Dos semanas habían pasado desde que Alex había amenazado a su hermano y Sofía había comenzado las clases de ballet. Aquella tarde, Sofía llegó en su auto al gimnasio, se bajó con su bolso colgado en el hombro e ingresó. Sentía la adrenalina de la emoción que siempre vivía en ella cada vez que comenzaba a danzar, pero también tenía miedo al descubrir que su padre la había estado siguiendo. Vio al hombre de seguridad de Adriano seguirla en varias ocasiones.
—Hola, desabrida —le dijo Alex mientras se colocaba los guantes de boxeo. Sofía puso los ojos en blanco y se giró para mirarlo a los ojos.
—Hola, lagartija asquerosa —aquello ya no era una ofensa, ya no se veían con los mismos ojos.
—¿Tienes hambre? Estás demasiado pálida —le preguntó el joven.
—Todo en orden, solo me asusté antes de llegar aquí; se atravesó un hombre en la calle y se quedó mirándome fijamente. — Él miró por el ventanal y logró ver la silueta de su hermano.
—¿Cómo iba vestido? —cuestionó con suma curiosidad.
—Campera verde con un dibujo de un dragón. —Lo sabía, era su hermano con sus idioteces.
—Cuando termine tu clase, búscame en el ring. —Sofía asintió con un movimiento de cabeza y siguió su camino cuando vio a la profesora. Su clase comenzó al igual que el entrenamiento de Alex.
Mientras Sofía comenzaba a moverse al ritmo de la música en la sala de ballet, los pensamientos sobre el hombre que la había seguido antes de llegar al gimnasio no dejaban de rondar por su mente. Sabía que su padre era extremadamente protector, pero esto parecía ir más allá. Alex, por su parte, no podía concentrarse en su entrenamiento. La presencia de su hermano Eber cerca de Sofía lo inquietaba. No confiaba en Eber y estaba decidido a mantener a Sofía a salvo de cualquier peligro que pudiera representar.
Cuando la clase de ballet terminó, Sofía se dirigió al vestuario para cambiarse. Mientras lo hacía, no podía evitar sentir una extraña mezcla de emociones. La adrenalina del ballet siempre le daba una energía que pocas cosas podían igualar, pero la presencia de Alex en su vida le daba otra clase de adrenalina. Se dirigió al ring, donde Alex la esperaba, practicando golpes con un saco de boxeo. Al verla, dejó caer los guantes y se acercó a ella.
—¿Estás bien? —le preguntó con una seriedad inusual.
—Sí, estoy bien. Solo un poco nerviosa por lo que pasó antes —respondió Sofía, tratando de sonar despreocupada. Alex asintió, su mirada se suavizó un poco.
—Yo sé quién es ese idiota —dijo sin temor, no iba a cubrir a su hermano. —Es mi hermano, pero no te preocupes, yo me encargaré de él —dijo con determinación. Sofía lo miró, sorprendida por su preocupación y por aquella confesión; no entendía qué buscaba ese hombre, jamás lo había visto.
—Gracias, Alex. Pero no creo que debas meterte en problemas por mí —dijo, con un leve toque de preocupación en su voz. Ella era hija única y no le gustaría ser el motivo de una pelea entre hermanos.
—No es solo por ti. Es por mí también. No puedo permitir que él siga causando problemas —respondió, con una intensidad que la hizo sentir una conexión inesperada con él. No iba a preguntar a qué se refería, pero pudo percibir que algo no estaba bien con ese hombre que se había cruzado en su camino.
Antes de que pudieran seguir hablando, el teléfono de Sofía sonó. Al ver el número, su corazón se hundió. Sabía que su mentira podría explotar en cualquier momento.
—Es mi padre. Tengo que contestar —dijo, con un suspiro.
—Adelante. Estaré aquí —respondió Alex, dándole espacio. Sofía respondió la llamada, sabiendo que su padre estaría furioso.
—¿Dónde estás, Sofía? —preguntó Adriano, con una voz dura.
—Estoy camino a casa, papá. Solo vine a casa de una compañera a terminar un trabajo —respondió, tratando de mantener la calma. Alex la observó al descubrir la mentira que ella había mencionado.
—Necesitamos hablar. Ven a casa ahora mismo —ordenó Adriano, antes de colgar. Sofía guardó su teléfono y se volvió hacia Alex.
—Tengo que irme. Mi padre quiere hablar conmigo —dijo, con preocupación.
—Te acompañaré. Le diré a Claudio que venga por mi auto y vaya por mí —dijo Alex, sin darle opción a negarse.
—No hace falta, tú tienes tu trabajo. —Alex caminó hasta ella y sonrió. Ninguno de los dos sabía en qué momento habían logrado aquella relación.
—No aceptaré un no por respuesta. —Sofía sonrió y, sin seguir aquella discusión, los dos se marcharon. El viaje a casa de Sofía fue tenso y ambos se sentían como en un remolino de sentimientos. Al llegar, Adriano los recibió en la puerta, con una expresión severa en su rostro.
—¿Tú quién eres? —dijo, mirándolo de arriba abajo.
—Alex, un placer conocerlo —respondió Alex, manteniendo la compostura.
—Quiero hablar con mi hija en privado. ¿Podrías esperar aquí? O mejor, vete —dijo Adriano, dirigiéndose a Sofía y tratando con demasiado desprecio al joven.
—Está bien, papá. Pero deberías ser menos grosero con él —dijo Sofía, siguiendo a su padre al interior de la casa. Miró por encima de su hombro y se encontró con una guiñada del rubio. Alex esperó en la entrada, decidido a no irse hasta asegurarse de que Sofía estaba bien. Sabía que estaba comenzando a sentir algo más profundo por ella y no permitiría que nadie, ni siquiera su propio hermano, la lastimara.
Dentro de la casa, Adriano miró a su hija con una mezcla de preocupación y enojo.
—Sofía, sé lo que has estado haciendo. Tengo hombres vigilándote. No puedes seguir desobedeciéndome de esta manera —dijo, con un tono más suave de lo que ella esperaba.
—Papá, solo quiero seguir mi sueño. No estoy haciendo nada malo —respondió Sofía, con firmeza.
—Los sueños son para débiles. Tienes una empresa que debes aprender a manejar. Estás actuando incorrectamente al rodearte de personas pobres —dijo Adriano, tratando de hacerla entender.
—Alex y muchos chicos de ahí son excelentes personas, no tienes por qué referirte a ellos de esa manera —dijo Sofía, sin darse cuenta de cuánto le importaba realmente.
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Editado: 20.11.2024