Nath
Cuando llego a mi pequeño departamento en la noche, siento que he envejecido un par de años en el lapso entre mi entrevista, la obtención del trabajo, y ahora.
Y no, no es por la carga laboral, o por la decepción de que el puesto al que el maestro Jeffry me recomendó fuera uno de secretaria —y sé que lo hizo adrede—, ni siquiera por la intensa mirada que Julián me dedicó en un par de ocasiones, misma que me hace sentir como un triste e indefenso conejo entrando a la boca del lobo por la promesa de que hay zanahorias al otro lado.
Nada de eso me pesa tanto como el encuentro con la señora Mendoza, la esposa del dueño y madre del señor Julián.
Ya llevaba buen rato hablando con el señor Julián respecto a lo que haría en mi nuevo puesto, cuando la pareja líder de los Mendoza llegó en el elevador, sorprendiendo a su hijo, y de paso a mí. El señor Mendoza sonrió a su hijo y pidió que hablaran en la oficina respecto a unos documentos, no supe de cuáles, y entonces quedé sola con la señora. Si bien su porte era serio, regio, hecho para impresionar o intimidar, la sonrisa que me dedicó fue tan maternal que de inmediato me agradó.
—Serás la nueva secretaria de Julián —dijo y no fue una pregunta.
—Sí, señora.
—Bueno, yo soy Manuela, la madre de Julián, me verás seguido por acá, me gusta visitar a mi esposo y a mis hijos. —Asentí sin saber cómo responderle y entonces dijo de nuevo—. Tengo ganas de tomar un café.
—Puedo traérselo si gusta.
Me puse de pie, solícita. Yo tenía plena confianza en mi capacidad laboral, pero es un hecho mundialmente conocido que ser halagador con los jefes, te da buenos puntos en cualquier empleo.
—Hay un cuarto de café en este piso —me informó—. Vamos, nos tomamos uno y de paso te muestro el lugar un poco.
Siendo imposible decir no —pues ella ya se había puesto en marcha—, la seguí. Noté que usaba unos altos tacones y que los manejaba con el profesionalismo de varios décadas de práctica. Me agradó todavía más. Varias puertas más al fondo, en la dirección contraria de la oficina de presidencia, llegamos al cuarto de café. Parecía una cafetería completa, eso sí, y no me sorprendió para nada.
Caminé hasta la cafetera más cercana y serví dos cafés, el de ella con leche a su petición, y luego me invitó a sentarme en una de las tres mesitas redondas del lugar. La señora Manuela dio un largo sorbo a su café antes de hablar.
—¿Qué sabes de mi hijo Julián?
Me desconcerté momentáneamente, pero respondí:
—No mucho, a decir verdad. Lo poco que he visto de él en revistas o cuando el señor Mendoza sale en los noticieros. —Como la vi asentir, me sentí en la libertad de hacer una pequeña broma—. Se ve un poco más alto en las fotos.
Ella rió y me destensé.
—Habrás visto también su reputación de fiestero e irresponsable.
Me sonrojé. ¿Era una prueba que me hacía? ¿Debía decir que no para no dejar ver que su hijo me producía cierto rechazo, o debía decir que sí y ser muy honesta? Abogué por la honestidad.
—Sí, señora, lo he visto.
—Voy a ser muy franca contigo y quiero que esto se quede entre las dos. —De repente su tono fue serio y me entró el pánico. Sin embargo, asentí—. No es un mero accidente que hayas llegado acá.
—¿Disculpe?
—Albert Jeffry es un viejo conocido mío. Cuando le conté lo que estaba necesitando, pensó en ti y te recomendó ciegamente.
¿Mi maestro raro y desagradable de la universidad era amigo de esta poderosa mujer?
—¿Una secretaria?
—¿Has escuchado el dicho de que detrás de todo hombre exitoso hay una mujer que ha hecho todo el trabajo? —No respondí—. Tuve la bendición de engendrar tres hijos varones, y eso me hizo consciente de que yo como única mujer debía encaminarlos a todos en la vida. Los hombres saben de negocios, de dinero, pero el éxito no solo es eso, sino estrategia, orden y planeación.
—Me temo que no entiendo qué tiene que ver esto conmigo, señora Manuela.
—Mi hijo es un irresponsable porque mi esposo le dio demasiada libertad en su momento. ¿Sabes por qué renunció Carol? Porque Julián decidió que enredarse con ella era buena idea, así como enamorarla y luego pasar a la siguiente mujer. Carol se sintió humillada y prefirió renunciar. Yo no cuestiono la vida amorosa de mis hijos, pero cuando esa vida amorosa influye en nuestro negocio y su futuro, debo intervenir.
No entendía nada, pero mi corazón bombeaba con fuerza.
—Entiendo —mentí.
—Mi esposo está pronto a retirarse, Julián es la única persona de la familia que por ahora es viable para tomar su lugar. —Quise preguntar qué pasaba con sus dos hermanos mayores, pero decidí que no era de mi incumbencia—. Pero yo no voy a permitir que lo tome si sigue con su estilo de vida actual. Ahí es donde entras tú, señorita Montenegro.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue, ilógicamente, que me iba a pedir que me emparejara con su hijo para encaminarlo bien en la vida y a punto estuve de reírme y huir. Pero decidí esperar un poco y respirar hondo.
—¿Cómo es eso?
—A ojos de mi esposo y de la empresa tendrás tu puesto y contrato ya hablados. Pero quiero que conmigo tengas otro acuerdo.
Lista para correr en 3…
—¿Acuerdo como qué?
—Vas a ser más que su secretaria.
A correr en 2…
—Creo que hay un malentendido, señora Manuela, yo solo ofrezco mis servicios administrativos.
A correr en 1…
La señora Manuela soltó una carcajada y sostuve la respiración.
—¡Ah, querida! No es nada de eso. Jamás le pediría a otra mujer que se venda de formas indecentes y mucho menos a mis hijos.
Vale, no tuve que correr.
Suspiré de alivio.
—Tendrá que ser más clara, señora Manuela, se lo suplico.
—Así es la cosa, necesito que seas como su sombra. Necesito que él te vea como un desafío a nivel laboral para que su orgullo lo obligue a ser responsable. Serás su asistente, así que sabrás a dónde va, a qué hora sale y con quién. Si notas que es una noche de juerga, de esas que salen en las revistas que sin duda has leído, dile que tienes algo importante de trabajo y que se vea contigo. Necesitamos que Julián dé una mejor imagen, pero decírselo haría que él fuera por el camino contrario.