Rowena siempre evitaba decir la palabra «adiós», temía que fuese lo suficientemente fuerte como para volverla real. Para ella, esa palabra era el sinónimo del olvido. Alejarse definitivamente de lo que se despide y regalarle su olvido.
Por lo que jamás la volvería a decir, mucho menos a su padre, a quien siempre quería tener a su lado.
—¿Tu madre es una reina? —murmuró Darion, con lo ojos extremadamente abiertos.
—Bueno —rio Rowena, abochornada—, en realidad son mis fantasías. Madre me abandonó cuando nací... no sé por qué ni adónde fue, pero me gusta creer que en realidad es una reina benevolente.
Darion soltó un suspiro y regresó a su semblante indiferente de siempre.
—Ah, lo lamento —murmuró, luego continuó caminando.
Rowena frunció el ceño en dirección a la tierra. ¿Qué había sido eso? ¿Qué le pasó a Darion? Tantas preguntas volvían a taladrar dentro de su cabeza. Apretó sus manos sobre la tela del vestido e inhaló todo el aire que pudo.
Cuando se sintió un poco más recompuesta y con la energía suficiente para continuar, alcanzó a Darion. Ambos caminaron en silencio en dirección a una pequeña farmacia que no les quedaba ya tan lejos.
Rowena permaneció perdida en su mente, intentando imaginar algo extraordinario y perderse en sus fantasías como siempre, pero en ese momento se sentía tan devastada que nada podía sacarla.
«¿Lo razonable es fingir que todo está bien?» se preguntó Rowena, juntando sus manos por detrás de su vestido.
Soltó un suspiro y llamó la atención de Darion, quien la observó con la ceja alzada.
—¿Te sucede algo?
Rowena lo observó de regreso e intentó esbozar una sonrisa.
—No... nada —mintió, Darion suspiró e hizo una mueca— es que estoy muy asustada —dijo por fin la chica de cabello dorado.
Darion apretó sus labios sin saber qué hacer o añadir. Se podía imaginar lo que Rowena sentía, pero no lo había vivido tal cual entonces no podía saberlo con certeza. ¿Qué sería mejor hacer?
Pensó en hacerse el indiferente y avanzar lo poco que les quedaba para llegar al local, pero creyó que no sería una buena decisión en ese momento.
Rowena lo había dejado de observar, se había detenido y, una vez más, reparó su mirada sobre la tierra. Sus pies estaban sucios por el sendero del pueblo, pero estaban igual de blancos que siempre.
No quería observar más arriba, quería perderse en la suciedad del pueblo, en una realidad porque no podía escabullirse a una fantasía feliz. Sus ojos se habían vuelto a cristalizar y se recriminó mentalmente por llorar tanto.
«¿Por qué no puedo ser como Gwendolyn? Ella nunca llorar. Es fuerte y yo todavía parezco una niña...» se lamentó, mientras seguía totalmente estática.
Entonces Darion, en un rápido movimiento, la abrazó. Rowena se sorprendió ante la acción. Abrió sus ojos en la realidad del cielo y dejó caer su mentón en el hombro de Darion. Entreabrió sus labios, pero de ellos no salió ni un lastimero suspiro.
Permaneció unos segundos con los brazos a los costados, sin saber si corresponder o huir. Estaba tan impactada que le tomó otro par de segundos tomar la decisión de abrazarlo por igual. Hundió su rostro en su pecho e intentó reprimir sus lágrimas.
Apretó sus manos en la camisa de Darion y aspiró su aroma. Olía como el bosque, ese aroma con el que Rowena tanto se había encariñado.
Abrió sus ojos de golpe. «Huele como el Bosque Maldito» se repitió mentalmente, «¿habrá entrado de nuevo?»
—La vida pone pruebas —dijo Darion con su voz masculina mientras acariciaba el cabello largo y ondulado de Rowena—, el problema no son las situaciones, sino cómo nos enfrentamos a ellas.
Rowena dejó escapar una lágrima y lo único que pudo pensar, además de las palabras del chico, fue en que había manchado su camisa.
—Eres fuerte, Rowena. Quizá no lo creas ahora porque el pueblo no te lo hace ver, pero lo sabes. Solamente analiza todas las pistas que tienes frente a tus narices y podrás descubrir tu fuerza y a lo que verdaderamente estás destinada. Tus decisiones te llevan por donde tú quieres, no porque alguien más lo orqueste.
Tomó los hombros de Rowena e hizo que la observase, alzando su mentón. Los ojos de Rowena estaban rojos y llenos de lágrimas, sus mejillas hinchadas y sus labios apretados.
—No dejes que esto derrumba a la Rowena que todos conocen. A esa chica alegre y simpática que no teme a lo que los demás puedan creer de ella.
—¿Hablas de la chica extraña que está en boca de todos? —murmuró, enjugando sus lágrimas.
—No es extraña —se atrevió a decir el muchacho—, lo que sucede es que es tan extraordinaria que las personas ordinarias y envidiosas prefieren apodar como «extraña».
Rowena sonrió y sorbió su nariz.
—Bien, necesito ir a ese lugar, vayamos de una vez —pidió, alejándose de Darion para continuar con su paseo.
Estaban muy cerca del local de medicamentos, por lo que no tardaron en llegar. Rowena empujó la puerta de madera y observó a un hombre ya grande detrás del mostrador.
El lugar era un poco oscuro, como lo eran casi todos los lugares de Mazefrek. Tenía unas pequeñas ventanas a los costados y muchos estantes de madera con distintas etiquetas y envases de cristal.
—Buenos días —saludó Rowena, esbozando una sonrisa.
Darion la observó, alzando una ceja. Era la misma sonrisa de siempre.
—Buenos días, Rowena —regresó el saludo el hombre.