En las montañas de la locura

Capítulo 2

La imaginación popular, a mi juicio, respondió activamente a las crónicas enviadas por radio de la partida de Lake hacia el noroeste por regiones que nunca había hollado el hombre ni siquiera en la imaginación, y eso que en ellas no aludimos a sus descabelladas esperanzas de revol ucionar por completo la biología y la geología. El viaje preliminar y los sondeos realizados entre el 11 y el 18 de enero con Pabodie y otros cinco hombres — enturbiados por la pérdida de dos perros en un accidente al cruzar una gran arista de presión en el hielo — habían sacado a la luz más pizarras arqueozoicas, e incluso a mí me interesó la singular abundancia de evidentes restos fósiles en aquel estrato increíblemente arcaico. No obstante, dichos restos eran de formas de vida muy antiguas que no implicaba n una gran paradoja, excepto por el hecho de aparecer en una roca definitivamente precámbrica como parecía ser aquélla; de modo que siguió pareciéndome poco razonable la insistencia de Lake en que hiciésemos un paréntesis en nuestro ajustado programa — un p aréntesis que requeriría el uso de los cuatro aeroplanos, un gran número de hombres y todo el instrumental científico de la expedición — . Al final no veté su plan, pero decidí no acompañar a la expedición al noroeste a pesar de sus ruegos de que le ofrecier a mi asesoramiento como geólogo. Mientras estuviesen fuera, yo esperaría en la base con Pabodie y otros cinco hombres y dispondría los últimos planes para trasladarnos al este. Uno de los aviones había empezado ya a transportar una considerable reserva de gasolina desde el estrecho de McMurdo, pero eso podía esperar por el momento. Me reservé uno de los trineos y cuatro perros, pues no conviene quedarse sin medios de transporte en un mundo totalmente deshabitado y muerto desde hace eones. La expedición de Lake a lo desconocido, como todos recordarán, envió sus propios comunicados con las emisoras de onda corta de los aviones; se recibían al mismo tiempo en nuestro receptor en la base sur y en el Arkham en el estrecho de McMurdo, desde donde se emitían al m undo exterior con longitudes de onda de hasta cincuenta metros. La partida tuvo lugar el 22 de enero a las cuatro de la madrugada, y recibimos el primer mensaje por radio apenas dos horas después, cuando Lake decidió aterrizar y empezar a fundir el hielo p ara tomar muestras en un lugar a unos quinientos kilómetros de distancia. Seis horas después, un segundo y excitado mensaje nos informó de su frenética labor, de la inserción de una sonda con dinamita y de la obtención de fragmentos de pizarra con varias m arcas parecidas a las que tanto nos habían sorprendido la primera vez. Tres horas más tarde un breve comunicado anunció la reanudación del vuelo ante la inminencia de una fuerte tempestad, y cuando le envié un mensaje advirtiéndole de que no corriese más r iesgos, Lake respondió secamente diciendo que los nuevos especímenes hacían que valiera la pena correr cualquier riesgo. Comprendí que su emoción lo había llevado al borde del amotinamiento y que no podía hacer nada por impedir una aventura que podía poner en peligro el éxito de toda la expedición; era espantoso pensar que se estaba internando cada vez más en aquella blanca, siniestra y traicionera inmensidad de tempestades y misterios insondables que se extendían unos dos mil kilómetros hasta la costa intu y desconocida de las tierras de Knox y la Reina María. Luego, transcurrida una hora y media, llegó un mensaje aún más excitado desde el avión de Lake que casi cambió mis sentimientos e hizo que deseara haberle acompañado. 22:05. En vuelo. Después de la tormenta de nieve, hemos ida divisado una cadena montañosa mucho más alta que cualquier otra que hayamos visto hasta ahora. Podría igualar al Himalaya si se tiene en cuenta la altura de la meseta. Probable latitud 76° 15’, longitud 113° 10’ este. Se extiende a izquierda y derecha hasta que se pierde la vista. Nos ha parecido ver dos conos humeantes. Todos los picos son negros y sin nieve. El viento que sopla de ellos impide la navegación. Después de eso, Pabodie, los hombres y yo nos quedamos sin aliento junto al receptor. Pensar en aquella titánica cadena montañosa a mil kilómetros de distancia inflamó nuestras ansias de aventura, y nos alegró que la hubiese descubierto nuestra expedición, aunque no hubiésemos sido nosotros personalmente. Al cabo de media hora comunicado: , Lake envió otro El avión de Moulton se ha visto obligado a aterrizar en la meseta al pie de las montañas, pero nadie ha resultado herido y tal vez puedan repararlo. Trasladaremos lo más esencial a los otros tres para regresar o seguir adelant e en caso necesario, aunque ahora mismo no es necesario volar con los aviones sobrecargados. Las montañas superan lo imaginable. Haré un vuelo de reconocimiento tras vaciar el avión de Carroll. Es imposible concebir nada igual a esto. Los picos más altos d eben de alcanzar los diez mil metros. Superan al Everest. Atwood va a calcular la altura con el teodolito mientras Carroll y yo los sobrevolamos. Probablemente me haya equivocado con respecto a los conos, pues las formaciones parecen estratificadas. Extrañ os efectos en el horizonte: hay secciones de cubos fijas en los picos más altos. Todo es maravilloso bajo la luz dorada y rojiza del sol de medianoche. Es como una tierra misteriosa en un sueño o la entrada a un mundo prohibido de maravillas nunca vistas. estudiarlo. Ojalá estuviese usted aquí para Aunque técnicamente era la hora de dormir, a ninguno se nos pasó por la cabeza acostarnos. Lo mismo debió de ocurrir en el estrecho de McMurdo, donde también estaban recibiendo los mensajes en el almacén de sum inistros y en el Arkham, pues el capitán Douglas llamó por radio dándonos la enhorabuena por el importante descubrimiento y Sherman, el operador de radio del almacén, se unió a sus felicitaciones. Por supuesto, lamentamos lo del avión averiado, pero confia mos en que pudiera arreglarse fácilmente. Luego a las once de la noche llegó otro comunicado de Lake: He sobrevolado con Carroll las estribaciones más altas. No me atrevo a intentarlo en los picos más altos con este tiempo, pero lo haré más tarde. La ascen sión es terriblemente difícil a esta altitud, pero vale la pena. Es una cordillera enorme y muy compacta, por lo que resulta imposible vislumbrar lo que hay al otro lado. La mayoría de las cumbres superan al Himalaya y son muy extrañas. Las montañas parece n precámbricas, con claros indicios de otros muchos plegamientos. Me equivoqué respecto a los volcanes. Se extienden en todas las direcciones. Por encima de los seis mil quinientos metros no hay nieve. Extrañas formaciones en las laderas de las montañas má s altas. Grandes bloques cuadrados con paredes verticales y líneas rectangulares con contrafuertes verticales, como los antiguos castillos asiáticos que se aferran a las montañas en los cuadros de Roerich. Desde lejos son impresionantes. Volamos cerca de a lgunos, y a Carroll le pareció ver que están formados por piezas más pequeñas, aunque probablemente sea efecto de la erosión. La mayor parte de las aristas están rotas y redondeadas, como si llevasen millones de años expuestas a las tormentas y a los cambi os climáticos. Hay partes, sobre todo las superiores, que parecen de roca un poco más clara que ningún estrato visible en la ladera y cuyo origen debe de ser cristalino. Al hacer pasadas a corta distancia hemos visto numerosas cuevas, algunas extrañamente regulares, cuadradas o semicirculares. Tiene usted que venir a investigarlas. Creo haber visto un contrafuerte cuadrado en lo alto de un pico. La altura parece oscilar entre los nueve mil y los diez mil metros. Ahora estoy a seis mil quinientos con un frío cortante. El viento sopla y silba en los desfiladeros y la entrada de las cuevas, pero hasta el momento el vuelo no reviste peligro. A partir de entonces y durante otra media hora Lake siguió enviando comentarios, y expresó su intención de escalar a pie a lgunos de los picos. Respondí que me reuniría con él en cuanto pudiese enviar uno de los aviones, y que Pabodie y yo pensaríamos en el mejor modo posible de disponer del combustible, en vista del cambio de objetivo de la expedición. Obviamente, las perfora ciones de Lake y sus vuelos de exploración requerirían transportar grandes cantidades a la nueva base que instalaría al pie de las montañas, y era posible que finalmente no pudiéramos llevar a cabo el traslado al este hasta pasado el invierno. Llamé por ra dio al capitán Douglas y le pedí que descargara todo el material de los barcos y lo enviara al otro lado de la barrera de hielo con el único trineo que teníamos. La prioridad era establecer una ruta directa entre Lake y el estrecho de McMurdo. Lake llamó p or radio más tarde para decir que había decidido instalar el campamento en el mismo sitio donde había aterrizado el avión de Moulton y que las reparaciones continuaban lentamente. La capa de hielo era muy fina y antes de emprender ninguna expedición de esc alada o en trineo haría algunos sondeos y voladuras en aquel lugar. Habló de la majestuosidad inefable del paisaje y de la extrañeza de sus sensaciones al hallarse al abrigo de unos pináculos silenciosos que se alzaban hasta el cielo como un muro situado e n el fin del mundo. Las observaciones de Atwood con el teodolito habían establecido la altura de los cinco picos más altos entre los nueve mil y los diez mil metros. El aspecto del terreno que parecía batido por el viento inquietaba mucho a Lake, pues reve laba la existencia ocasional de tempestades prodigiosamente violentas que superaban con mucho a cualquiera otra de las que habíamos sufrido hasta la fecha. Su campamento estaba a poco más de siete kilómetros del lugar donde se elevaban bruscamente las estr ibaciones más altas. Casi pude notar la alarma silenciosa de sus palabras a través de un vacío glacial de más de mil kilómetros me advirtió que — — enviadas cuando me advirtió que debíamos apresurarnos y explorar la nueva y desconocida región lo antes posible. Ahora se di sponía a descansar, tras un día de trabajo con prisas, tensiones y resultados casi sin precedentes. Por la mañana tuve una conversación por radio con Lake y el capitán, cada cual en su base lejana, y acordamos que uno de los aviones de Lake volvería a reco gernos a Pabodie, los cinco hombres y a mí, junto con todo el combustible que pudiera transportar. La cuestión de qué haríamos con el resto del combustible quedaría en suspenso unos días hasta que tomáramos una decisión sobre el viaje al este, pues de mome nto Lake tendría suficiente para las perforaciones y para calentar el campamento. Con el tiempo habría que reabastecer la vieja base sur, pero si posponíamos el traslado al este no la utilizaríamos hasta el verano siguiente, y entretanto Lake enviaría un a vión a explorar una ruta directa entre las nuevas montañas y el estrecho de McMurdo. Pabodie y yo nos dispusimos a cerrar nuestra base por un período corto o largo. Si invernábamos en la Antártida, probablemente volaríamos directamente desde la base de Lak hasta el Arkham sin volver a aquel lugar. Ya habíamos reforzado algunas de nuestras tiendas cónicas con bloques de nieve endurecida y decidimos completar la tarea y convertir el campamento en un poblado esquimal permanente. Gracias a que habíamos llevado e muchas tiendas, Lake tenía consigo todo lo que necesitaría la base, incluso después de nuestra llegada Le envié por radio un mensaje diciendo que Pabodie y yo estaríamos listos para viajar al noroeste tras un día de trabajo y una noche de descanso. No ob stante, a partir de las cuatro de la tarde no pudimos trabajar de manera continuada porque más o menos a esa hora Lake empezó a enviar mensajes de lo más extraordinarios y emocionantes. El día había empezado mal, pues un vuelo de reconocimiento sobre la su perficie de las rocas más cercanas había mostrado una ausencia total de aquellos estratos arcaicos y primordiales que estaba buscando, y que tanto abundaban en los picos colosales que se alzaban a una tentadora distancia del campamento. La mayor parte de l as rocas que había visto eran aparentemente areniscas jurásicas y comanchienses y esquistos del Pérmico y el Triásico, con esporádicos afloramientos de color negro brillante que recordaban a un carbón duro y pizarroso. Eso desanimó bastante a Lake, que hab ía contado con desenterrar especímenes de más de quinientos millones de años de antigüedad. Estaba convencido de que, para encontrar la veta de pizarras arqueozoicas donde había hallado las extrañas marcas, tendría que hacer un largo viaje en trineo por la s montañas hasta las empinadas laderas de esas cumbres gigantescas. No obstante, había decidido hacer algunos sondeos en los alrededores como parte del programa general de la expedición; por ello montó el taladro y puso a trabajar a cinco hombres con él mi entras los demás terminaban de instalar el campamento y reparaban el aeroplano averiado. Había escogido la roca visible más blanda — campamento una arenisca situada a medio kilómetro del — para tomar muestras, y el taladro hizo excelentes progresos sin neces idad de muchas voladuras. Sólo tres horas después, tras la primera explosión de importancia, se oyeron los gritos del equipo de perforación y el joven Gedney que desempeñaba la función de capataz — campamento con la sorprendente noticia . llegó corriendo al Habían llegado a una cueva. Tras los primeros sondeos, la arenisca había dado paso a una vena caliza comanchiense — llena de diminutos fósiles de cefalópodos, corales, equinoideos y spirifera, con indicios ocasionales de esponjas silíceas y huesos de vertebr ados marinos tiburones y ganoideos — — probablemente de teleósteos, . Eso ya tenía suficiente importancia de por sí, pues eran los primeros fósiles de vertebrados hallados por la expedición, pero cuando poco después la barrena del taladro atravesó el estrato y llegó a una especie de vacío, una nueva oleada de emoción recorrió a los excavadores. Una de las voladuras había puesto al descubierto el secreto subterráneo, y ahora, a través de la mellada abertura de un metro y medio de ancho y un metro de largo, se abría ante los ávidos investigadores una cavidad caliza poco profunda formada hacía más de cincuenta millones de años por el goteo de las aguas superficiales de un mundo tropical desaparecido. La cavidad a la que habían llegado no tenía más de dos o dos m etros y medio de profundidad, pero se extendía indefinidamente en todas las direcciones y una leve corriente de aire parecía indicar que formaba parte de un extenso sistema subterráneo. El techo y el suelo estaban cubiertos de grandes estalactitas y estala gmitas, algunas de las cuales se juntaban para formar columnas, pero lo más importante era el enorme depósito de conchas y huesos que en algunos sitios casi llegaban a tapar la cueva. Arrastrados desde desconocidas selvas de hongos y helechos mesozoicos ar borescentes, y de bosques de cicas terciarias, palmeras y primitivas angiospermas, aquella mezcla de huesos contenía restos de más especies animales cretáceas, eocenas y de otros períodos geológicos de los que habría podido clasificar o identificar en un a ño el mejor de los paleontólogos. Moluscos, caparazones de crustáceos, peces, anfibios, reptiles, pájaros y mamíferos primitivos grandes y pequeños, conocidos y desconocidos. No es de extrañar que Gedney corriera al campamento dando gritos, ni que todos de jaran lo que estaban haciendo y corrieran desafiando el cortante frío hacia el lugar donde la torre de perforación señalaba un nuevo acceso al interior de la tierra y a eones desaparecidos. Una vez aplacada la primera punzada de curiosidad, Lake garabateó un mensaje en su cuaderno y mandó al joven Moulton al campamento a enviarlo por radio. Fue la primera noticia que tuve del descubrimiento y hablaba de la identificación de conchas primitivas, huesos de ganoideos y placodermos, restos de laberintodontes y t ecodontes, grandes fragmentos de cráneo de mosasaurios, vértebras y placas de dinosaurios, dientes y huesos de alas de pterodáctilos, excrementos de arqueoptérix, dientes de tiburón del Mioceno, cráneos de pájaros primitivos y cráneos, vértebras y otros hu esos de mamíferos arcaicos como paleoterios, xifodontes, dinoceros, Eohippus, oreodontes y titanoterios. No hallaron restos de fauna más reciente como mastodontes, elefantes, camellos, ciervos o bóvidos, por lo que Lake concluyó que los últimos depósitos s e habían producido durante el Oligoceno, y que la cueva llevaba en ese estado muerto e inaccesible al menos treinta millones de años. Por otro lado, la prevalencia de formas de vida primitivas era muy singular. Aunque la formación caliza era, tal como demo straba la presencia de fósiles de ventriculites incrustados, clara e inconfundiblemente comanchiense y no anterior, los fragmentos sueltos de la cavidad incluían una sorprendente proporción de organismos hasta entonces considerados característicos de perío dos mucho más antiguos, entre ellos peces rudimentarios, moluscos y corales de períodos tan remotos como el Silúrico y el Ordovícico. La deducción inevitable era que en esa región del mundo se había producido una continuidad excepcional entre la vida de hace más de trescientos millones de años y la de hace sólo treinta millones de años. Hasta qué punto esa continuidad se había prolongado más allá del Oligoceno, cuando se cerró la cueva, era pura especulación. En cualquier caso, la llegada de la terrible gla ciación del Pleistoceno, hacía unos quinientos mil años — prácticamente ayer si se compara con la edad de la cueva debió de poner fin a todas las formas primitivas que se las habían arreglado para sobrevivir más allá de su época. Lake no se contentó con s — , u primer mensaje, sino que escribió otro comunicado y lo envió a través de la nieve al campamento antes de que regresara Moulton. A partir de ese momento, Moulton se quedó en la radio de uno de los aviones y se dedicó a transmitirnos exterior — — a mí y al Arkham para informar al mundo los frecuentes mensajes que Lake le fue enviando con una sucesión de mensajeros. Quienes siguieran los periódicos recordarán la expectación que despertó entre los científicos aquella serie de noticias, que han llevado finalme nte, después de todos estos años, a la organización de la Expedición StarkweatherMoore que tanto interés tengo en desalentar. Vale más transcribir los mensajes literalmente, tal como los envió Lake y como los transcribió McTighe, el operador de radio de n partir de sus anotaciones taquigráficas. Fowler ha hecho un descubrimiento de crucial importancia en fragmentos de arenisca y caliza procedentes de las voladuras. Varias huellas triangulares estriadas como las de las pizarras arqueozoicas qu e demuestran que la fuente sobrevivió desde hace más de seiscientos millones de años hasta el Comanchiense sin apenas sufrir cambios morfológicos ni disminuir su tamaño medio. Las huellas comanchienses son, en todo caso, más primitivas o decadentes que las más antiguas. Conviene subrayar la importancia del descubrimiento en la prensa. Supondrá para la biología lo que Einstein ha sido para las matemáticas y la física. Coincide con mis investigaciones previas y amplía mis conclusiones. Parece indicar, como yo sospechaba, que en la Tierra hubo un ciclo o ciclos de vida orgánica anteriores al que conocemos y que empieza con las células arqueozoicas. Evolucionó y se especializó hace no menos de mil millones de años, cuando el planeta era aún joven y hasta hacía p oco inhabitable para cualquier forma de vida de estructura protoplásmica normal. La pregunta es cuándo, dónde y cómo se produjo ese desarrollo. Más tarde. Al examinar ciertos fragmentos de esqueletos de saurios y mamíferos primitivos marinos y terrestres, hemos encontrado extrañas heridas o lesiones no atribuibles a ningún depredador o animal carnívoro de época alguna. Son de dos tipos: agujeros rectos y penetrantes e incisiones cortantes. Hay uno o dos casos de huesos seccionados limpiamente. No hay muchos especímenes afectados. He enviado a varios hombres al campamento a buscar linternas. Extenderemos el área de búsqueda bajo tierra cortando las estalactitas. Aún más tarde. Hemos encontrado un peculiar fragmento de esteatita de unos quince centímetros de a ncho y cuatro centímetros de grosor totalmente distinto de cualquier formación de la zona. Es verdoso, pero sin indicios que permitan datarlo. De peculiar suavidad y regularidad. Tiene forma de estrella de cinco puntas con los extremos rotos e indicios de acanaladuras en los ángulos interiores y el centro de la superficie. Hay una suave depresión en el centro. Su posible origen y la erosión sufrida despiertan nuestra curiosidad. Probablemente se trate de una anomalía de la erosión del agua. Carroll ha creíd o detectar otras marcas de interés geológico con la lupa. Grupos de puntos minúsculos con un patrón regular. Los perros se muestran inquietos mientras trabajamos y parecen odiar esa esteatita. Debemos comprobar si tiene algún olor peculiar. Volveré a infor mar cuando llegue Mills con la luz e iniciemos la exploración subterránea. 22:15. Importante descubrimiento. Orrendorf y Watkins, trabajando bajo tierra a las nueve y cuarenta y cinco con la luz, han encontrado un fósil monstruoso en forma de barril y de n aturaleza totalmente desconocida; probablemente vegetal a no ser que se trate de un ejemplar enormemente desarrollado de algún radiado marino desconocido. El tejido se ha conservado gracias a las sales minerales. Es duro como el cuero, pero sorprendentemen te flexible en algunas partes. En los extremos y los lados hay marcas de partes rotas. Dos metros de punta a punta, un metro de diámetro central y se estrecha hasta treinta centímetros de diámetro en los extremos. Recuerda un barril que tuviese aristas en lugar de duelas. En el ecuador de las aristas hay unos abultamientos laterales que parecen tallos más finos. Peines o alas que se pliegan y despliegan como abanicos. Todos están dañados menos uno, que extendido mide casi dos metros. Su disposición recuerda ciertos monstruos de mitos primitivos, sobre todo a los a fabulosos Seres Ancianos del Necronomicón. Las alas parecen membranosas y se extienden sobre una estructura de tubos glandulares. Se aprecian orificios diminutos en los tubos al extremo de las al as. Las puntas del cuerpo están arrugadas y no permiten ver el interior ni deducir qué se insertaba en ellas. Tendremos que diseccionarlo cuando volvamos al campamento. Imposible decidir si es animal o vegetal. Muchos rasgos evidencian un primitivismo casi increíble. He puesto a todo el mundo a cortar estalactitas y a buscar otros ejemplares. Hemos encontrado más huesos con incisiones, pero tendrán que esperar. Estamos teniendo dificultades con los perros. No soportan el nuevo ejemplar y probablemente lo ha distancia. rían pedazos si no los mantuviésemos a 23:30. Atención, Dyer, Pabodie, Douglas. Asunto de crucial casi diría trascendental — importancia. El Arkham debe transmitirlo cuanto antes a la estación de Kingsport Head. El extraño ejemplar en forma de b arril es el organismo arqueozoico que dejó las huellas en las rocas. Mills, Boudreau y Fowler han descubierto un grupo de otros trece en un saliente subterráneo a unos doce metros del acceso a la cueva. Están mezclados con fragmentos redondeados de esteati ta más pequeños que el encontrado antes: con forma de estrella, pero sólo con algunas puntas rotas. Ocho de los especímenes orgánicos están aparentemente enteros, con todos los apéndices. Los hemos sacado a la superficie, tras alejar a los perros. No sopor tan esas cosas. Presten atención a la descripción y repitan para confirmar. Los periódicos deben recibirlo con la mayor exactitud posible. Los objetos tienen dos metros y medio de longitud total. Cinco aristas de un metro y medio, dos metros de diámetro ce ntral y treinta centímetros de diámetro en los extremos. Color gris oscuro, flexibles y muy duros. Alas membranosas del mismo color y dos metros de extensión, que encontramos plegadas, insertadas en los canales entre las aristas. La estructura de las alas es tubular o glandular, de color gris más claro, con orificios en las puntas. Las alas abiertas tienen bordes aserrados. En torno al ecuador, en el centro de cada una de las aristas con forma de duela, hay cinco sistemas de brazos o tentáculos flexibles de color gris claro que estaban pegados al cuerpo pero pueden extenderse hasta una longitud máxima de un metro. Parecen los brazos de un crinoideo primitivo. Un tallo único de unos dos centímetros de diámetro se divide a los doce centímetros en cinco tallos, cada uno de los cuales se divide a su vez en cinco tentáculos o zarcillos, lo que da a cada tallo un total de veinticinco tentáculos. En un extremo, un cuello bulboso de color gris más claro con una especie de branquias sostiene lo que parece ser una cabe za amarillenta con forma de estrella de mar de cinco puntas y cubierta de cilios ásperos de siete centímetros y diversos colores prismáticos. La cabeza es gruesa e hinchada y tiene unos sesenta centímetros de punta a punta, con unos tubos flexibles de ocho centímetros de longitud que se extienden desde cada punta. Justo en lo alto hay una acanaladura que probablemente sea una abertura respiratoria. Al final de los tubos hay una expansión esférica con una membrana amarillenta que revela un glóbulo vidrioso d e iris rojizo, evidentemente un ojo. Cinco tubos rojizos un poco más largos salen de los ángulos interiores de la cabeza en forma de estrella de mar y terminan en una especie de saco del mismo color que, al presionarlo, se abre en forma de orificio con un diámetro máximo de cinco centímetros y afiladas proyecciones semejantes a dientes. Probablemente una boca. Todos los tubos, cilios y las puntas de la cabeza en forma de estrella estaban plegados hacia abajo, con los tubos y las puntas pegados al cuello bul boso y al cuerpo. Sorprendente flexibilidad a pesar de su enorme dureza. 




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