No es una sorpresa para nadie que Ciudad de México tiene unas cuantas cosas interesantes en su haber: Infinidad de museos, el estadio más grande de Latinoamérica, el castillo de Chapultepec, y otras muchas más. Pero tal vez lo más anómalo se encuentre en una casita blanca con techo de zinc y un bonito porche, no es algo, sino alguien realmente interesante que añadir a la lista, y ese es un joven de dieciséis años llamado Sebástian Mendez.
Él tenía cabello negro que parecía acabar en punta con flequillos adelante, ojos del mismo color que su pelo, nariz nubia, labios algo gruesos y un cuerpo un tanto tonificado justo para su edad y su apariencia delgada. Él era el tipo de persona que te ayudaba cuando te sentías mal.
Sebástian, en su día a día durante, hacía cosas como arreglar la casa junto a sus padres, Valeria Acevedo y Daniel Mendez, aunque él y la palabra "orden" no eran particularmente compatibles. Daniel era psicólogo, tenía una apariencia algo similar a la de su hijo, salvo por su cabello algo canoso, su nariz ganchuda y su altura superior a la promedio. Valeria por su parte era odontóloga y trabajaba desde casa ocupando una habitación como su consultorio. Tenía una apariencia algo rellenita y cabello ondulado, y en ratos libres, le enseñaba a su hijo a cocinar. Esto lo hacía desde que Sebástian tenía ocho años, generando una afición por la cocina a su hijo.
Durante las mañanas de los días de semana, Sebástian se la pasaba en la computadora o en su teléfono, la mayor parte del tiempo era estudiando un enorme temario como si allí estuvieran los apuntes de todo un año de escuela, siendo justamente eso al fin y al cabo, con un calendario que marcaba el veinticinco de febrero como "día del examen".
Los fines de semana, Sebástian acompañaba a su madre a ver alguna novela que ella viera (aunque se quedaba dormido con el tiempo) y luego se iba a trabajar a una heladería cercana de dónde vivía. Todos los clientes que lo atendían le preguntaban si sus padres se equivocaron al escribir su nombre, y este les explicaba a cada uno que no se llamaba Sebastián y que su nombre estaba bien.
En la vida de Sebástian era todo común y corriente, cosas que cualquiera podría hacer en su diario vivir, pero él tenía algo distinto a los otros, o al menos, de la mayoría.
Casi todas las tardes de cualquier día, él pedía permiso a su mamá y papá para ir a un bosquecito cercano a su casa para entrenar y mejorar su elemento y las capacidades de este, siendo concedido y caminando unos quince minutos hasta una gran arboleda.
Los elementos son habilidades especiales que muy pocas personas poseen al nacer, se dice que hay un elemental por cada cincuenta y cinco millones de personas en el mundo, siendo ellos los responsables de dar un futuro al mundo y proteger a los humanos, usando sus elementos para ayudar con cualquier daño en el planeta. O al menos, eso es lo que Lenard y la Ee les enseñan.
Lenard Mentoss, un hombre de pelo largo y cenizo, alto y en buena forma, es el elemental más fuerte que existe, derrotando a Connor Austin en el pasado. Connor era la contraparte de Lenard, mientras uno veía a los elementales como la llave para que la humanidad pueda vivir, Connor veía a los humanos como inferiores y futuros esclavos de los que tenían habilidades.
En el pasado, hace como trescientos años, ambos se encararon en una batalla decisiva por el destino de la humanidad y los elementales, resultando vencedor Lenard y Connor falleció. Tras analizar la pelea, Lenard se dió cuenta que aquellos que no pudiesen controlar sus habilidades serían un peligro para todos, y para no correr riesgos, creó una escuela para que los elementales aprendieran absolutamente todo sobre los elementos. La Ee (escuela que Lenard fundó) se encuentra en Enemeia, una ciudad donde solamente los elementales pueden entrar a través de un portal.
Sebástian iba a esta academia, su elemento era el fuego y era algo reconocido en la Ee por su peculiar historia de cuando llegó por primera vez. Pasó por momentos increíbles y justo ahora se encontraba de vacaciones tras terminar su primer año en la academia.
Sus padres no supieron cómo reaccionar cuando se enteraron por primera vez de los elementales y todo ese rollo, pero ahora lo ven hasta como algo ventajoso. En la casa no había mecheros ni fósforos porque siempre le pedían a Sebástian ayuda con esas cosas. Su papá le pedía que encendiera su cigarro y él obedecía expulsando una mecha de sus dedos, como con su mamá cuando le pedía que encendiera la cocina.
En el bosque, Sebástian hacía cosas como shadowboxing y lanzar ataques de fuego a los alrededores usando unas llamas "especiales" que, al tocar alguna cosa como árboles, el suelo o demás, se extinguirían y no quemaría nada ni dejaría rastro alguno. Regresando sudoroso a su casa siempre a las seis de la tarde.
Uno de esos días en los que Sebástian entrenaba en el bosque, con los pájaros cantando y el aire refrescando su cara, practicaba shadowboxing y alternaba prendiendo sus manos y lanzando bolas de fuego o lanzallamas a los alrededores.
Él llevaba ese estilo de entrenamiento desde hace ya casi dos meses, sin ser descubierto por otras personas ni haciendo daño a nada.
—Okey —pensó, sentado y agitado viendo la hora en su teléfono— en diez minutos termino y me regreso a mi casa.
Se levantó, alzó su mano en dirección a un árbol caído frente a él y lanzó sus llamas. El fuego se extinguió, pero Sebástian volvió a ver a su mano confuso, pues él quería lanzar una bola de fuego pero, como si su cuerpo se revelara, lanzó un lanzallamas que incluso parecía ser más caliente que el que él acostumbraba usar.
Sebástian terminó de entrenar y regresó a su casa para cenar y darse una ducha. Así fué todos los días a partir de ese momento, su cuerpo no le respondía como quería y ya se empezaba a frustrar.
Desde ese punto ya habían pasado dos meses. Hizo un examen virtual exageradamente extenso y con dos horas máximo para realizarlo, y logró aprobarlo.