—Ha pasado un mes, amigo. ¿Sabes lo que es eso para tu marca?
—No es necesario que me lo recuerdes. — Aquel comentario de Andrés, de pronto hizo que sintiera un mal sabor de boca, una incomodidad recorriendo su cuerpo, de una manera tan extraña, una que no quería encontrarle sentido, porque muy en el fondo sabía que si lo hacía estaba perdido.
—¿Entonces? Se supone que sacaste la artillería pesada que es tu prima, por lo que no entiendo a qué viene toda la parafernalia, del noviecito de manita sudada. Sé que la idea de acostarte con ella no debe ser muy bonita, de solo imaginar, se me pone la piel de gallina, pero
—No quiero hablar de ella, te dije que no me lo recuerdes.
—Hablé con ella ayer— Cuando dijo aquellas palabras, casi se cayó de la silla.
—¿Qué hiciste qué? No me gusta que te metas en esto.
—No entiendo por qué te espantas, no sé cuántas veces he terminado interviniendo a tu favor, siempre has agradecido mi ayuda, entonces ¿qué hay de diferente con esta? Es solo parte de tu juego, el tonto capricho del momento, una más de la lista. Pensé que éramos amigos, pero creo que hay algo que no me quieres contar.
Lo observo detenidamente, su mirada esquiva, como si no quisiera revelarse a sí mismo, normalmente a estas alturas le estaría mostrando las pruebas del acoston de turno, sin embargo, con esta en particular había algo diferente, no se estaba comportando como el Sebastián de siempre incluso se sorprendió cuando cambio de empresa de publicidad sin consultarlo con Frederick o el supuesto mejor amigo, no podía y no quería creer que fuera por influencia de ella.
—Esta noche tengo reserva en el Season ¿Contento?
Andrés se levantó, se posicionó detrás de la silla de su amigo y puso sus manos sobre sus hombros como si lo felicitara por su futuro acto heroico.
—Muy bien, ese el Sebas que conozco, ole matador con la
—¿Qué le dijiste? —Tratando de cambiar rápido de tema.
—¿Qué?
—Me contaste que hablaste con ella, quiero saber qué fue lo que pasó en esa conversación.
—Solo te hice quedar bien, siempre es el mismo discurso, aunque no puedo negar que verla sonrojar, puede causar hasta ternura, en serio amigo, no hay por donde salvarla, los anteojos, las ropas ahora justas del uniforme, bueno no olvides apagar la luz e imaginar que es alguna de tus viejas conquistas, creo que así tu trago amargo no lo será tanto.
—Mejor ve a seguir haciendo la pantomima en la que trabajas, dime Andrés.
—¿Qué quiere el señor jefe, primero dice que me vaya y ahora no me deja ir con sus preguntas?
—Llevamos años siendo amigos, donde yo estoy siempre estás tú, pero ¿Será eterno? —Andrés movió un poco la cabeza, sin creer aquella pregunta, no quería responder, después de todo se había sujetado tanto al rubio, que no tenía ánimos de hacer algo diferente, estar a su lado era muy sencillo y conveniente, todo presidente necesita un asesor, vicepresidente, consejero, él siempre era cualquiera de esas cosas y se llevaba una buena tajada llamada sueldo, uno que no le costaba nada, solo llegar temprano, estar sin hacer nada durante ocho horas y regresarse a su vida nocturna favorita, a disfrutar del sadismo que experimentaba del dolor ajeno.
—Los amigos están para apoyarse, siempre que se necesiten, somos amigos, Sebastián siempre lo seremos— El sonido de su voz, ese tono seco y autoritario, hizo que el rubio, sintiera algo extraño, como si el aire se congelara en ese instante, Andrés abrió la puerta y se fue, no dejo que su querido mejor amigo, viera la mirada de odio y resentimiento que traía.
—Todo lo tienes fácil, todo lo tienes en bandeja de plata, a la orden del día, abres la boca y todo se da en demasía, no hay problema en que quiera disfrutar un poco siendo tu sombra, donde lo que tú dejas yo lo tomo, siempre ha sido así y nunca va a cambiar.
Estaba tan sumido en sus propias palabras que no se fijó en que chocó con alguien, era ella, la mujer que, desde que apareció en la vida de su amigo, lo había hecho pensar diferente, fue como si algo lo hubiera iluminado.
—Lo siento —se disculpó ella, recogiendo los papeles que traía.
—Tranquila, no fue nada —respondió él, ayudándola a recoger los papeles. Por un instante sus ojos se perdieron en su escote, debía reconocerlo, después de todo, tenía aquella delantera como montañas. La falda de Evelyn se subió un poco cuando se agachó algo que también él vio, que después de todo sus muslos eran jugosos y apetecibles, tenía cosas que fácilmente y con la luz apagada él disfrutaría.
—Me tengo que ir.
—Tranquila, sabes que un día de estos deberíamos almorzar juntos, te puedo contar muchas cosas de tu novio, claro, anécdotas vergonzosas, que seguro no quiere que sepas.
—¿En serio? — Se detuvo por un momento, mientras él avanzaba—Creo que no es mala idea.
—Claro que no es mala idea, es algo genial. Si se me ocurrió a mí, cuídate, Evelyn, cuídate mucho.
Él se marchó con las manos en los bolsillos y con un silbido aparentemente inocente, pero lo que ella desconocía, era que aquel sonido la iba a atormentar hasta en sus más profundos sueños, volviéndolos pesadillas.