca luz del bombillo alumbró su rostro, mis ojos se ensancharon reflejando un centenar de emociones: tristeza, ira, pánico, dolor. A pesar de lo que suponía tenía la esperanza de encontrarme con otro rostro no este, el que ha estado conmigo toda mi vida, el que me vio crecer, reír, llorar.
El de mi padre.
Mi padre.
Era el despiadado homicida.
-¿Sorprendida pequeña?- se colocó delante de mí sujetando un hacha en su mano derecha.
- ¿Cómocómo? - no podía formular palabra mi cerebro estaba desconcertado.
- ¿Pude hacerlo? - una sonrisa adornó su semblante- verás fue demasiado sencillo.
- ¿Por qué? ¿Por qué haces esto? ¿por qué las mataste? ¿por qué vas a matarme? ¿Qué podrías ganar con todo esto?
Sus ojos marrones brillaron.
-Satisfacción, no sabes lo liberador que resulta ser.
¿Satisfacción?
Que mente tan retorcida podría tener para encontrar placer en algo como esto.
-Ahora- caminaba alrededor de la silla arrastrando el arma contra el suelo el ruido que esta emanaba causaba que mis palpitaciones aumentaran su ritmo- contestando tus otras preguntas, las maté por que se parecían a ti y eso me repugna, en realidad, todas esas perras se parecen a ti.
- ¿Qué? No tenemos ningún parecido.
-Por supuesto todas son estúpidas y patéticas como tú, todas arruinan la vida de sus padres con su existencia, rompen matrimonios.
-Eso es ridículo, estás loco-estampó la pesada palma de su mano en mi mejilla, volviendo mi faz para la izquierda, mi cachete ardía, sentía como palpitaba aullando de dolor, el cabello cubría mi cara.
-Cuidado con tus palabras.
Volví mi rostro con lentitud enfrentándolo de nuevo, con una mirada firme, no le demostraría debilidad.
-Contestaré tu ultima inquietud para acabar con esto-acercó su rostro al mío- eres la responsable de la ruina de mi matrimonio- concluyó con ira.
-No claro que nojamás haría algo como eso padre.
-No me llames así- me vio con asco- lo hizo tu hermano, él no esta aquí y los hermanos mayores siempre asumen los pecados del otro.