Una pequeña bellota rodó y rodó cuesta abajo sobre el camino de tierra, rodó hasta estrellarse con el primer escalón de madera de la vieja casa. Todo pareció estar sumido en la plenitud del silencio hasta que un grito ensordecedor saltó.
Quizá provino del interior, tal vez era del exterior.
La bellota quedó estática después del golpe y, de algún lugar, saltó algo que terminó destrozando la bellota.
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Rowena avanzó, sus piernas ardían y sus pies se debilitaban, sin embargo, intentaba imaginar que el dolor no existía, de esa forma podía seguir andando hasta la casa.
El viento rugía en el oído de Rowena, como si quisiese advertirle de algo, algo grande que estaba próximo a suceder; las sombras danzaban con más fuerza con ayuda del viento, ellos intentaban detenerla, pero ninguno logró sujetarla. Como siempre, Rowena fue oídos sordos al viento y vista ciega a las sombras.
Cuando estuvo cerca de la casa, sintió que el viento rugió con más fuerza, pues su cabello se lanzó con fuerza hacia atrás y se vio obligada a retroceder dos pasos, tambaleantemente. El frío erizó su piel y pareció que esa área del bosque se oscureció. Un escalofrío recorrió la espalda de Rowena.
Rowena buscó los ojos de Yen, ésta la observaba fijamente, inquisitiva, parecía igual de confundida que ella. «Yo puedo» pensó Rowena, llenando sus pulmones de aire, intentando imaginar que eso que aspiraba era valor, «soy valiente y me sobran agallas» se repitió mentalmente y siguió avanzando hasta la puerta principal.
La puerta era de madera, con los años se había ido despintando, en algunas partes era más débil el color que en otras, el sol había absorbido gran parte.
Rowena tuvo que tragar con fuerza antes de armarse de valor para tocar la puerta con sus nudillos. Al tercer golpe, la puerta se abrió lentamente, revelando una habitación sumida en la penumbra.
Buscó con la mirada algo que sirviese como respuesta, pero todo estaba excesivamente tranquilo y eso volvía todo mucho más sospechoso. Rowena descubrió que todas las ventanas estaban abiertas y, pese a eso, la iluminación de la habitación dentro de la pequeña casa seguía siendo casi nula.
Empujó lo que quedaba de la puerta y asomó la cabeza. Podía observar algunas cosas, como una mesa vieja, pequeña y llena de trastos, una puerta a la derecha y otras más atrás de la mesa.
Dentro parecía existir un sonido, un traqueteo que permanecía con el mismo ritmo. Un golpe y luego otro.
—¿Hola? —llamó Rowena con el corazón en la garganta.
El golpeteo siguió.
—¿Puedo pasar?
Otra vez los golpes.
«Tal vez no haya nadie dentro» pensó, observando a Yen, quien alzó su oreja, como si estuviese a favor.
Rowena avanzó por la penumbra de la casa, dentro escuchó los silbidos del viento que se colaban por todas las ventanas abiertas. Sus pasos se escuchaban como eco dentro de la pequeña casa, Yen iba detrás de Rowena, sus garras también se producían como ecos. Cualquier ruido se escuchaba en exceso en ese lugar.
—¿Hay alguien aquí? —murmuró Rowena mientras su labio inferior temblaba y el golpeteo seguía con su ritmo, ahora mucho más fuerte.
No obtuvo respuesta, como las veces pasadas.
En una esquina de la habitación, estaba la viejecita meciéndose en la silla, un golpe atrás y otro en frente, su mirada estaba fija en el vacío, en la habitación oscura.
Rowena se percató de su existencia cuando se acercó un poco más. El cabello que aquella vieja era escaso y extremadamente blanco, sus labios se movían rápidamente pero no se escuchaba más que el silbido del viento, parecía estar recitando algo; sus dedos estaban aferrados en el mango de la silla, parecían casi destruidos. Eran alargados, llenos de arrugas y tan frágiles como una taza de porcelana, sin embargo, era de una sola mano. La otra mano parecía estar oculta en el regazo de la vieja.
—Uhm —Rowena se acercó con paso cauteloso, temía asustar a la viejecita—, disculpe —llamó con nerviosismo—, ¿usted está bien?
Los labios delgados de la vieja seguían moviéndose sin pronunciar nada.
Rowena se sentía incómoda, cambió su peso al otro pie y trompó sus labios dubitativa. El espacio donde se encontraba, sin duda era tenebroso, sin embargo, por más extraña que se viera la vieja, parecía ser inofensiva.
«¿Y si es la bruja de las leyendas?» se preguntó Rowena, «tal vez está hechizando el bosque». No era una mala teoría, quizá la vieja sí era la bruja y, para mantener maldito el bosque debía recitar un hechizo, día y noche.
Rowena dudó en si acercarse o alejarse, necesitaba saciar su curiosidad, pero el miedo empezó a invadirla. Quizá lo mejor era no molestar.
Retrocedió unos pasos y, antes de acercarse a la puerta, la vieja exclamó:
—El demonio —murmuró— a mi hijo se quiso comer —parecía una pequeña melodía infantil—, como no lo dejé la manó me cortó.
Rowena observó a la vieja con la ceja alzada. ¿Qué acababa de decir? ¿Algo sobre un demonio?
—El demonio enojado se marchó y a mi hijo títere lo transformó.
Otro escalofrío invadió la espalda baja de Rowena, entonces algo empeoró su situación, ocurrió tan deprisa que Rowena apenas pudo echarse boca abajo: el mismo grito terrorífico que había escuchado con anterioridad se hizo aparecer con más fuerza. Era casi mortal, los silbidos cesaron y el grito cobró fuerza, antes de que Rowena pudiese cubrirse los oídos, la vieja giró su cuello en su dirección y la observó.