En Las Curvas ¿del Amor?

ILUSIONES Y CUENTOS BARATOS

El ver su cara de horror, más que de vergüenza, lo hizo resarcir de alguna manera sus palabras.

—Quiero que me cuides, ebrio, no sé qué soy capaz de hacer.

—Supongo que puedo hacerlo, eso de cuidarte por esta noche—Suspiro aliviada, por un instante la idea de estar solos, en su habitación, de noche, le hicieron sentir un temor terrible, nunca había estado con alguien, el miedo que le provocaba su propio reflejo, siempre había ocasionado que la sola idea de que alguien la viera totalmente como es, lograba ser su mayor trauma.

El recepcionista del edificio, se ofreció a ayudar, pero Chris, lo detuvo de manera casi indetectable para la pobre Evelyn, que trataba de mantenerlo en pie.

—Preciosa, solo tú me puedes mantener en pie.

—¿Cuál es tu piso?

—El último, el pent house.

—¿Qué hago? Yo, en un sitio como este, con un hombre tan atractivo, Evelyn, donde te estás metiendo, Alana, diría que estoy loca y saliera huyendo, pero no puedo dejarlo solo.

Los pensamientos, las dudas, nadaban en su cabeza, se debatía entre lo que le decía su lado consiente y, por otro lado, estaba el emocional, ese que le gritaba:, está guapo, puedes hacer con él lo que quieras, solo apagas la luz y asunto arreglado,

—Creo que llegamos, vamos, guapo, ayúdame, siento que se me están rompiendo los brazos.

—Van dos veces que me dices, guapo, pero tú eres más guapa. —Acariciando su cabello, por un instante se dejó llevar. Ella tenía unos ojos tan bonitos, que sentía que podía perderse en ellos.

Las puertas del elevador se abrieron e hicieron que aquel trance que sentía Sebastián, desapareciera. Debía recordar su papel y su propósito, saciarse con el cuerpo de Evelyn y luego deshacerse de cualquier rastro de su presencia en su vida, así como con todas, ella no iba a ser más especial que ninguna.

Cuando se adentraron al departamento, se trataba de un lugar tan hermoso como lo era el rostro de su príncipe, los colores tan vivos, las pinturas abstractas en la pared, y lo más llamativo, era aquella motocicleta en medio del lugar, se notaba que era una reliquia, pero era perfecta, ese color cobrizo, le daba el toque antiguo. Parecía una joya, Evelyn casi lo dejó caer, por ir a ver esa belleza como pensaba ella.

—Es increíble, es una Harley-Davidson —una incrédula Evelyn logró expresar.

—La primera Harley-Davidson.

—Claro que lo sé, se nota que es una reliquia, pero ¡Wow! Nunca pensé ver una, mucho menos la primera. —La cara de Evelyn era un poema, como una niña pequeña en una dulcería.

—Otro día te cuento la historia.

Sebas, trataba de mostrarse como un excelente anfitrión, esa era su naturaleza innata, incitar a la presa a entrar a su territorio, a sus dominios, pero también entendía que Evelyn Carter no era cualquier presa, eran semanas que había estado conquistándola, lo que pensaba sería algo sencillo, puesto que se supone que las mujeres de su tipo, son las más necesitadas de afecto, de la adrenalina, esa que se da a través del interés más que físico, muchas cosas suponía hasta que la empezó a conocer y se dio cuenta de que ella no era como se suponía, Evelyn Carter era alguien diferente, pero él no huía de los retos, él no la iba a dejar ir, solo porque era un poco más complicado

—Debería dormir, no me siento bien, aunque tengo una botella por ahí, tal vez yo … —Trató de decir, pero Evelyn se acercó rápidamente a él y sin darse cuenta, posó sus manos sobre su pecho marcado, con la mirada puesta sobre la otra, con el fondo de una ciudad cuya vida nocturna estaba al rojo vivo.

—Mejor descansa, ya no sigas bebiendo.

—Eres muy dulce Eve— Dejando una de sus manos sobre su mejilla, ella fue débil, por un momento cerro sus ojos y cuál cachorrito sintiendo una muestra de cariño, se acurrucó sobre su palma abierta, aquella que la acariciaba, de una manera tan suave, tal pausada, él sintió que su pecho latía de una manera extraña, de verdad no mentía, era tan dulce, cálida, podría derretir un iceberg con su tan sola sonrisa, pero ladeo la cabeza, no podía caer, él no era la presa, era el cazador. —Quiero descansar, ¿Me ayudas? Por favor.

Para finalmente romper aquel mágico momento, uno que quedara en su memoria para siempre, aunque luego se vuelva parte de sus pesadillas, con una culpa que le iba a carcomer hasta el alma.

Ella lo ayudó a entrar, después de todo era un hombre ebrio, que no podía mantenerse en pie por mucho tiempo, un hombre alcoholizado, que ni siquiera pudo conducir su propio auto.

—Tu habitación es muy espaciosa— Otro ventanal, una cama tan grande como la habitación que ella tenía en su pequeño departamento, dentro de este había dos puertas más, una daba al baño estilo europeo y el otro daba a un closet, era adicto a las series estilo sexy and the City y definitivamente este lugar era muy semejante.

—Quiero cambiarme de ropa— Intento levantarse de la cama, pero rápidamente cayó de nuevo.

—No lo hagas, yo te ayudo, solo dime donde buscar.

Él le señaló una de las puertas, cuando la abrió, quedo con la boca abierta, una cosa era suponer y otra darse con la realidad, zapatos exclusivos, de marcas cuyos nombres ni siquiera podía pronunciar, en medio había un pequeño mueble iluminado, en este se podía ver los relojes más increíbles que había visto solo en películas o esos comerciales modernos, donde solo al final aparecía el reloj con incrustaciones de diamante, tal cual los estaba viendo por decenas, había otros cajones, que por curiosidad abrió, eran corbatas cuyo diseño, podría decirse que las hacían ver como piezas de arte, cinturones, gemelos y algunas cosas que no podía saber que eran. Se paseó por el lugar, acarició aquella tela exquisita de sus camisas, se sentía tan bien al tacto, luego recordó a qué venía y salió del trance, encontró un cajón que suponía era de ropa para dormir o, por lo menos, sentirse más cómodo. Pero en ese momento se dio cuenta de que debía ayudarlo a desvestirse y las mejillas se incendiaron, pero no podía quedarse ahí, encerrada en el closet para siempre.




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