En Las Curvas ¿del Amor?

SUEÑO O PESADILLA

—Ese mechón plateado, no en cualquier mujer, se ve así de hermoso—Dijo Sebastian, después de darle un ligero toque con los dedos, dejando que ella aspirara su aroma masculino, para luego descansar los codos, como si fuera el galán de alguna película, sobre la barra del bar, lugar donde Evelyn se había quedado, tal cual le dijo Alana.

—Lo siento, me tengo que ir

—Pero, por lo menos, dime tu nombre — llegó a decir, pero era tarde, ya ella había salido despavorida, como si hubiera visto un fantasma. Llegó al baño de damas y se vio a espejo, se veía totalmente diferente, empezando por su cabello de espantapájaros como le decían las cacatúas que se decían sus compañeras de trabajo, que más que eso parecían las hermanastras de cenicienta.

—Un chico muy guapo, te habló Evelyn —Suspirando de una manera profunda, tocando sus mejillas que estaban tibias, tal vez era porque corrió casi despavorida, pensó ella.

—Aquí estás, te estuve buscando por todos lados.

—¿Cómo te fue con tu jefe?

Respondió de manera algo nerviosa, tratando de recobrar la compostura.

—Nada, es un troglodita, misógino, pero no importa. Vámonos, que ya me dio hambre, la comida de aquí es muy desabrida. —Comento Alana, tomando de la mano a su querida Eve, para luego marchase, lo que le causo algo de extrañeza, era como ella, se tapaba la cara, no captaba el motivo, porque después de todo nadie la había reconocido, eso que esas dichosas mujeres pasaron por sus narices y solo las habían mirado de arriba hacia abajo y no habían hecho comentario alguno.

—Primito, por ahí me dijeron que se te escapó la presa.

—Ese idiota es un chismoso, no puede tener el pico cerrado, No jodas tú también, Lorena, ya tengo bastante con las burlas de Andrés.

—Es que es digno de burla, mira que una mujer salió despavorida, apenas le lanzaste una de tus trilladas frases.

Sebastian solo arruga el entrecejo, eso no era verdad, no le había lanzado ninguna frase de bolsillo como le decía Andrés, solo que cuando la vio directo al rostro, fue lo primero que se le ocurrió, por algún motivo que desconocía, cualquier frase no iba con ella, le parecía extraño, porque después de todo, él podía hasta escribir un manual de frases para que una mujer caiga rendida a tus pies, pero, en cambio, con ella no pudo, ni siquiera reaccionar cuando salió huyendo, como si él fuera la peste de quien escapar.

—Pero esto no se va a quedar así, te aseguro que de qué cae, pues cae.

—Se nota que tienes gustos muy variados, no es mi tipo,

—A ti te gustan modelitos, como Susana Humboldt, no sé cuándo las vas a superar.

—Nunca, como que me llamo Lorena Peterson, una mujer como ella, no se supera nunca.

—¿Quién te manda a enamorarte de alguien como esa mujer? No sé por qué le buscan tres pies al gato, el amor no vale el esfuerzo.

—Qué extraño que tú digas eso, si eres el más enamoradizo del planeta, no sé a cuantas les he tenido que decir, nunca lo he visto así, es la primera vez que me presenta a alguien, lo tienes comiendo de tu mano, si me has traído acá es con un propósito, no soy tonta, seguro estaba de casería y luego me metías a mí, con que desde que te conoció en la fiesta no ha dejado de hablar de ti. Siempre me usas de pantalla o palanca.

—No seas dramática, que me ha tocado recogerte. No sé de cuantos hoteles a las cinco de la mañana, todo porque no confías en los taxis amarillos o de aplicativo a esas horas. Entre gitanos no nos vamos a leer las manos, somos Peterson, después de todo, lo llevamos en la sangre

Para luego abrazarla y como siempre, recibir sus regaños, quien le reclamaba por despeinarla. Se querían como si fueran hermanos, con Frederick no podía ser así, porque siempre le estaba llamando la atención, por cualquier detalle que se le pasaba por alto.

—No sé cómo tu hermano y tú, son tan diferentes, como el día y la noche.

—Como el agua y el aceite, pero ya sabes, salí a mi madre —restándole importancia, bebiendo otro trago, sin dejar de mirar el punto donde conoció aquella mujer, la primera en huir de él. Pero eso no acabaría ahí, él nunca perdía una presa y ella no iba a ser la excepción, solo tendría que esforzarse un poco más de lo normal.

—¿Qué tanto piensas? Mira que te has puesto la chamarra encima y nadie nos está viendo. En este Subway no hay gente a esta hora, aunque atienden las veinticuatro siete.

—Yo nada, que creo que no les dejé comida a Arnulfa y Kitty.

—Qué nombres más raros, así se llamaba mi bisabuela, además, ¿Kitty? Ese es nombre de gata, no de perra.

—Con mis bebés no te metas, Alana, cualquier cosa menos ellos.

—Ya, amiga, es una broma, pero en serio te veo algo distraída. —Cómo decirle que no dejaba de pensar en cierto chico de cabellos rubios y sonrisa de comercial.

—Un hombre así jamás se fijaría en chicas como yo, pero si era muy guapo, tanto que hasta un príncipe parecía, me tocó el cabello. Vamos, Evelyn, deja de soñar, que de nada te sirve.

Susurraba para sí misma.

—Ya vámonos, Alana, estoy cansada, los pies me están matando— indicó Evelyn, luego de regañarse mentalmente por andar pensando en el príncipe.




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