En las redes de tu amor

∞ capítulo 3

El sonido del despertador interrumpió el descanso de Sofía. Con un suspiro profundo, se levantó de la cama y se dirigió al baño. Mientras se lavaba la cara, no podía dejar de pensar en las palabras de su padre y en su sueño de ser bailarina. ¿Cómo convencerlo de que su pasión y la empresa podían coexistir?

Bajó a la cocina y encontró a su madre preparando el desayuno, como siempre solía hacer desde que ella tenía uso de razón. La mujer la saludó con una sonrisa, pero Sofía no podía ocultar su preocupación.

—Mamá, necesito hablar contigo sobre algo importante —dijo Sofía, sentándose a la mesa.

—Claro, querida. ¿Qué sucede? —respondió su madre, mirándola con interés.

—Es sobre mis estudios y el ballet. Papá no entiende lo mucho que significa para mí y cómo puedo manejar ambas cosas —explicó, tratando de contener sus emociones.

Su madre suspiró y se acercó para tomar asiento junto a ella.

—Sofía, tu padre siempre ha sido muy estricto con sus expectativas, pero también te ama. Estoy segura de que si le explicas lo importante que es para ti, podría entenderlo —dijo, acariciando su mano con cariño.

Sofía asintió, sintiendo una pizca de esperanza. Decidida, terminó su desayuno y se preparó para enfrentar el día, sabiendo que tendría que hablar con su padre muy pronto. Su madre y ella no solían conocer lo controlador que podía ser el patriarca.

Mientras tanto, en el otro lado de la ciudad, Alex se encontraba lidiando con sus propios problemas. Su hermano mayor, Eber, había regresado a casa esa mañana, trayendo consigo una atmósfera de tensión y conflicto. Eber siempre había sido problemático, y su presencia hacía que Alex se sintiera aún más responsable de mantener a su familia unida. Era el menor de los dos, pero el único que se preocupaba por llevar alimentos a su casa, pagar sus deudas y ayudar a su madre en un pequeño negocio.

—Hola, hermano. ¿Cómo te ha ido? —preguntó Alex, intentando mantener una conversación tranquila.

—Mejor de lo que esperabas, supongo —respondió Eber con una sonrisa sarcástica—. ¿A quién engaño? Las cosas siguen igual de jodidas.

Alex suspiró, sabiendo que discutir no llevaría a nada. En lugar de eso, decidió concentrarse en su trabajo y en cómo podría ayudar a mejorar la situación en casa. Terminó su desayuno, tomó su mochila, saludó a su madre y se marchó al trabajo que tenía por la mañana antes de su entrenamiento.

El día había empezado de diferente manera para Alex y Sofía. Mientras el joven preparaba cafés y atendía a todos los clientes que llegaban al local, Sofía buscaba alguna academia menos reconocida para poder asistir a clases de ballet. No le interesaban maestros reconocidos, solo bailar y disfrutar de aquello que tanto deseaba.

—¿Has encontrado algo? —le preguntó su amiga mientras comía una manzana roja.

—Solo una que da clases en un gimnasio —le respondió sin despegar sus ojos del móvil, buscando con intensidad algún lugar.

—Vamos a la cafetería que está a unas cuadras y seguimos viendo ahí, muero de hambre —Renata tomó su bolso, lista para salir de la universidad.

—Vamos, también muero de hambre. Las chicas no han dejado de hablar de un nuevo mozo. Están todas babeando por él —comentó Sofía mientras salían del edificio. Renata sonrió con picardía y eso hizo que la joven sintiera aún más curiosidad.

—Lo sé, lo vi antes de venir y sí, está guapo, fuerte y tiene un tatuaje en su brazo derecho que lo hace ver aún más sexy —la rubia sabía muy bien quién era aquel nuevo mozo, pero no le diría nada a su amiga; la conocía a la perfección, ese musculito le había gustado.

El destino, o su amiga, quizás ayudó al destino a que Alex y Sofía se encontraran nuevamente. Renata guió a Sofía a una de las mesas más lejanas y de inmediato levantó su mano para que un mozo viniera a tomar sus pedidos, rogaba que fuese aquel rubio y así ver a la castaña hervir.

—Estos son todos los lugares donde dan clases —le mostró todos los folletos mientras esperaban ser atendidas.

—Este suena interesante. Mientras danza, llenas el ojo —señaló el gimnasio donde se llevaban a cabo las clases.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles? —Renata sonrió tan ampliamente que sintió sus mejillas doler.

—Yo quiero una hamburguesa con patatas fritas y una Coca-Cola, por favor —Sofía frunció el entrecejo al escuchar lo que ella pedía.

—Yo voy a querer unas patatas al horno, con pollo rebozado y de beber una limonada —hizo su pedido sin mirar al joven y cuando al fin lo observó, sintió su corazón latir con fuerza.

—Como ordenen —dijo el muchacho.

—¿Ya viste quién es? —le preguntó a Renata.

—Sí, el guapetón que nos salvó la otra noche —respondió la modelo.

—¿Guapetón? Es una lagartija cara de papilla —Renata soltó una carcajada al escucharla, sin poder creer lo que ella decía.

—Estás de broma. Si así son las lagartijas, me buscaré una para tener en casa —le guiñó un ojo mientras jugaba con un mechón de cabello.

Por breves segundos, la mirada oscura de Sofía se cruzó con los celestes de Alex; algo los atraía, pero también los hacía sentir extraños.

—Quizás después de salir de aquí iré a este —señaló uno de los lugares. En el momento en que Sofía había señalado el lugar que había escogido, Alex dejaba el pedido sobre la mesa.

—Que lo disfruten —debía comportarse, sobre todo ahora que su hermano estaba en casa, no podía darse el lujo de perder su trabajo por esas riquillas.

Las muchachas disfrutaron de sus alimentos, sin dar importancia a nada más, y hablaron sobre la decisión de Sofía, teniendo el apoyo total de la rubia. Después de pagar todo lo consumido, salieron del local, justo cuando Alex entregaba su turno. Les sacó la alarma a su auto y escuchaba lo que ellas hablaban.

—Me iré en taxi. Tú ve a casa; si mis padres llaman, diles que estoy contigo —le pidió a su amiga.

—Pero no puedes ir sola a un lugar que no conoces, y ¿si vuelve a suceder lo de aquella noche? —él se quedó tanteando con su móvil para escuchar todo lo que hablaban; por alguna razón quería saber.




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