Siempre hay un momento donde piensas, dices o haces algo y entonces comprendes que eres menos buena persona de lo que creías ser. El ser humano puede ser egoísta, es parte de su ser y no se puede juzgar. Todos nos preocupamos por nosotros mismos antes que lo demás.
El egoísmo no es malo, solamente es incomprendido.
Rowena jamás creyó estar en una posición tan egoísta como en la que se encontró cuando Darion fue a buscarla minutos después que su padre saliera a la reunión que la Mesada había organizado.
Había llegado como si se escondiese de alguien, observaba a todos lados y se escondía entre las sombras de la oscuridad, la noche ya había comenzado a caer. Rowena lo observó por la ventana y se preguntó qué era lo que estaba haciendo.
¿Acaso regresaría al bosque? ¿Por eso se comportaba de esa forma?
La imagen que intentó borrar volvió a su cabeza. Una vez más se atormentó con lo que vio y no debió ver.
Y gracias a ello, la tentativa de seguir a Darion, saber más de él y descubrir sus secretos, crecía con más fuerza en su interior.
Cuando Darion llegó a su ventana y tocó, pidiendo que le abriese, haciendo el mínimo ruido posible, Rowena obedeció. No porque fuese una orden, sino porque la curiosidad atacaba su pobre cabeza.
Rowena siempre fue una chica curiosa, de ésas que las palabras no logran saciar. Cualquier pequeña cosa le hacía brotar dudas y debía terminar con ellas lo antes posible. Desde que su padre le había dicho que Heidi le tenía una sorpresa, no había dejado de pensar en eso.
Entonces cuando Darion llegó de semejante forma, lo único que le quedaba era descubrir lo que ocurría.
Abrió la ventana con fuerza, esa vez estaba un poco más floja que la última vez. El ruido fue hueco, sin embargo, pareció no ser suficiente para atraer la atención de los habitantes que estaban en la junta.
Darion soltó un suspiro y se acercó, buscando los ojos de Rowena.
—¿Qué sucede? —inquirió la rubia.
—Debes venir conmigo —le pidió, observando al otro lado de la calle, el miedo le recorría el cuerpo, aunque no se hizo notar.
—¿Lo olvidas? —preguntó Rowena con ironía alzando sus brazos— Fui confinada en mi habitación.
—Por eso mismo vengo —se apresuró en decir— tu vida corre peligro ahora mismo. Debemos sacarte de aquí.
Rowena observó los ojos azules de Darion, los cuales a penas podían apreciarse por la penumbra.
—¿De qué hablas? ¿Peligro?
Darion asintió con la cabeza, tomó aire y trató de lucir indiferente.
—Decidieron tu castigo. Es hora de irnos, Rowena.
—¿Mi castigo? ¿Cuál es?
—La muerte —respondió Darion sin titubeos.
Rowena palideció. Se alejó tres pasos de la ventana y observó con terror algo más allá que Darion. La palabra revotaba en su cabeza como una pelota, sin cesar y con la misma fuerza.
¿Muerte? ¿Querían matarla?
Quiso preguntarlo por si había escuchado mal, pero no tenía las fuerzas para hacerlo. No podía moverse, estaba demasiado conmocionada como para hacerlo.
—Rowena, ¿me estás escuchando? Debemos irnos, pronto vendrán por ti.
Rowena no podía verlo directamente a los ojos, estaba tan aterrada que no podía pensar con precisión. Su realidad se veía demasiado borrosa. ¿Así que ésa era su historia? ¿Su destino? ¿La muerte?
Entonces la imagen de su padre vino a su mente.
¿Qué ocurriría con él si moría? ¿Si algo le ocurría?
—¿Van a matarme? —preguntó, atónita y con la voz casi apagada.
—Es por eso mismo que debemos irnos ahora, ¿o acaso quieres morir?
Rowena, como si se tratase un robot, negó con la cabeza mecánicamente.
—No, claro que no.
Darion asintió con la cabeza.
—Entonces, ¿podemos irnos?
Rowena intentó regresar a la realidad. No sabía lo que Darion tenía planeado, pero si podía creer que podía salvarla, entonces debía hacer el intento.
Abrió sus ojos en la realidad y asintió con la cabeza.
¿Cómo saldría? Observó su habitación. No había un rincón por donde salir. La ventana era demasiado estrecha y la puerta estaba cerrada con seguro.
Darion notó lo que estaba pensando.
—No te preocupes, puedo resolverlo.
Entonces desapareció del campo de visión de Rowena. La oscuridad de la noche no permitió que observase más allá, las sombras estaban extintas o, mejor dicho, eran lo que inundaba al pueblo.
Las sombras podían ver más allá de lo que Rowena podía.
Sabían secretos que Rowena necesitaba.
Intentó ver por encima de la negrura, se pegó más a la ventana, sin embargo, no alcanzó a ver nada. Tenía mucho miedo. Jamás había sentido tanto miedo, ni en sus pesadillas. El pueblo quería matarla, la condenarían, dejarían a su padre solo y ella se iría a la horca por un crimen que cometió solamente la mitad.
Entonces, mientras pensaba, un sonido hueco se expandió desde la entrada de la casa. La puerta fue golpeada contra la pared. La sangre de Rowena se heló unos instantes por el miedo.
Unos pasos, rápidos, corrieron por el pasillo, parecía dudar de las direcciones hasta que un golpe se sestó en la puerta de Rowena. Instintivamente se pegó más a la ventana.
Cuatro golpes más bastaron para que la puerta se abriera de golpe y diera contra la pared. El sonido hueco hizo que Rowena contuviera el aliento.
Delante de ella estaba Darion, con los puños sangrando, la mirada aterradora, como si se tratase de un salvaje. Rowena abrió los ojos hasta sentir que saldrían disparados de sus cuencas.