Aquella tarde, el sol comenzaba a ocultarse a lo lejos y su luz se iba desvaneciendo detrás de los cerros dibujados en el horizonte. Alan y su padre regresaban luego de una intensa jornada en los cultivos. Sentada en el pórtico, la señora Jones (Isabel para sus amigos), los esperaba con una gran jarra con limonada y pan casero recién horneado. Juntos se sentaron y mientras comían, veían como el sol se ocultaba.
Aquella era una tarde atípica. Un aire de tristeza y melancolía impregnaba el ambiente. Ninguno dijo palabra alguna. Aquel día se cumplían exactamente dos años de aquella fatídica noche en la que todo cambió. En el pórtico había cuatro sillas, pero solo tres estaban ocupadas. Nadie se atrevió a quitar la que sobraba. En el fondo, todos tenían la esperanza de que, algún día, él regresaría. Algún día, la vieja rutina familiar de sentarse a conversar viendo el atardecer luego de una intensa jornada de trabajo, volvería a ser lo que era. Pero a medida que los días transcurrían la esperanza se desvanecía como la luz naranja del sol al anochecer.
Finalmente, la noche cayó, y el manto de la oscuridad cubrió los campos. La tenue luz amarillenta del pórtico era lo único que alejaba las sombras que lo cubrían todo. A lo lejos, podía escucharse el sonido del río, cuyas aguas se agitaban con fuerza endemoniada, como si se tratara de una inmensa criatura despertando de su letargo.
Luego de la cena más silenciosa que haya habido en la casa de los Jones, Alan finalmente fue a su habitación. Se acomodó en su cama sin poder evitar mirar hacia la cama vacía en el otro extremo del cuarto. –Buenas noches hermano. –Susurró en el silencio de la soledad.
Permaneció mirando hacia la nada, con su mente perdida en lejanos recuerdos, hasta que finalmente el sueño se apoderó de él y sus cansados ojos se cerraron.
Una suave brisa mecía las cortinas desde la ventana entreabierta. Un silencio sepulcral se había apoderado de la casa. La luz del viejo televisor que había quedado encendido frente al señor Jones, dormido en el sofá, era la única luz que iluminaba el oscuro interior. Aquella noche se respiraba un aire impregnado de tristeza. Aquella noche más que nunca se sentía la ausencia de Theo.
El reloj en la mesa de luz del dormitorio marcó la medianoche. Fue en ese momento cuando Alan se despertó. No entendió bien por qué, de repente ya no sentía sueño. Permaneció mirando hacia las cortinas que flameaban como espectros, mientras dejaban ver el estrellado cielo de enero. Alan se sentó en su cama. Su piel se había erizado repentinamente como si el aire se hubiera vuelto frío como en una helada noche de invierno. Se dispuso a levantarse a cerrar la ventana cuando sintió una presencia en el cuarto.
Fue una sensación inexplicable. Sintió como si alguien lo mirara fijamente. Alguien oculto en la oscuridad del otro lado del cuarto, justo sobre la cama de Theo.
La fría sensación se transformó en miedo. Sin darse cuenta, Alan comenzó a temblar incontrolablemente. Su respiración comenzó a agitarse y un halo grisáceo de vapor salía de su boca con cada exhalación.
− ¿Quién anda ahí? –Preguntó balbuceante, temiendo que alguien en verdad le respondiera. Pero nadie respondió. –Idiota solo te estás imaginando cosas. –Se dijo a sí mismo, intentando tranquilizarse.
Se levantó y se dirigió a la ventana, dispuesto a cerrarla. Al mirar hacia el exterior, pudo ver la enorme y amarillenta luna brillando sobre los campos. Era una imagen hermosa, casi poética. Permaneció mirando hacia los cultivos que crujían y se mecían, movidos por el viento del norte. A lo lejos, oscuras nubes comenzaban a formarse. Pronto una gran tormenta se formaría. Una gran tormenta como la de aquella noche.
Sus pensamientos fueron interrumpidos nuevamente por aquella sensación. Se dio vuelta bruscamente y se aferró al marco de la ventana. Miró hacia la cama de su hermano. No podía distinguir nada, pero definitivamente allí había algo, algo que lo observaba fijamente. Podía sentir su presencia. Miró hacia la entrada de su cuarto. Solo tenía que correr unos metros y estaría en la seguridad del pasillo, allí correría hacia la habitación de sus padres o hacia la sala donde el señor Jones se había quedado dormido. Quizás pensarían que su hijo es un cobarde, pero era mejor alternativa que quedar solo junto a lo que sea que estuviera allí. Definitivamente allí había algo, hasta le parecía oírlo respirar en aquella oscuridad. – ¿Quien anda ahí? –Volvió a preguntar con su voz temblorosa.
Entonces pensó en encender la luz. La oscuridad se iría y si allí había algo, él podría verlo. El interruptor estaba junto a la puerta. Todavía tendría que pasar junto a la cama donde algo desconocido lo observaba. El miedo poco a poco se convirtió en terror. Sus piernas parecían hechas de gelatina. Sentía que no podía dar siquiera un paso sin caer desplomado. Fue en ese momento que escuchó un sonido que le heló la sangre por completo. El chirriar de la cama. Lo que fuera que estuviera allí, se había levantado. Luego el sonido de unos pasos, lentos y pesados. Alan intentó gritar, pero su grito se ahogó en su garganta, como si se tratara de una horrible pesadilla.
Los pasos se detuvieron frente a la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana y que proyectaba la sombra temblorosa de Alan en el piso de madera del cuarto. Aunque todavía estaba oculto en la oscuridad, Alan pudo distinguir una silueta, no más alta que él. Lo que sea que estuviera allí, parecía ser un niño.
Alan miró hacia el suelo, allí, justo donde la luz se proyectaba se había formado un pequeño charco de agua que parecía provenir desde aquella silueta.
Editado: 17.06.2021