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—Los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe.
Dulces y condenadas palabras que se repiten en mi mente una y otra vez.
Me llevo el vaso de agua a la boca, intentando tragar el nudo que se forma en mi garganta. Las lágrimas amenazan con salir, pero en lugar de caer, una risa nerviosa se escapa de mis labios, tan amarga que me duele incluso más que el llanto.
Siempre lo idealicé. Creí que él nunca me traicionaría, que siempre sería aquel hombre sincero, cariñoso y detallista del que me enamoré a primera vista. Pero la realidad suele ser más cruel que cualquier pesadilla.
Desde hace algún tiempo, una inquietud se instaló en mi pecho. Sospechaba que me estaba engañando, pero me negaba a aceptarlo. Prefería vivir en la ilusión de que todo estaba bien. Sin embargo, el velo por fin se ha rasgado, y con mis propios ojos descubrí lo que tanto temía.
Vuelvo a mirar el celular, con la absurda esperanza de que todo haya sido producto de mi imaginación, de que tal vez malinterpreté los mensajes. Pero ahí están. Claros. Innegables.
Leo de nuevo el nombre del contacto: "Mi princesa". El estómago se me revuelve. Una punzada me atraviesa el pecho, aguda como una daga que no solo se clava, sino que se remueve para desgarrar aún más.
Entro a la galería. Las imágenes me miran con descaro: mujeres mostrándose a viva piel, en poses provocativas. Mis manos tiemblan. Un sudor frío me recorre la espalda, como si mi cuerpo reconociera antes que mi mente que ya no hay vuelta atrás.
Siento el impulso de correr al baño, de enfrentarlo, de gritarle todo el dolor que me está causando. Pero me contengo. Aún no. Primero necesito pruebas.
Empiezo a tomar capturas de pantalla con mi celular, una tras otra. Mis dedos se mueven con torpeza, pero con determinación. Necesito dejar constancia de cada mentira, de cada traición.
Me acerco a la puerta del baño. El sonido del agua aún cayendo me indica que sigue duchándose. Con las manos temblorosas, salgo de la galería y entro al chat. Deslizo hacia arriba, leyendo con el corazón encogido cada palabra que intercambiaron.
En muchos mensajes él le declara su amor, le dice que ella es la mujer de su vida. Y a mí... me desprecia.
¿Si tanto me odia, por qué sigue fingiendo que me ama?
Mis ojos se llenan de lágrimas. La vista se nubla. Quiero dejar de leer, pero no puedo. Algo dentro de mí me obliga a seguir.
—Cosita bella, te estoy extrañando un montón —le escribe él.
—Deshazte de esa tonta para que podamos estar juntos y sin tener que estar cuidándote de la ingenua esa —responde ella.
Mis manos tiemblan aún más. El corazón late tan fuerte que retumba en mis oídos. Siempre pensé que sus cambios de humor eran por el estrés, por las presiones del trabajo... Nunca imaginé esto.
—Lo sé, pero no es fácil. Tengo que arreglar algunos asuntos primero, pero no te puedo explicar por aquí. Cuando nos veamos, te lo explico —contesta él.
Niego con la cabeza. Me falta el aire. Siento que me ahogo. Si tan solo hubiera escuchado a mis padres...
Ellos siempre se opusieron a este matrimonio. Tal vez lo vieron desde el principio, mientras yo me dejé cegar por el amor, por los detalles, por esa máscara perfecta que él supo usar tan bien.
Y pensar que soy una mujer preparada, con una carrera sólida, al frente de una empresa. ¿Cómo terminé aquí, rota y humillada? Me siento tan tonta, tan vulnerable...
—Siento celos al pensar en que compartes cama con ella. Solo imaginarte tocándola y haciéndola tuya me hierve la sangre —le reclama ella.
—Lo hago por obligación y tú lo sabes. Mi verdadero amor eres tú. Con quien adoro estar es contigo —responde él.
Es un ser despreciable. Lo maldigo mil veces por canalla. ¡Qué bien sabe fingir! Cada palabra suya me arde como ácido.
Dejo el celular en su lugar, incapaz de seguir leyendo. Esto sobrepasa todo. Me siento traicionada, vacía, como si me hubieran arrancado algo esencial.
¿Qué debo hacer?
Me limpio las lágrimas al escuchar que la ducha se detiene. Su silueta pronto saldrá de ese baño, como si nada estuviera pasando. Como si yo no supiera lo que acaba de destruir.
Salgo rápidamente de la habitación. Tomo las llaves del auto y dejo el apartamento sin mirar atrás. Necesito aire. Necesito espacio. Necesito huir de esta realidad que me asfixia.
Conduzco sin rumbo, con el corazón hecho pedazos y la mente inundada de imágenes que no quiero recordar. Miro a la gente en las calles, sus rostros, sus pasos... Y en mi cabeza solo hay una pregunta: ¿quién es ella?
¿Quién es esa mujer que ha estado con él durante tanto tiempo? ¿Quién es esa sombra que se ha metido en mi vida y ha destrozado mi mundo?
Si tan solo no hubiera ido a ese viaje. Si tan solo me hubiera quedado. Tal vez no estaría sufriendo esta traición.
Ahora maldigo el día en que lo conocí. Ese día en que, sin saberlo, firmé mi propia sentencia. Ese día en que condené mi alma al infierno de un amor falso.