que fue último.
12
—Tus labios saben más dulces de los que me imaginé —dijo casi sin despegar su boca de la de ella.
—Sigo sin creer que me besaste.
—Me moría de las ganas de hacerlo, creo que desde que te conocí, por favor, dime que si te pido ser mi novia, aceptarías.
Cuando se lo dijo, ella retrocedió unos pasos. ¿Novia?
—No puedo ser tu novia, no puedo jugar a ser tu novia — No espero y con las fuerzas que pensó que no tenía salió corriendo, cuando llego a la gran avenida, tomo el primer taxi que paso, el rubio con sonrisa de comercial no podía creerlo, pensó que ya la tenía en la bolsa, que era cuestión de un esfuerzo menor y listo, pero se acababa de dar cuenta cuan equivocado había estado.
Era tarde, cuando fue tras ella.
—¡Maldita sea! Ahora, ¿qué hago?, piensa Sebastián Del Toro, piensa. Plan b entonces.
…
—¿Eres Evelyn Carter? ¿Cierto?
—¿Quién es? — Mientras se secaba las lágrimas, tenía horas llorando, creía que tal vez aquel rubio bonito, solo se estaba burlando de ella, era imposible que un hombre como él, se fijara en una chica como ella. Se sentía ilusa a soñar con ese beso, que la había llevado a las nubes.
—Hablamos del bar Tequila, un amigo suyo, no deja de nombrarla y me dijo que la llamara, es que está aquí muy ebrio y quiere conducir.
El corazón de ella, se sobresaltó.
—Voy para allá, no lo dejes ir, por favor.
—Claro, señorita, aquí la espero.
Una vez que el corto, Sebas, le dio unos cuantos billetes el barman y fue hacia el baño a despeinarse un poco, mojarse el cabello, se supone que era un hombre que fue rechazado y no había encontrado otra solución más que refugiarse en el alcohol, era una medida desesperada, pero no iba a perder, él ¿perder?, que era eso, no existía en su vocabulario y una mujer como ella no iba a ser la excepción.
—Tómese uno fuerte, para que se vea más real, le prepare uno doble —le entregó un tequila. Cuando él lo bebió, sintió como si las brasas quemaban su garganta, pero tenía que soportarlo.
—Mejor dame otro, que no va a ser fácil.
Una media hora después, realmente se había puesto ebrio, era más de tres tequilas, después de todo había perdido la cuenta, mientras tanto la pobre de Evelyn sentía que las piernas le temblaban, las miradas asqueadas la estaban torturando, odiaba los lugares concurridos, pero no podía dejar que algo le pasara al príncipe, aquel que se volvería el verdugo de su cuento de hadas.
—Qué gustitos los suyos —puso una mueca el bartender.
—Sigue sirviendo traguitos, idiota, y no te metas con ella. Búscate con quien jugar a ella no la mires. pero ya sabes, ya te pagué.
El bartender alzó la mano, como llamando su atención; después de todo, esos billetes cubrían su paga de un mes. Mientras él entraba en su papel.
—¿Qué hiciste? — Trato de levantarlo, pero era imposible.
—Me rechazaste, te dije que seas mi novia y no quisiste.
—Bonito, no digas eso, vamos, te llevo, no puedes conducir así.
—No me dejes solo, Eve.
—¿Eve?
—Yo también quiero ser un ser querido, tuyo, que te diga Eve, suena bonito como tú. —Logró ponerse de pie, sin poder detener sus manos y tocar su rostro, después de todo, tenía bonitos ojos, lo podía ver ahora que no tenía los anteojos.
—¿Tus gafas? Te vez linda sin ella, así me gustas más.
—¿Te gustó? — Se detuvo unos momentos. Cuando llego a la puerta de salida, sabía que era una tontería hablar con un hombre que estaba claramente ebrio, pero dicen que las mujeres somos muy curiosas.
—Claro, preciosa, por favor, llévame a mi casa, toma maneja a mi bebé.
—Voy a manejar, no lo puedo creer, concéntrate Evelyn.
—Sí, Eve, concéntrate. Vas a manejar a mi bebé, como te das cuenta, no puedo —se separó de ella, estiró los brazos para luego casi caerse, tal vez estaba sobreactuando un poco, pero en realidad, si veía todo borroso, trataba de concentrarse, no quería terminar diciendo algo que lo pueda comprometer.
Tuvo que sacar las llaves del pantalón de hombre que, aun en estado, seguía siendo el príncipe que se metía hasta en sus sueños, porque él seguía demostrando que no podía mantenerse en dos pies.
—Haces que se me erice la piel, ten cuidado cuando me tocas así—. La pobre está en modo, trágame tierra. Sentía que las mejillas le ardían, nunca pretendió aquello. ¿De veras le gustaba?
Una vez dentro del auto, no podía creerlo, estaba ahí ella con el cinturón puesto y con las manos al volante, sentir la suavidad del tapizado, el olor, era el perfume de su príncipe por todo aquel espacio, no pudo evitar cerrar los ojos y dejarse llevar por las sensaciones, siempre había soñado en secreto conducir uno Chevrolet del sesenta y cuatro, cuando escucho el sonido del encendido, una risa nerviosa apareció en ella, Chris, solo estaba recostado sobre el asiento, admirándola, cuando ella se iba a dar cuenta, decidió hacerse el dormido.