Bonito viernessssss.
Uh, no se imaginan por dónde se acaban de meter, jeje. ¡Se viene muy bueno! El capítulo de hoy está bastante más intenso que los anteriores, ¿listos para la aventura?
Las palabras tienen efectos, algunos más fuertes, pero siempre producen algo. Una palabra bien puede ser empleada como un arma, un puñal que está listo para ser clavado profundamente en el corazón de alguien sin la intención de matarlo, pero sí de apagarlo; o puede ser utilizada como una rosa que se introduce en el corazón para crecer y acariciar el alma de la persona, para liberarla y darle alas.
Rowena sabía perfectamente los efectos que su habla podía producir, fue educada por Rolan, un hombre sensato que conocía muchos secretos y podía hablar el idioma antiguo de Rutonia.
El idioma antiguo se fue desvaneciendo cuando los estoncos invadieron Rutonia, aunque algunas palabras siguen utilizándose como término coloquial, nadie habla por completo el idioma, a excepción de Rowena, Rolan y algún otro que no se encuentra en Mazefrek.
La verdad era que ambos Wölgub podían alardear sobre su inteligencia, pero no hacía falta. Más astuta es la persona que demuestra su inteligencia sin alardear de ella.
Tal vez por eso mismo era que Gwendolyn odiaba tanto a Rowena. Detestaba que, aunque no la afrontara directamente siempre lograse callarla con un par de palabras. ¿Cómo era que una niña odiosa pudiese dejarla sin palabras en la boca? Era insólito e imperdonable.
Por ello Gwendolyn pasó su tarde meditando sobre el asunto. Estaba con los tres chicos que la observaban como si quisieran devorarla. Ella sabía precisamente lo que pensaban de ella y lo que querían a cambio, pero siempre se hacía la indiferente a esos temas.
Muchos la llamaban fácil, pero pese a que podían tener su cuerpo fácilmente, no podían tener su corazón, cual era el premio mayor.
Ese mismo día, mientras Rowena caminaba a la Orilla del Cuerno con un nuevo acompañante (sorprendentemente de carne y hueso), Gwendolyn se preparaba para atacar. Pensaba que, así como Rowena usaba las palabras para callarla podía hacerla pagar con las mismas.
Pero le costaba tanto idearlas... ¿cómo era posible que una niñata pudiese decirlas sin más, sin meditarlo tanto en ese mismo momento?
Ella permaneció en total silencio mientras los tres chicos la acorralaban contra la pared y la observaban con los ojos dilatados, uno sostenía un cigarro que ya iba por la mitad. Se lo extendió y, como si fuese ya una programación del cuerpo de Gwendolyn lo tomó sin verlo y se lo llevó a los labios mientras pensaba.
Conocía malas palabras, de esas que son tan fuertes que pueden hacer temblar el suelo donde estaba parada. Pero ésas no inquietaban a Rowena tanto como a ella le inquietaban las suyas.
¿Tenían más poder las otras palabras que las groserías?
Gwendolyn no lo sabía con certeza, pero era consciente de que no podía usar las armas de siempre para enfrentarse a una chica como lo era ella. Debía combatir con las mismas armas que Rowena utilizaba, pero empleando una estrategia distinta.
Las groserías siempre formaron parte de su vida, a menos desde que conserva memoria, pero su padre pretendía educarla como una señorita de bien. Ella quería salir, navegar por el mundo y descubrir nuevos lugares.
Le hervía la sangre cuando Rowena, a pesar de querer lo mismo que ella, se daba el lujo de subir a los árboles, soñar despierta y siempre llevar consigo una sonrisa.
¿Cómo podía ser tan similares y a la vez tan distintas?
Gwendolyn comenzaba a creer que Rowena tenía mucha más suerte que ella, cuando en realidad era lo contrario.
Cuando sacó el cigarro de entre sus labios y se lo regresó al muchacho, que sonreía de oreja a oreja y no dejó de observarla ni por un segundo, pasó Rowena, caminando plácidamente en compañía de alguien más.
Gwendolyn la observó fijamente, quería quemarla con su mirada.
¿Era uno de los nuevos habitantes? Su mano se transformó en un puño y tuvo que apretarlo tan fuerte para evitar sestar un golpe. Todavía los caninos la seguían, como si no tuviesen nada mejor qué hacer.
¿Qué estaba pasando?
Gwendolyn observó fríamente a sus acompañantes.
Conocía muchos puntos débiles de Rowena. Uno de ellos era el deseo. Así que usaría eso a su favor.
Empujó a uno de los chicos para que retrocediera, así se abrió pasó y observó la calle terrosa por la que Rowena, Darion y los Perdidos se desplazaban en silencio.
Gwendolyn estaba dispuesta en hacer una visita a la Orilla del Cuerno, donde Rowena pasaba sus tardes, trepada al árbol que pertenecía al pueblo y observando el cielo. La haría pagar por una vez, a pesar de que ella no tuviese la culpa de nada.
—No hace falta que vengan —se apresuró en decir la castaña, regresando a los sujetos—, regresaré en menos de lo que la luna brilla.
Diciendo eso, emprendió una caminata en completo silencio. No debía ser descubierta. Necesitaba que en algún punto aquel extraño muchacho se fuera y, de preferencia, se llevase a los perros.
Se ocultó detrás de una de las casas que estaban en la terminal del pueblo, frente a ella se alzaba la pequeña Orilla del Cuerno, donde Rowena ya estaba sentada, junto a Darion.
Rowena aguardaba un gesto de terror mientras sus ojos se conectaban con los de Darion. ¿Cómo había regresado del boque? ¿Y si estaba poseído? Esa clase de preguntas invadieron la cabeza de Rowena como relámpagos.