—Ahora sí que estás preparado para el siguiente paso, porque que yo sepa presentar a Lorena, son ya medidas desesperadas.
—Solo come tu filete y no me digas nada. —Sebastián, no estaba de humor para soportar ningún tipo de comentario por parte de su mejor amigo. Hacía dos días que quería contactarse con Evelyn, pero esta se había reportado enferma, no podía negar, sentía extraño no verla, no estar cerca de ella, su sonrisa y sobre todo ese hoyuelo que se le formaba.
—Estas de un humor.
—Sabes, se me quito el apetito, voy a dar una vuelta y, por favor, o me sigas que a veces pareces perro faldero.
Andrés, no podía creerlo, jamás había visto a su amigo de esa manera, tan desesperado o con el humor por las nubes, no entendía nada, pero luego se dio cuenta de algo, llamó a recursos humanos y confirmó sus sospechas, era por ella.
—Está así por ella, por Evelyn Carter, te estás volviendo un grano en el trasero, maldita, gorda.
…
Estaba en su auto, dando una y otra vuelta; su mente divagaba entre hacerlo o no hacerlo. Claro que quería llegar a su objetivo, claro que quería la gloria, pero no quería o tenía miedo de lo que más cercanía podrían causar en su interior.
—Hazlo, no puedes dejar que se aleje de ti, no puedes dejar que tome distancia, no se me puede escapar de las manos.
Tomo un poco de aire, y finalmente bajo del auto, miro hacia todos lados, muy temeroso de lo que pudiera cruzársele en el camino. Uno que otro perro ladraba, causándole escozor, pero escuchó que un gato casi da un salto de susto.
—¡Maldita sea! Todo lo que hago por ella, digo por mi objetivo.
Por última vez miro a su alrededor, acomodo su chaqueta y puso un pie dentro de edificio de departamentos, uno que a su parecer era de tan baja calidad que estaba casi seguro que en un temblor este se movería como gelatina, ni loco subía por el ascensor, las escaleras serían más seguras, aunque tenga que subir cinco pisos.
Casi como si no hubiera subido varios pisos hacia arriba, llegó, solo se secó el sudor y, antes que tocara la puerta, un ladrido se escuchó. Sabía que se trataba de Kitty, por algo había venido preparado.
—¿Quién es? — Era su voz, sus ojos se agrandaron solo por un instante, su corazón corrió tan rápido como si de verdad esos cinco pisos hacia arriba le hubieran costado. Movió la cabeza como negando sus propios sentimientos, sus propias sensaciones. Se concentró en cómo arrastraba los pies, como si le pesaran
Cuando ella abrió la puerta ligeramente, cuando se dio cuenta de quién era, no podía creerlo, era su príncipe bonito.
—Mi amor— expresó con una emoción que demostraba preocupación y añoranza por tenerla cerca.
—Príncipe— Empezó a toser con tanta dificultad, que le costaba mucho respirar, era evidente, estaba enferma. Él no esperó que esta le diera permiso por entrar o los ladridos de la perrita color canela, ni siquiera un gato que se le lanzó encima y tuvo que esquivar de manera triunfal.
—No estás bien preciosa.
—Perdóname, mi teléfono no funciona y no pude contactarte. — Fue mucha la fuerza que tuvo que ejercer sin perder la normalidad de su respiración y casi caer en sus brazos.
—¡Evelyn!
Con mucha dificultad la llevó hasta el sofá, pero en el camino tuvo que repartir algunos intentos de patadas, no soportaban el ruido, lo aturdía de sobremanera, así que tomó del collar a la perrita y lo escondió en el baño y la gata, con ayuda de un cojín, la metió en una jaula pequeña.
Tuvo que hacer algo que nunca había hecho por ninguna otra mujer, buscó alguna medicina, algo dentro de los cajones, gavetas, encontrándose con muchas cosas que lo sorprendieron, pero que debían pasar por alto. No le quedó de otra, que buscar en internet, las manos le temblaban. Mientras regresó con ella, puso su cabeza sobre sus rodillas. Acariciaba con una mano su mejilla para hacerla reaccionar y con la otra prestaba atención a lo que decían en el video, luego mando un mensaje por medio de un aplicativo en línea que podía traer lo que necesitaba, solo eran quince minutos los que debía esperar, también decía que debía ayudar midiendo su temperatura, algo elevada, pero no en exceso, puso un paño frío sobre su frente, ahora si sudaba, pero por la angustia que experimentaba el verla de esa forma, quería verla sonreír. Decirle, mi amor.
—Vamos, Evelyn, tienes que estar bien, si no despiertas, me voy a deshacer de esa cosa que tienes de mascota, no deja de ladrar, juro que no le hice nada, pero despierta.
Los minutos pasaron tan lentos que no sabía qué más hacer, ella balbuceaba algunas cosas. Finalmente, el timbre sonó, no esperó mucho, corrió a abrir, recibió el paquete y cerró la puerta en las narices del pobre mensajero.
—Toma esto, por favor—. Con mucho esfuerzo lo logré. Otros minutos, llenos de tortura, avanzaron, hasta que ella empezó a despertar. Cuando abrió los ojos, pensó que estaba alucinando, que era un bello sueño, donde su príncipe venía a rescatarla.
—Príncipe, ¿Eres tú?
—Algodón de azúcar. ¿Cómo te sientes?
—No estoy soñando, estás aquí conmigo —tocando su mejilla, corroborando que no fuera otro sueño o una alucinación producto del catarro.