En la oscuridad de tu amor

Capítulo 9

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Me observo frente al espejo. La imagen que me devuelve es tan nítida, tan real, que por un momento me parece un sueño. La felicidad me invade por completo y siento un cosquilleo en el pecho: hoy es el gran día. A pesar de los obstáculos, de los juicios y del rechazo, no he dado marcha atrás. Desde pequeña aprendí que, ante todo, debía ser leal a mi corazón. Y hoy, con cada latido, ese corazón me recuerda que estoy haciendo lo correcto.

Es el día de mi boda.

A pesar del poco tiempo para preparativos, me esmeré en encontrar un vestido que reflejara lo que alguna vez soñé. De frente, tiene un corte recto y elegante, que llega hasta la mitad de mis piernas, resaltando la sencillez de su diseño. Desde la parte posterior de mi cintura, se desprende una delicada cola de tela con pequeños pliegues que se arrastra con suavidad sobre el suelo. El contraste entre lo clásico y lo moderno hace que me sienta segura, como si el vestido comprendiera perfectamente la mujer que soy.

Me acomodo el cabello con cuidado. Decidí llevarlo suelto, con ondas suaves que caen sobre mis hombros. Mi maquillaje es sutil pero elegante, resaltando mis ojos con un toque de nostalgia y esperanza. Me echo un poco de perfume en el cuello y sonrío al espejo. Esa sonrisa lleva nervios, pero también ilusión.

—Te ves preciosa —me digo en voz baja, con una ternura que solo una mujer a punto de casarse puede dirigirse a sí misma. Necesito ese consuelo. Estoy sola mientras me preparo para uno de los momentos más importantes de mi vida.

Diego tuvo que salir temprano por asuntos de trabajo, aunque acordamos encontrarnos en la oficina del juez que oficiará nuestra ceremonia. Invité a Adelaida y a algunos compañeros de la oficina, los más cercanos a mí. También hice llegar la invitación a mis padres. Intenté llamarlos, pero no contestaron. Estoy convencida de que fue mi padre quien impidió que mi madre atendiera. Diego, por su parte, no invitó a nadie; dijo que no tiene familiares ni amigos cercanos. Por eso me ocupé de reunir a los testigos requeridos. No quería que faltara nada.

Descarto los pensamientos tristes con un movimiento firme de la cabeza. Este día será inolvidable. Estoy a punto de casarme con el amor de mi vida, y eso basta.

Quise casarme la misma noche en que discutí con mis padres. Estaba decidida a demostrarles que mi decisión no dependía de su aprobación. Pero Diego me convenció de esperar.

—No tenemos ningún documento listo y al menos debes llevar un lindo vestido, para que las fotos de nuestro matrimonio se vean lindas en un álbum. Así, cuando nuestros hijos pregunten, podremos mostrarles con orgullo el día en que papi y mami unieron sus vidas para siempre —me dijo con esa dulzura sensata que siempre lo caracteriza.

Una semana después de aquella noche, estoy a punto de cumplir ese sueño, tal como él lo deseaba. Y también como yo lo imaginaba, aunque en otras circunstancias.

Me aplico el labial cuidadosamente, tomo mi cartera y respiro hondo. Salgo del apartamento sintiéndome vulnerable y emocionada a la vez. En el estacionamiento, una figura conocida me espera.

—¿Qué haces aquí? —pregunto sorprendida al ver a Adelaida.

—No podía dejar que llegaras conduciendo tú solita en este día tan importante —dice con una sonrisa, y alarga la mano para tomar las llaves de mi auto.

Después del día en que discutimos, apenas volvimos a hablar, salvo por cuestiones de trabajo. Su gesto me desconcierta y me conmueve a partes iguales. Me hace saber que, a pesar de todo, en verdad me aprecia. Y ahora me siento mal. Quizá exageré. Tal vez no merecía haber sido tratada con tanta dureza.

—No tenías que hacerlo.

—Eli, te quiero mucho. Eres mi mejor amiga. Has estado para mí en los momentos más difíciles… No voy a dejarte sola en el más importante de tu vida.

Sus palabras me atraviesan como una caricia inesperada. La abrazo con fuerza.

—¡Eres la mejor! —le digo, mirándola a los ojos—. Sinceramente estoy muy nerviosa… y tu compañía me hace bien.

Ella asiente. Su silencio es cálido y, por un instante noto un pequeño brillo en sus ojos, quizá está conmocionada por mí.

—Te ves como una verdadera princesa. Sin duda alguna, Diego se ha ganado la lotería contigo —me elogia con ternura y luego deja salir un pequeño suspiro.

«La que ha ganado con él, soy yo», pienso, aunque no lo digo en voz alta.

Adelaida me ayuda a entrar al auto y, en ese momento, me doy cuenta de que no habría podido conducir con este vestido. Ella es, sin duda, la heroína de esta noche.

Segundos después, el motor ruge suavemente y el auto avanza rumbo al lugar donde comenzará una nueva etapa de mi vida.

—¿Creés que vendrán mis padres? —pregunto en voz baja, aunque ya sé la respuesta.

—El señor Octavio salió de viaje esta mañana acompañado de la señora Suzette —me informa con cuidado, como si midiera sus palabras.

Siento como si una piedra invisible me golpeara el estómago. Una mezcla de tristeza y decepción me embarga. Lo sabía. En el fondo lo sabía. Pero escucharlo... escucharlo duele más de lo que esperaba.

—Creí que cambiarían de opinión —confieso en voz baja, y Adelaida solo mantiene el silencio. Su mirada, sin embargo, me dice más de lo que mil palabras podrían expresar.




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