El reloj marcaba las 02:37 de la madrugada cuando Marcos, enfermero de guardia, terminó de revisar los signos vitales del último paciente. El hospital rural donde trabajaba, en las afueras de San Antonio de los Perdidos, estaba casi vacío. Afuera, la lluvia caía como un murmullo constante, y el viento golpeaba los ventanales del pasillo principal, donde solo quedaban luces de emergencia encendidas.
Era su tercer turno seguido. Los otros enfermeros se habían tomado licencia, y el médico de guardia había salido por una urgencia en la ruta. Marcos estaba solo, acompañado por el silencio… y por el eco de los pasillos que parecían más largos a esa hora.
Encendió el viejo televisor del office, pero la señal se perdió en una estática ruidosa.
—Otra vez esta porquería —murmuró mientras lo apagaba.
Fue entonces cuando escuchó el sonido de una camilla arrastrándose. Un chirrido metálico que resonó desde el ala vieja del hospital, clausurada hacía más de una década. Marcos se quedó quieto, esperando oír algo más. Pero el sonido cesó tan repentinamente como había comenzado.
Intentó convencerse de que era el viento, o alguna vibración de los caños viejos.
Sin embargo, segundos después, un timbre sonó: el llamado de paciente desde una de las habitaciones.
El tablero de llamados parpadeaba en rojo: “Habitación 13”.
Marcos frunció el ceño. Esa habitación estaba cerrada desde hacía años.
Tomó su linterna y comenzó a caminar por el pasillo, sintiendo que cada paso retumbaba más fuerte que el anterior. El aire era frío, cargado, como si el edificio respirara por sí mismo.
Cuando llegó a la puerta, vio que la luz interior estaba encendida.
Giró el picaporte.
El olor a humedad y desinfectante viejo lo golpeó de lleno.
La habitación estaba vacía… pero la cama 13 tenía la sábana doblada, como si alguien se hubiera sentado hace poco.
Marcos se acercó con cautela.
Sobre la mesa de noche había un expediente amarillento, cubierto de polvo. Lo abrió.
El nombre de la paciente decía:
“Elena Gómez – F. de fallecimiento: 02/10/1998”.
El corazón le dio un vuelco. Hoy era 2 de octubre.
Un ruido suave lo hizo girar. La camilla del fondo se movía sola, como si alguien la empujara lentamente hacia la puerta. La linterna parpadeó, y la luz del techo comenzó a titilar.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó, intentando sonar firme.
Silencio.
Luego, desde la cama, una voz femenina, débil, apenas un susurro, respondió:
—No me dejaron ir, enfermero…
Marcos retrocedió, tropezó con el carrito de medicamentos y cayó al suelo.
La puerta se cerró de golpe. Golpeó el picaporte, pero no se abría.
La voz volvió a escucharse, más cerca, más clara:
—Quiero mi alta…
El monitor cardíaco de la habitación —desconectado hacía años— comenzó a marcar un pulso: beep… beep… beep.
Cuando finalmente logró abrir la puerta, corrió hasta el office. Revisó los registros viejos del hospital.
Encontró algo que lo heló por completo:
Elena Gómez había muerto luego de una mala dosificación de medicación. El informe médico concluía: “Muerte accidental. Error de enfermería.”
El enfermero responsable había abandonado su puesto esa misma noche.
Desde entonces, cuentan los que trabajan en ese hospital que cada 2 de octubre, en el turno de madrugada, suena el llamado de la habitación 13, y en el tablero de enfermería se enciende un nombre que nadie borra:
Elena Gómez – Pendiente de alta.
#167 en Terror 
#245 en Paranormal 
terror, paranormal misterio fantasmas espiritus, fantasma demonios angeles
Editado: 11.10.2025