En Las Curvas ¿del Amor?

LAS ALAS ¿DEL AMOR?

—Cariño, solo tienes que tenerles paciencia —le decía Evelyn, mientras el rubio se observaba en un espejo procurando que no haya ninguna huella en su amado rostro.

—No sé cómo puedes pedirme esto, si tu gatita más bien monstruo casi arruina mi rostro.

De pronto sintió las manos de Evelyn rodear su cintura a la vez que pegaba su rostro a su espalda. Una tonta e inexplicable sonrisa se posó sobre su rostro.

—Pero no te hizo nada, mi amor, tu rostro sigue igual de perfecto. Tan lindo como siempre.

—Usted, señorita, no debió levantarse de la cama, si apenas te estás recuperando.

La tomó de los hombros y la giró para llevarla de nuevo en la cama. Entre protestas de su parte, se quejaba por ser tratada como niña chiquita, pero en el fondo adoraba que él la tratara así, como una niña que estaba siendo protegida.

—Me malcrías demasiado, me voy a malacostumbrar— Esa mueca de ella poniendo un puchero, lo hizo sentir diferente, con ella todo era distrito y realmente único y costaba admitirlo, desde hacía semanas eran novios oficialmente, no habían pasado de un beso, un abrazo o una ligera caricia, si su mejor amigo supiera se reiría de él, el pervertido, el osado Sebastián se estaba portando como un púber, como un adolescente, reprimiendo sus instintos básicos, pero con ella no podía, algo dentro lo impedía de manera absurda, porque si fuera otra mujer a estas alturas ya la habría llevado a la cama para luego deshacerse de ella.

—Duerme preciosa— La cubrió con las frazadas y sin darse cuenta dejo su rostro sobre el estómago de Evelyn, ella inconscientemente acariciaba sus rubios cabellos, como si fuera un niño pequeño, gestos para muchos insignificantes, pero que se estaban metiendo en el fondo del alma de Sebas, quien carecía de los conocimientos que, te da la vida, para saber que el amor se estaba construyendo, un amor tan profundo que lo estaba dejando ciego sin siquiera darse cuenta cuando o como.

—Te amo, príncipe.

Ambos se quedaron dormidos, cerraron los ojos y, de un momento a otro, fueron envueltos en los sueños más profundos.

—Príncipe, despierta— era la dulce voz de su novia. —El desayuno está servido.

Las horas habían transcurrido sin siquiera darse cuenta, ella lo había estado observando por mucho tiempo, su rostro tan perfilado, ese mentón, sus cabellos rubios que sobresalían, esa linda nariz como ella decía, de ángel, le decía en secreto.

—¿Qué hora es?

—Las nueve de la mañana.

—¡¿Qué?! No puede ser, debes estar bromeando, debiste levantarme antes. ¡Maldita sea!

—¿Qué sucede? —Casi caía de la cama, mientras que él estaba buscando sus zapatos de manera inútil.

—Tengo junta con mi hermano en menos de una hora, no debí quedarme, me va a matar— Hasta que por fin encontró sus zapatos. No se despido de ella, tomó las llaves del auto que había dejado cerca y pretendió irse lo más rápido posible, sin embargo, por un segundo, solo un instante, algo dentro suyo, lo hizo retroceder sus pasos, darle un casto beso a su novia y marcharse.

Una vez en la carretera, le daba uno y otro golpe al volante, evadió unas curvas, se saltó algunos semáforos, llegando rápidamente a la reunión con su hermano, para su mala suerte el lugar de reunión era en un lugar lejano de donde quedaba la empresa, se lamentaba el haber olvidado algo tan importante.

—Cualquier cosa menos la impuntualidad, parte del trato que hace que tengas la vida de playboy que tienes es esa, cero retrasos, soy un hombre cuyo tiempo vale oro, no lo olvides.

Esas palabras resonaban en su mente, su hermano era un hombre firme, de convicciones a prueba de todo. Si alguien le tenía temor o un respeto extremo era a él.

Finalmente, había llegado, bajo el espejo delantero, se peinó el cabello y no le quedó otra opción que tomar el saco de emergencia, pero no pudo evitar verse demasiado informal, frente al seguro traje impecable de su hermano mayor.

—Frederick, hermano.

—Parece que no has visto tu reloj— Fue lo primero que dijo, pero ahí estaba Frederick Del Toro, un hombre vestido completamente de negro, de la punta a los pies, su rostro serio, sus duras facciones, su cabello peinado hacia atrás a la perfección, pero lo que más nervioso lo tenía, era esos golpes sobre la mesa que daba con su dedo meñique, sabía claramente que significaba, su hermano no era un hombre cuya paciencia fuera lo que más lo caracterizara y justamente él había agotado eso su paciencia.

—Hermano, déjame explicarte.

—Explica tus veinte minutos de retraso y hazlo en treinta segundos, empezando ahora.

—Por favor, Frederick, no actúes de esta forma, solo fue un retraso. Además, es la primera vez que sucede, solo fue algo urgente que me impidió llegar a tiempo.

—Ayer gane unos cientos de miles, así que estoy de buen humor, solo espero que no se vuelva a repetir y sobre todo que no sea por lío de faldas, una cosa es que deje que actúes a la ligera, pero tus estupideces no van a afectar mis negocios, porque si eso sucediera, el acuerdo que tenemos se acaba y tendrás que ganar cada pedazo de carne que te llevas a la boca, tu vida de lujo al que te he acostumbrado se acaba.




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