En la oscuridad de tu amor

Capítulo 2

.

—¡Elizabeth, te ves increíble! ¡Pareces renovada! Tienes que contármelo todo y no omitas absolutamente nada. Es que hasta tu piel se ve más tersa y brillante.

Esta es mi amiga y confidente Adelaida, exagerada y entrometida, como siempre, pero a quien adoro con el alma.

—Si me hubieras acompañado, no tendría que contarte nada —le reprocho mientras tomo la carpeta que reposa sobre su escritorio. Además de ser mi amiga, también es mi asistente, así que prácticamente conoce cada detalle de mi vida.

Ella hace un puchero y bate esas pestañas postizas que tanto le gusta usar, haciéndola parecer dulce e inocente, todo lo contrario a lo que realmente es.

—Ni me lo recuerdes —se queja en tono lastimero—. Era mi turno para cuidar a mamá, así que como buena hija, tuve que cumplir con mi deber —se encoge de hombros y me regala una media sonrisa.

—Eres la mejor de todas, Adelaida, nunca lo dudes. Y para compensarte, ¿qué te parece si nos vamos de fiesta el fin de semana y ahí te cuento todo?

—Redactaré un contrato de compromiso, así no te podrás echar para atrás. ¡Te conozco muy bien, eh! —afirma mientras me señala con su dedo acusador.

Niego con la cabeza, sonriendo, y me doy la vuelta para dirigirme a mi oficina. En realidad, tengo mucho trabajo pendiente, pero mi mente no logra concentrarse. Sigue anclada en el recuerdo de mi poeta perdido. Dejo escapar un suspiro que me arde en el pecho. No sé por qué, pero de repente me siento sola… sola y triste, como si hubiera dejado algo valioso atrás, algo que quizá nunca recupere.

—¿Ya tienes lista la presentación para la reunión de mañana? —cuestiona mi padre, entrando como siempre sin anunciarse ni tocar la puerta.

—Buen día, padre. Solo debo revisar unos pequeños detalles y estará lista —respondo, esforzándome por ocultar lo que siento.

Él se sienta frente a mí, en silencio, y me observa por unos eternos segundos. Mi padre es un hombre que impone respeto, pero también ha sido siempre considerado y tierno conmigo. Claro que, en el trabajo, me trata como a cualquier empleada, no como a su hija, y eso me agrada; nunca me ha subestimado.

—En realidad, estoy aquí en calidad de padre —dice, aclarándose la voz.

Eso me toma por sorpresa, tanto que no sé qué decir.

—A tu madre y a mí nos preocupa que estés sola. Sabes que, a tu edad, ya te habíamos tenido.

Le sonrío con cierta incomodidad. Él nunca había tocado ese tema de forma tan directa.

—Papá, estos son otros tiempos. La verdad es que estoy enfocada en mi trabajo, y con eso me basta. Estoy feliz con mi vida.

—Eso lo dices porque no te has enamorado. O mejor dicho, porque no te has dado la oportunidad de hacerlo. Me siento egoísta por haberte dado toda la responsabilidad de la empresa. No tienes vida propia. Y, siendo sincero, me gustaría poder disfrutar de mis nietos antes de estar tan viejo que no pueda ni cargarlos.

Suelto una carcajada.

—¿Te preocupas por la vejez? Pero si aún estás joven y lleno de vida.

—Los años pesan, hija —responde con una expresión nostálgica—. Además, desde que volviste de tus vacaciones, te he notado triste.

Me muerdo los labios. Al parecer, he sido más transparente de lo que pensaba. Pero no puedo contarle que me enamoré de un desconocido con el que pasé la noche. Me daría demasiada vergüenza.

—Esas son figuraciones tuyas. Las vacaciones me cayeron de maravilla y me siento más renovada que nunca. Hasta Adelaida lo notó —aseguro con un intento de convicción.

Él niega lentamente.

—Esa muchachita solo ve lo superficial. Yo te conozco bien, y sé que no es así. Por eso quiero que conozcas a un buen muchacho. Es hijo de un coronel muy reconocido, amigo mío desde la infancia.

Me quedo de piedra. Esto no lo vi venir ni en mis peores pesadillas.

—Señor Octavio —lo llamo así cuando estoy molesta—, ¿en serio crees que es correcto, en pleno siglo XXI, que le busques esposa a tu hija? En ese caso, mejor me inscribo en una página de citas.

—No te estoy diciendo que te cases con él, pero sí me gustaría que lo conozcas —insiste con calma.

—¿Y si te digo que ya conocí a alguien que me gusta mucho?

—Preséntamelo —me reta, poniéndose de pie con determinación.

Lo miro a los ojos y dejo escapar un suspiro cargado de arrepentimiento. No cabe duda de que me equivoqué al salir de aquella habitación de hotel como una ladrona.

—Voy a pensarlo.

—Tienes hasta el fin de semana para hacerlo. De lo contrario, invitaré al coronel y a su hijo a una cena familiar. Y tú, querida hija, deberás asistir.

—Lo que digas, padre. Pero recuerda que tú y mamá se casaron por amor. Yo también quiero encontrar a un hombre a quien llamar mi...

—Tienes prohibido llamarme por mi apodo aquí —me interrumpe, alzando una ceja—. Ese es un privilegio exclusivo de mi esposa.

Se acerca para besarme la frente y, en un susurro, me recuerda que me ama.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.