En las Fauces del Lobo | Próximamente En FÍsico

33. Una casa que no era de sueños

33 | Una casa que no era de sueños

Cuando confías en alguien, le entregas sin pensar lo que eres. No piensas que aquello puede salir mal, aunque sabes que es una posibilidad. Solo te dejas llevar, como una margarita flotando en el mar, guiada por las olas hacia un lugar desconocido.

Rowena había confiado ciegamente en Darion. Se había entregado a él a pesar de las mil preguntas que azotaban su cabeza. Se había negado a ver porque, tal vez, en realidad no quería saberlo. Prefería creer que esa pequeña parte de su vida estaba bien. Que era correcta y nada malo podría suceder.

Con las manos cubriendo su boca y las lágrimas saltando de sus ojos, sentía como si la pequeña chispa que había atrapado con sus propias manos le era arrebatada. No se separó del tronco, sentía que sus piernas la harían caer en cualquier momento, y no podía pensar en que caería.

Caer en un interminable agujero...

El «Sí, Alfa» de Darion se repetía en su mente una y otra vez, mientras trataba de comprender aquellas míseras palabras. Su corazón latía con fuerza, pero Rowena lo sentía doloroso. No como cuando estaba con Darion a solas y la cercanía la ponía nerviosa; no como cuando se habían besado y él la había sujetado entre sus brazos.

Todo aquello parecía una mentira mientras seguía escuchando el «Sí, Alfa».

¿Para él todo había sido eso? ¿Una misión?

El dolor era tan parecido a cuando se había sentido rechazada, cuando Darion había dicho aquellas palabras tan hirientes... ¿y si de verdad pensaba todo eso pero necesitaba tenerla cerca para vigilarla?

¿Cuál había sido la mentira? ¿Cuál versión de Darion era la real? ¿O al menos siquiera existía esa versión?

Había sido un maldito peón. Por eso había ido. Por eso estaba con ella. Por eso hablaba con ella y por eso fingía comprenderla. Había logrado entrar en su corazón únicamente como un trabajo. Rowena jamás creyó que le dolería tanto saber que en verdad alguien no la valoraba por quien era, porque lo había vivido toda su vida. 

Pero se equivocaba.

Nunca se acostumbraría a ello.

Y el dolor era tan horroroso que la apresaba. Porque era él. Era Darion, después de todo.

Quizá todo había sido falso, pero ante sus ojos se desplegaban las cosas que habían vivido juntos.

La primera vez que se vieron. Cómo siempre la seguía y no le hablaba; cómo la rescató la primera vez del Bosque Maldito cuando no sabía cómo regresar a casa; cómo la había acompañado por la medicina de su padre; cómo había cuidado de los canes y cómo le había salvado la vida incotables veces; cómo arriesgó todo para darle a su padre lo que se merecía... ¿por qué había hecho todo eso si solo tenía que vigilarla?

La voz de Esus se hizo sonar por encima de los pensamientos de Rowena:

—Cuando la Luna Llena pase, Rowena debe venir con nosotros.

Rowena apretó sus manos encima de sus labios. No iría con ellos. No podía ni quería hacerlo. ¿Adónde la llevarían?

—Y nosotros por fin podremos ir a casa.

¿De dónde venían? ¿Qué querían exactamente? Su corazón golpeó en su pecho, el dolor incesante, creciendo dentro de su pecho. Muchas veces se había preguntando de dónde habían venido esos tres chicos, de dónde venía Darion... pero no quería pensarlo demasiado porque no le gustaba recordarse que no era de ahí y que algún día tendría que regresar a su hogar... dejarla como todos lo hacen.

Imaginar que aquel lugar no existía o que era demasiado lejano le era más fácil.

Pero en ese momento, moría por saber la respuesta. Por entender mejor lo que estaba sucediendo, porque quizá de esa forma las piezas hiciesen alguna clase de conexión. ¿Dónde era casa? ¿Adónde es que la querían llevar sin su consentimiento?

Quizá ya no habría algo que la atase en Mazefrek, y era verdad que siempre había soñado con marcharse... pero no podía, no así. No quería irse de esa forma. No quería que la llevasen a un lugar desconocido a la fuerza.

—¡Por Leoscis! —aulló Esus.

Y todos los demás contestaron:

—¡Por Leoscis!

Rowena ahogó un grito y cerró los ojos. Los aullidos silenciaron el ruido, los lobos estaban tan concentrados en su tarea que no parecieron darse cuenta.

«Leoscis...» repitió mentalmente Rowena.

Había escuchado ese nombre tantas veces esos últimos días. Comenzaba a conocerlo aunque no tuviese idea de qué era en realidad, o dónde era. ¿Irían hacia el norte? ¿Hacia el sur? ¿Atravesarían el Bosque Maldito o el escondrijo de plantas secas?

Una parte de ella punzó con el deseo de seguirlos, de alguna forma tenía que ir a Leoscis. Ahí su madre decía que estaba, y debía averiguar si era verdad. Ellos sabían dónde era, querían llevarla con ellos, ¿por qué?

¿Por qué querían vigilarla? ¿Por qué querían raptarla? ¿Qué era lo que sabían ellos?

Se mantuvo muy quieta, su cuerpo adherido al tronco del árbol, incapaz de dar un paso en falso, insegura de exponerse a algo que no debía.

Entonces los lobos comenzaron a disiparse, se alejaron por todas partes, menos tres de ellos. Rowena sabían quiénes eran. Se mordió la lengua y retuvo la respiración, mientras ellos se acercaban a paso lento.

Parecían todavía ajenos a su presencia. Actuaban como lobos, ¿podrían olerla?

—Debemos tener cuidado —dijo Esus con la voz pastosa.

Los otros dos asintieron con la cabeza.

Confío en que sea así —observó directamente a Darion.

El aludido alzó ambas cejas y se cruzó de brazos.

—¿Qué insinúas con eso, Esus?

La voz firme de Darion... Rowena conocía esa voz, pero estaba agradecida de nunca haberlo escuchado hablar con ese tono, dirigirse a ella de esa forma tan siniestra.

—Tú sabes a qué me refiero.

Darion bufó incómodo, tratando de contener las ganas de saltar contra Esus. No era el momento, si lo hacía ahora perdería de nuevo y no lo podía permitir. Finn dio un paso adelante, hacia Esus.




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