En lo profundo del Rio

Parte I

Aquella calurosa mañana de enero, era la primera vez que Alan Jones regresaba a la costa del río en varios años. No se había atrevido a regresar, no desde lo ocurrido. Su imagen morena de niño de trece años se reflejó en las cristalinas y poco profundas aguas de la costa. Sobre el lecho arenoso podían verse pequeños peces nadando frenéticamente de un lado hacia el otro, mientras pequeñas olas barrían la playa donde los pescadores solían aparcar sus rudimentarios botes de madera luego de una intensa jornada bajo el sol veraniego.

Alan no pudo evitar ver que su reflejo en el agua era tan parecido a la imagen de Theo. Era casi como si su hermano en persona lo estuviera mirando desde las intranquilas aguas. Miró a lo lejos. El sol se reflejaba sobre el río con un resplandor enceguecedor.  A sus espaldas se encontraba el viejo bosque, en medio del cual, un pequeño sendero conducía hasta su granja.

Su padre le había prohibido expresamente ir hasta el río solo, pero aquella mañana un extraño sentimiento y una ligera opresión en el pecho hicieron que no pudiera evitarlo. Permaneció allí, con la mirada perdida hacia lo lejos, como si estuviera esperando algo. Del bolsillo de sus malgastados pantalones cortos, sacó un pequeño autito de colección. Era un modelo a escala de un Chevrolet Camaro SS 1968. Era el favorito de Theo, su hermano dos años mayor. Aunque a Alan nunca le interesaron particularmente los autos y no sabía mucho sobre ellos, a su hermano le fascinaban. Theo podía pasar horas mirando viejas revistas con fotografías de autos antiguos y noticias sobre carreras.

Aunque su familia nunca tuvo otro vehículo además del viejo tractor con el que su padre trabajaba en sus cultivos, su hermano siempre imaginó que algún día compraría un auto clásico, lo pintaría, y juntos se alejarían conduciendo por la desolada carretera departamental hacia la gran ciudad. Viejos sueños que quedaron sin cumplir.

−Te extraño hermano. –Se lamentó mientras miraba el pequeño automóvil de juguete. De pronto recordó aquella lejana tarde de verano, en la que sol comenzaba a ocultarse en el horizonte tiñendo el cielo de un naranja majestuoso. Su hermano había tomado un viejo cajón de madera que se usaba para almacenar las frutas del cultivo, le colocó dos pares de pequeñas ruedas de un viejo carro para bebés que recolectó del cercano basurero del pueblo, le colocó maderas en forma de alerones (decía que le daría mayor velocidad) y de esta forma, creó su primer automóvil. Sobre el improvisado alerón, con pintura negra escribió “Equipo de los hermanos Jones”.

Alan, que por ese entonces tenía siete años, quedó maravillado. Miró con orgullo a su sonriente hermano quien sacó de su bolsillo el pequeño Chevrolet a escala. – ¿Ves hermano? No necesitamos dinero para tener nuestro automóvil.

Alan asintió con la cabeza. El sol ya estaba a punto de ocultarse en el horizonte, pero no podían irse a dormir sin probar su creación. El día siguiente resultaba demasiado lejano como para esperarlo. Así que, con mucho cuidado, empujaron su rudimentario automóvil casi cien metros por el camino que conectaba la granja con la carretera rural que conducía hasta el pequeño poblado de San Antonio. Para complicar su actividad, aquel camino tenía una gran pendiente, pero esto resultaría especialmente útil para que el automóvil tomara velocidad una vez que se largaran desde lo alto. Con mucho esfuerzo, finalmente llegaron a la cima. Las luces de su casa brillaban a lo lejos. El sol se había convertido en una pequeña línea naranja tras las sombras del bosque.

−Entra hermano. –Le indicó Theo y Alan obedeció emocionado. Se acomodó con cuidado, sujetando el frente del cajón con sus manos.

−Espera hermano. ¿Dónde está el volante? –Preguntó Alan.

−El camino es en línea recta, no necesitaremos doblar. He pensado en todo hermano. Quédate tranquilo. Yo empujaré el auto hasta que tome velocidad y luego me subiré detrás de ti. Asegúrate de dejarme espacio.

Alan sonrió emocionado. Realmente sentía una profunda admiración por su hermano mayor.

−Allá vamos. –Gritó Theo y comenzó a correr empujando el precario vehículo. Alan se sujetó con fuerza a medida que tomaban velocidad. El viento comenzaba a golpear con más fuerza sobre su rostro a medida que avanzaban pendiente abajo. Dando un gran salto, Theo subió tras su hermano y se sujetó de los laterales del cajón.

El pequeño vehículo bajó rápidamente por el camino mientras la sonrisa se dibujaba en los rostros de los niños. Entonces Alan se percató de algo muy importante, algo de lo que ni siquiera habían hablado.

  • ¿Cómo nos detendremos? –Preguntó intentando disimular su creciente miedo.
  • No había pensado en eso. –Respondió Theo.

De pronto los gritos de alegría se transformaron en gritos de miedo a medida que el pequeño carro iba más y más rápido. Las endebles maderas del cajón, comenzaron a vibrar descontroladamente mientras el vehículo pasaba a gran velocidad sobre rocas sueltas y pequeños pozos en el camino. La casa ya estaba cerca, apenas a algunos metros de distancia. Podían imaginarse estrellándose contra el pórtico. Solo así se detendrían.

−Tenemos que saltar. –Dijo Theo de repente. –Esto no se va a detener.

Pero no pudieron siquiera intentarlo. Una de las ruedas impactó contra una gran roca que sobresalía del camino y se desprendió del vehículo. El cajón de pronto, hundió uno de sus extremos en la tierra y los expulsó como si fuera una catapulta.



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En el texto hay: monstruo, sirena, pescadores

Editado: 17.06.2021

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