Otra vez me veo en la obligación de partir en dos partes este capítulo porque se me extendió un poco más de lo estrictamente nbecesario, sin embargo, cada detalle que éste contiene es importante tanto para la trama como para ustedes, lectores.
Miró perpleja a la pared, la habitación solamente estaba alumbrada por una tenue luz desprendida de la vela. Todo estaba oscuro y no podía diferenciar lo que había delante de ella, parecía un abismo infinito. Contuvo el aliento, cerró el cuaderno y lo abrazó.
Estuvo veintiún años en compañía de su padre y acababa de darse cuenta que realmente no sabía mucho de su historia, de él en sí. Tanto que le gustaban las historias... volvió a llenar sus pulmones de aire, retuvo y soltó un suspiro cargado de dolor. ¿Cuántas cosas más había que desconocía? No sabía que tuvo una tía que no pasó de los tres años, o que su padre era tan solo un niño cuando lo perdió absolutamente todo.
Ella también ya había perdido todo, pero ya no era una niña. Tenía veintiuno, podía cuidarse sola perfectamente, en cambio su padre...
Apretó los puños sobre el edredón y observó que Yen cambiaba de posición sobre la cama, la había estado observando todo este tiempo sin pegar ojo.
¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo habría estado leyendo o contemplando la nada mientras sus pensamientos vagaban y se estancaban? Necesitaba aire, aliento... necesitaba nuevas razones para seguir existiendo. Ella siempre había aspirado a las aventuras, a ser libre, pero hasta ese momento su vida se había basado en historias completamente ficticias y en cuidar de su padre (y su padre de ella, claro).
En esos momentos no estaba segura de siquiera quién era.
Se levantó, dejó caer sus descalzos pies sobre el piso de madera y los arrastró hasta la puerta. Yen no tardó en incorporarse para seguirla.
Avanzaron por el lúgubre pasillo, donde la foto de su madre estaba colgada. No pudo detenerse a verla como siempre lo hacía, no podía ver sus ojos verdes aunque sea en la penumbra y decirle cómo se sentía o que ella descubriera lo que pensaba; no podía darle la noticia ni a una foto.
Su cuerpo pesaba como un costal lleno de rocas. Se sentía devastada, rota e inconforme.
Escuchó los pasos de Yen tras ella mientras recorrían el pasillo para llegar a la entrada principal. Rowena tomó el abrigo y volvió a suspirar. Suspirar calmaba de cierta forma su alma, expulsar el aire caliente, comprimido y lleno de dolor la hacía sentir un poco más pura de lo que era en ese momento.
Abrió la puerta, girando lentamente la perilla, como si fuese el acto más complicado que hubiese hecho en su vida (cosa que no era así, había ido al Bosque Maldito y regresado dos veces), cuando la puerta rechinó y se abrió completamente, dejando entrar el aire helado de la noche, Yen salió y esperó a que Rowena la siguiera, el corazón de la canina martilleaba con fuerza y sus ojos se cristalizaban cuando veía que Rowena se rompía cada vez más, con cada soplo e inhalación.
La chica de cabellos dorados salió de la casa, se abrazó a sí misma, cerró un poco la puerta y se sentó en la banca. La banca donde también se sentaba su padre y charlaban durante un rato. Observó la nada una vez más mientras sus ojos volvían a llenarse de lágrimas, lágrimas que no quería derramar. No por miedo o inseguridad, más bien porque creía que de esa forma aceptaba lo que estaba viviendo. Aceptaba la muerte de su padre.
Y no.
Ella no quería aceptarlo.
Había beneficio, un lado positivo... iba a obtener las respuestas que siempre anheló y por lo que había leído, incluso adquirir más. Sabría todo lo que había detrás de su propia historia así como la de su padre... y quizá, si tenía suerte (aunque en ese momento estaba bastante segura que la suerte no estaba a su favor) la de su madre.
¿Todas esas k'le gobben respuestas valían por encima de su padre?
No, eso jamás lo creería.
Prefería seguir viviendo en la ignorancia (aunque fuese eterna) si así su padre podía seguir con vida.
¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo había dejado a su mente dar vueltas y vueltas?
Se aferró a la banca, sus manos estaban heladas así tanto como sus pies. El piso rechinaba bajo sus pies hasta que los subió al asiento y abrazó sus piernas. Yen tomó asiento junto a ella y la observó fijamente con sus ojos del color del mar. Rowena volvió a tomar aire.
¿Podría seguir adelante? ¿Acaso tendría las fuerzas necesarias para continuar con su vida? Debía tenerlas. Debía hacerlo por su padre. A él no le gustaría verla así... perdida, desolada y sin energía.
Pero en ese momento Rowena no podía pensar en ella como alguien alegre, soñadora y fugaz. Se estaba rompiendo o ya había llegado el punto en el que estaba completamente rota.
Estar roto significaba dejarle paso a la melancolía, a la enfermedad que había acabado con su padre.
Exhaló con fuerza y sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más.
En unas horas sería el funeral de su padre, llevarían su cuerpo a la iglesia del pueblo, harían una ceremonia en su honor y... ¿qué sucedería después? ¿Qué pasaría con ella o con el resto del pueblo? ¿Eso sería todo? ¿Una despedida formal para luego dividirse y regresar a la vida?
Regresar a la vida...
—La vida siempre continúa —murmuró Rowena para sí misma—, siempre.
No sabía qué pasaría con ella, tampoco tenía una mínima idea de lo que proseguiría. Y eso la aterraba. Le comprimía el pecho. Algo nuevo estaba ocurriendo y no se sentía preparada.
—Él dijo que estaría preparada —susurró con el llanto atascado en su garganta, intentando abrirse paso, pero Rowena imponía fuerza para no dejarlo salir. No porque fuese débil o sintiese miedo o inseguridad... más bien porque...
—No lo acepto. No lo acepto, Destino. Me niego a aceptarlo, Cielo, Sol, Luna, Estrellas y tú, Hoyo Negro.