Cuando el rubio despertó, no encontró a nadie a su lado, por un momento pensó que había sido un sueño, pero sobre la almohada, quedaba el dulce aroma de Evelyn, por un instante, como si aún siguiera entre sueños, aspiró su aroma, pero luego se arrepintió. Lanzó la almohada al suelo.
—¡Maldita sea Sebastián, ¡¿qué te pasa?!— Se dio algunas bofetadas como para terminar de despertar.
Mientras, por otro lado, Ella se encontraba, vestida con un traje deportivo, que le tapaba hasta la cabeza, unas ligeras trenzas sobresalían, así como cada movimiento de sus voluminosas caderas, unas que llamaban la atención de muchos hombres y causaban envidia en mujeres, aunque estas las disfrazaban con desprecio, muy mal disimulado.
—Es raro que a un gato lo paseen como si fuera un perro —se escuchó una voz varonil, susurrarle tan cerca, que terminó por asustarla.
—¡Frank!, me asustaste, no hagas eso, además mi Arnulfa no es rara, solo que no me parece justo que Kitty reciba un paseo y ella no, también está el hecho que debe aprovechar que esta joven, va a llegar un momento en que estos paseos serán parte del pasado, solo un recuerdo en su mente felina— La gatita se acurrucaba sobre las piernas de Frank, quien al notar que la hermosa minina hacia lo que sea por llamar su atención, se agachó a acariciarla.
—Creo que ella es la única que me quiere.
—Arnulfa creo que está enamorada de ti, solo mírala.
—Lástima que solo tú estás enamorada de mí, preciosa gatita.
—¿Dijiste algo? — expresó Evelyn, sin imaginar que él sería tan cobarde de jamás revelar sus verdaderas intenciones o sentimientos, porque el miedo era más grande que aquel amor.
—No nada— Tratando de disimular su último comentario—Te invito a desayunar, hoy es mi día libre.
—Desayunaré muy temprano, además estoy muy cansada, no dormí casi nada, solo estoy acá porque una madre nunca olvida a los hijos.
—¿No dormiste bien? ¿Te puedo ayudar?
—No, muchas gracias, solo que ayer fui a recoger a Sebas, a un bar, el pobre había tomado demasiado y no podía estar en pie— El solo mencionar a aquel sujeto, Frank, perdió el buen humor, lo agradable de su mirada, esta se volvió oscura, se sentía la tensión, la única ajena a como él se sentía era ella, las muchas veces distraída Evelyn Carter.
—¿Sigues saliendo con él? Eve, ese tipo...
—Por favor, Frank, no empieces, no deberías querer hablar mal de él, si no lo conoces, sabes que hasta me pido ser su novia y lo rechacé.
—¿Lo rechazaste? — Como si fuera una novela mexicana, el pobre chico enamorado sintió una corriente de aire reconfortante, un viento de esperanza, aunque el mismo se saboteaba, cuando no era capaz de decirle a ella todo lo que su corazón siente por la mujer que le robo el aliento desde el instante que la conoció.
—Mil perdones, señorita, debí fijarme al andar en la vereda con la bicicleta— Cuando vio a sus ojos, quedó prendado.
—Yo tampoco vi —lo ayudó a recoger y salió casi huyendo
La siguiente vez fue otra vez el destino y sus casualidades actuaron a su favor.
—Hoy es un día de poca afluencia, por lo que le proponemos la … —Quedó sin palabras. — ¿Tú?
—¿Perdón? — Se tapó con el menú del restaurante.
—Te voy a ofrecer lo mejor de la casa, no te muevas, por cierto, soy Frank. — Ella solo movió la cabeza negando cualquier interacción—No importa, ya luego me dirás tu nombre, solo soy demasiado amistoso, así que disculpa, si parezco confianzudo, pero no te muevas, le diré al chef que se esfuerce por tu plato.
—Tú eres nuevo, ¿verdad? Yo, bueno, siempre vengo acá y nunca te vi.
—Por lo menos llamé tu atención por nuevo, si recién empecé la semana pasada y a partir de aquí será tu mesero personal, solo yo te atenderé.
—Bonito llavero — Acomodándose el cabello, no era su costumbre hablar con hombres, pero el llavero en forma de perrito que colgaba del bolsillo derecho de Frank llamaba mucho su atención.
—A este, fue un regalo de mi sobrina, dice que este perro se parece a su tío. ¿Me parezco? — Poniéndolo a lado de su mejilla como para que ella tuviera la oportunidad de comparar y darle una sincera respuesta, pero lo que consiguió es que ella riera como hacía mucho, no lo hacía.
—Bueno, entonces lo del desayuno quedará pendiente. ¿Irás hoy al refugio?
—Sí, más tarde iré a dejar algo de comida y dos horas a ayudar a bañar a los peluditos.
Siguieron charlando un poco más, sin darse cuenta de que un par de ojos no dejaba de observarlos.
—¿Qué quieres, Andrés? Sé rápido.
—Parece que alguien anda con las bolas azules.
—Ya empiezas, ayer bebí sin querer y tengo una maldita jaqueca.
—Deben ser los cuernos que te están saliendo —no pudiendo evitar la sonrisa burlona. —Has perdido tu toque, un tipo sin gracia y chiste, que puede más que el gran Sebastián Del Toro. Qué vergüenza, amigo mío, donde quedaron tus tácticas de seducción, como era que la tendrías comiendo de tu mano, prácticamente ahorita está comiendo de la mano de otro.