En Las Curvas ¿del Amor?

BAJO SU HECHIZO

—Estás perdiendo tu toque, querido amigo.

—Tú no sabes nada, lento, pero seguro —trataba de defenderse, hacía dos semanas que salía con Evelyn y ni siquiera un beso ella se había dejado dar, eso de andar de manitas sudadas no le agradaba para nada, pero dicen que en lo difícil está el gusto.

—Tienes un récord de dos días y máximo una semana, todo porque ella viajaba mucho y no tenía tiempo del entierro. —Andrés recordaba especialmente a Irina, con ella empezó ese extraño y repulsivo fetiche.

—La dulce Irina, una joyita en todo el sentido de la palabra —lanzando un beso al aire, como quien recuerda el haber comido un delicioso manjar—. Esa mujer era exquisita, hermosa, una fiera en la cama y abriendo las piernas.

—Claro, la recuerdo, era muy bonita, lástima que desapareció como si la tierra se la hubiera tragado— ironizó Andrés, sintiéndose satisfecho con sus atroces acciones.

—Qué exagerado, pero es la verdad, no la volví a ver ni siquiera en el foco público que tanto le encantaba.

—Como cambias de tema, estamos hablando de tu gordita.

—Te dije que no me gusta que le digas así —dando un golpe sobre la mesa—. Se llama Evelyn.

—Bueno, Evelyn, qué sensible andas últimamente, es que ella se te hace la difícil, algunas mujeres son así, se hacen las estrechas hasta que la metes y piden más.

Aquel comentario hizo que Sebas, se sintiera extraño, con ganas de cerrarle la boca a su amigo, pero con su puño.

—Deja que yo me encargue de mis cosas.

—Deberías llamar a Lorena, ella siempre funciona para acelerar las cosas.

—Mi primita, anda viajando en estos momentos, no la voy a meter todavía— observó su reloj y estaba con el tiempo justo.

—¿Dónde vas con tanta prisa?

—Al ballet.

—Perdóname, preciosa, se me pasó el tiempo volando —juntando sus manos y dándole un casto beso sobre ellas.

—Acabo de llegar— Se había puesto uno de los vestidos que semanas atrás le había regalado doña Marga, se veía dulce e inocente con ese estampado de flores que lucía, estaba nerviosa, siempre lo estaba cuando él le sonreía de esa forma, sentía que su corazón hacía una fiesta en su pecho.

—Sigue pareciendo un sueño como el primer día —pensaba ella, cuando Sebas, la tomó de la mano, sintiéndose extraña y emociona a la vez, para luego entrar al teatro. Cuando caminaron entre la gente, no podía creerlo, los asientos estaban en primera fila.

—¿Cómo los conseguiste? Estaban agotados.

—Por ti, me enfrento hasta un dragón, si se trata de hacerte sonreír, esto es poco—No había sido nada barato, pero estaba decidido esa noche a por lo menos dar el primer paso, por un pequeño instante, sintió los nervios de un chiquillo frente a la chica que le gusta, no quería asustarla, ella era muy tímida y conseguir que salieran, así como ahora en público había sido un gran logro.

Para Evelyn, aunque estaba embelesada por estar ahí con un hombre como él, era algo como de otro mundo; sin embargo, tampoco podía dejar de darse cuenta de las miradas acusatorias e inquisitorias de la gente a su alrededor. Juraba que hasta podía escuchar sus pensamientos.

Pobre muchacho, con ese fenómeno. ¿Será que le debe un favor?

—Miren, hacen el número diez.

—Una gordita y un flaquito, qué cliché y desperdicio.

—¿Te sientes bien? Te quedaste callada de un momento a otro.

—No, nada, vamos a ver el espectáculo— Cuando las luces se apagaron, no pudo evitar que una lágrima saliera por el rabillo de uno de sus ojos. Pero debía disimular, no quería mostrarse débil frente a un hombre como el príncipe, que lo único que había hecho en estas semanas, era hacerla suspirar, reír mucho, la había hecho sentir como si fuera el centro del universo y no el universo.

—No soy mucho de ir a teatros, mucho menos ballet, cuéntame de qué se trata

—El cascanueces está basado en una historia de la autora alemana ETA Hoffmann. En El cascanueces, un regalo de Navidad, un cascanueces, cobra vida como un apuesto príncipe. Se lleva a la joven que lo recibió como regalo a unas fantásticas aventuras. Es mi obra favorita en Navidad.

—O sea, un príncipe de madera que ayuda a la princesa a vivir aventuras. Interesante.

En eso anunciaron el comienzo del baile. Por primera vez en mucho tiempo, Sebastián Del Toro no perdía ni un movimiento del cuerpo de baile, la historia era hermosa, sin darse cuenta de que por ratos ella volteaba a verlo, incluso se dejó llevar y puso su cabeza sobre su hombro.

Unas dos horas después, él no pudo resistirse y aplaudir al cuerpo de baile, de pie como muchos otros.

—Fue un bonito espectáculo.

—Claro que sí, ¿por qué te gusta tanto el ballet?—le preguntó él.

—No te rías o burles de mí.

—Eso nunca preciosa.

—Cuando era pequeña intenté ser bailarina, practiqué mucho para el recital, pero ese día unas niñas se burlaron de mí y me enceraron en un armario. Ya estaba vestida, con mi tutú y mi moñera, me quedé dormida y ronca de tanto llorar y gritar.




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