El trayecto comenzó en silencio, con ambos inmersos en sus pensamientos. Alex, con la vista fija en la carretera, intentaba concentrarse en manejar y no en la chica que estaba sentada a su lado. Sofía, por su parte, no podía evitar lanzar miradas furtivas hacia él, preguntándose por qué este chico la sacaba tanto de sus casillas.
—¿Y cómo es que sabes a dónde voy? —preguntó finalmente, rompiendo el incómodo silencio.
—Escuché tu conversación con tu amiga —respondió Alex sin apartar la vista del camino—. Además, yo también entreno en ese gimnasio.
Sofía levantó una ceja, sorprendida.
—¿Eres bailarín o algo así? —preguntó con un tono ligeramente burlón.
Alex soltó una pequeña carcajada.
—No, soy boxeador. Entreno cada día después de mi trabajo. Pero sé que en el gimnasio dan clases de todo tipo, incluido ballet.
Sofía asintió, sintiéndose un poco tonta por su comentario.
—Bueno, gracias por traerme —dijo al fin, sin saber muy bien cómo continuar la conversación.
—No hay de qué —respondió Alex con indiferencia—. Solo no te metas en problemas, ¿de acuerdo? No quiero tener que rescatarte de nuevo.
Sofía se cruzó de brazos y resopló.
—No te preocupes, lagartija. Puedo cuidarme sola.
Alex sonrió para sí mismo, disfrutando del apodo que Sofía le había dado.
Finalmente, llegaron al gimnasio. Alex aparcó el coche y se volvió hacia Sofía.
—Aquí estamos. Espero que encuentres lo que buscas —dijo, sus ojos celestes fijos en los suyos.
—Gracias… creo —respondió Sofía, sintiéndose un poco incómoda por la intensidad de su mirada.
Bajaron del coche y entraron al gimnasio. El lugar estaba lleno de gente entrenando, y el sonido de la música y los golpes resonaba en el aire. Sofía se sintió un poco fuera de lugar, pero al mismo tiempo, emocionada por la posibilidad de finalmente tomar clases de ballet.
Alex se despidió con un simple gesto y se dirigió a la zona de entrenamiento de boxeo, dejándola sola en la recepción. Sofía se acercó al mostrador y preguntó por las clases de ballet. La recepcionista le indicó la sala correspondiente y le dio un formulario para inscribirse.
Mientras completaba el formulario, no podía evitar mirar de reojo a Alex, que ya estaba entrenando con otros luchadores. A pesar de su actitud arrogante, había algo en él que le resultaba intrigante.
Con el formulario completo en mano, Sofía se dirigió a la sala de ballet. Abrió la puerta y encontró a un pequeño grupo de chicas calentando. Se unió a ellas, sintiendo que finalmente estaba un paso más cerca de su sueño.
—Buenas tardes, soy Beatriz —saludó una mujer de unos cuarenta años.
—Veo que tenemos una nueva integrante al grupo —sonrió con simpatía sin dejar de mirarla—. ¿Cuál es tu nombre, cariño?
Sofía se sintió demasiado nerviosa, todas las chicas la observaban y temía no ser aceptada.
—Mi nombre es Sofía —dijo sonriendo.
—¿Qué te trajo hasta aquí? —preguntó una vez más la profesora.
—Vi el anuncio en una página web, hacía tiempo que estaba buscando un lugar donde retomar mis clases y creo que este es un lugar increíble —le dieron la bienvenida y comenzaron la clase.
Sofía se sentía viva, por su cuerpo recorría una adrenalina que desde hacía mucho tiempo no percibía. «Era ahí», se dijo a sí misma, aquel lugar no era lujoso, pero la hacía sentir ella misma.
Horas más tarde, después de una intensa clase, Sofía salió del gimnasio sintiéndose agotada pero feliz. Al salir, vio a Alex sentado en un banco fuera del edificio, con una botella de agua en la mano.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sorprendida de verlo todavía allí.
—Solo quería asegurarme de que llegaras a casa a salvo —respondió Alex, levantándose—. ¿Necesitas otro aventón?
Sofía se quedó mirándolo, sin saber muy bien qué decir. A pesar de su rudeza inicial, Alex parecía preocuparse por ella, y eso la desconcertaba.
—Gracias, pero puedo tomar un taxi ahora —dijo finalmente, tratando de mantener su independencia.
—Está bien. Solo recuerda que a esta hora no llegan hasta aquí. Cuídate, Sofía —respondió Alex, dándole una última mirada antes de marcharse.
Mientras veía a Alex alejarse, Sofía maldijo mil veces y anotó mentalmente llevar su auto la próxima vez.
—¡Espera! —gritó y eso a Alex le causó risa; se giró y la miró.
—Siento que estoy teniendo un déjà vu —se burló de ella al recordar cómo fue que lo detuvo más temprano.
—Llévame, por favor; si quieres, te pago el viaje —propuso.
—No hago esto por dinero, niñita —Sofía puso los ojos en blanco y bufó.
—No intentaba ser grosera, solo pagar el favor —Alex sonrió sin dejar de mirarla.
—En otro momento lo harás, ahora vamos. Debo ir a mi otro trabajo en una hora —ella lo siguió y se quedó pensando en lo que había comentado, sintiendo curiosidad por su forma de vida. Lo veía tan despreocupado y haciendo lo que él deseaba, tan diferente a ella.
(•••)
Cuando estaban llegando a su casa, sintió temor a ser descubierta; había llamado a su amiga y supo que sus padres no habían preguntado por ella.
—Detente aquí, por favor —le pidió algo nerviosa y Alex logró percibir aquello.
—¿Dónde es tu casa? Al menos deja que te deje en la puerta —Sofía negó con la cabeza, sabía que si su padre la veía llegar con alguien que no fuese de su círculo le harían un gran drama.
—Es en aquella entrada; puedes esperar hasta que entre. Pero por favor, déjame aquí —el joven notó cómo su aire de soberbia había bajado y supo que algo no estaba bien con ella.
—Como tú quieras, pero esperaré a que entres. No quiero saber que algo te sucede y cargar con eso en mi conciencia —por alguna razón, Sofía sonrió y, después de darle una última mirada, bajó del auto.
—Hasta luego, muchas gracias por todo, Alex —fue lo último que escuchó de ella, quedándose perdido en su andar y, como prometió, se marchó en cuanto ella ingresó por el enorme portón.
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Editado: 20.11.2024