En Las Curvas ¿del Amor?

ARMA SECRETA

—Quiero pensar que están bromeando, Evelyn, hay algo que no me hayas querido contar, sé que hemos estado alejadas, porque se me pasó la mano con mis palabras.

—Alana, eso ya no importa, pero sí, perdóname, no te he dicho lo que ha estado pasando en estas semanas. Me muero de la vergüenza contigo, eres mi mejor amiga y no me atreví a contarlo.

—Entonces, ¿es verdad lo que están diciendo en toda la empresa?— Tenía que sentarse, el aire empezaba a faltarle, era imposible, no podía creerlo. ¿Evelyn y el jefe?

—Espera, a qué te refieres, no entiendo, estoy enamorada y el de mí, es lo que debía contarte.

Evelyn trataba de darle un vaso con agua. Era evidente que Alana, se había descompensado, estaba hasta pálida, pensó que era algún chisme mal intencionado, solo para seguir molestando a su amiga.

—A ver no puedes ser tan ingenua, ¡por Dios! Un hombre como ese no puede.

Evelyn no podía creer que su amiga fuera igual que todas las que la menos preciaban, esos golpes duelen mucho más.

—Tú también piensas lo mismo, porque yo soy un monstruo, no puedo estar con un príncipe como él, piensas lo mismo que Frank, tan monstruosa. ¿Les parezco? Tú también piensas que estoy haciendo el ridículo por soñar tan alto.

No pudo evitar levantar la voz y llorar a la vez. Había sido difícil para ella aceptar que un hombre como su príncipe se pudiera fijar en ella. Ahora, las únicas personas con las que podía confiar, también pensaban que era una idea descabellada, tal como se lo dijo Frank un día antes

—Ese hombre está jugando contigo, ese tipo no.

—Sebastián, me lo dijo. Todos pensarán que no es verdad, pero él me quiere, es sincero, solo me gustaría que las personas cercanas a mí, me apoyarían.

—No puedo hacerlo, cuando estás cometiendo una locura, no quiero que te lastimen.

—Si no puedes compartir mi felicidad, estás en contra.

—Evelyn, por favor.

—Gracias por demostrarme que de verdad eres mi amigo, por lo que parece que ya no tenemos nada de qué hablar.

—Está bien, me voy a tranquilizar y quiero que me cuentes, quiero entenderte de verdad que sí.

Alana sabía que Evelyn era el tipo de personas que se dejaba amilanar muy rápido, que los comentarios externos la podrían lastimar. Necesitaba aclarar aquella situación, ella era demasiado importante en su vida como para dejar que alguien la lastime.

—Tendré que hablar con ese rubio desabrido, aquí huele a gato encerrado, me alejo ni un mes y ahora resulta que son novios, lo siento, Evelyn, pero te tengo que proteger hasta de ti misma.

Pensaba ella, después de todo, Eve era lo más importante en este momento, no solo se había alejado por la discusión. La vida de Alana tampoco era fácil, amaba la libertad, ser ella misma, pero había cosas que mejor seguir bajo la alfombra.

—Ahora sí, me vas a explicar por qué quisiste que esparciera el rumor de que el jefe estaba saliendo con la gordita. Y no aclaro lo de gordita, porque esas fueron tus palabras.

—Bueno como sea, es que querido amigo, tengo que darte un par de lecciones, el tipo de mujeres como ella, tiene algo muy marcado, tomemos esto como un caso de estudio, imagina como se sentiría ella con que un hombre como yo se fijaría en su carita de no rompo un plato, de alguna manera pensara que no lo merece, pero al verme ahí tan estoico defendiendo nuestro amor de las personas envidiosas, que están en contra de lo que sucede entre nosotras, ella se va a aferrar más a mí y cuando menos se dé cuenta el juego ha acabado, y abre logrado lo que tanto espere.

—Una noche con ella, bueno, aunque sea un rato, pobre de ti amigo, tener que besar a esa cosa— La mueca de asco que puso Andrés no le agrado para nada, después de todo besar a Evelyn distaba mucho de ser desagradable, no quería admitir ni para el mismo, pero sus besos algo torpes, provocaban cosquillas en su piel, que los vellos de esta se erizaran.

—La idea es que esto acabe pronto.

—Claro, quien quiera aguantar más tiempo con ella, pero pensando como tú, tienes razón. Ese tipo de mujeres andan desesperadas por un hombre, soñando con el príncipe azul; ahí estarás tú como tal para defenderla, cuando por dentro solo eres el lobo feroz queriendo comerse a la caperusota.

—Ya deja de ponerle nombrecitos.

—¿La defiendes? Vamos, Sebastián, tú empezaste. Cuando la viste, dijiste que ahí está la gordita que buscaba.

No tuvo tiempo que responder, cuando su teléfono sonó, era un número desconocido.

—Por favor, no seas malo con tu prima que te quiere mucho, sácame de aquí, malditos policías, solo fue un rayón.

—Lorena, ¿eres tú?

Preguntó extrañado, eran semanas sin saber de ella.

—Claro que soy, la única, la inigualable, primo, estoy en la delegación del centro, por favor sácame y nada de decirle a tu hermano, por algo te llamé a ti.

—No entiendo, pero voy para allá. ¿Qué diablos abras, echo loca?




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