En lo profundo del Rio

Parte III

Aquella noche no fue una noche más. Acostado en su cama, Alan no pudo dormir. Intentó cerrar los ojos, pero los volvía a abrir en apenas unos segundos, mirando aterrado hacia la cama de su hermano, esperando verlo con su rostro oscuro, carente de toda vida.

La angustia se había instalado en su pecho. Encendió la lámpara que descansaba sobre su mesita de luz. De repente, sintió un miedo atroz de estar en la completa oscuridad. Entre sus manos sostenía el pequeño Camaro. No pudo dejar de observarlo durante todo el día, y aquella noche tampoco podía dejarlo.

El lejano sonido de la televisión encendida, era lo único que interrumpía el silencio de la noche. Seguramente su padre se había quedado dormido en el sofá, exhausto, con una lata de cerveza a sus pies. Su madre quizás estaba en su habitación leyendo. Todo parecía ser una noche como cualquier otra. Pero algo era diferente. Podía sentirse en el aire algo maligno.

Afuera, las nubes habían cubierto por completo el cielo melancólico de verano. A lo lejos podía observarse el azul de los relámpagos brillar sobre el río. Una fría ráfaga de viento sacudía las cortinas con violencia. Alan se levantó dispuesto a cerrar las ventanas. Miró hacia afuera. Todo era oscuridad. Solo un foco colocado en el patio iluminaba con su luz amarillenta hasta los primeros cultivos, y luego, las sombras se extendían más allá, hasta el bosque, y hasta el río.

Permaneció allí en la ventana, mirando hacia la nada, pensando en lejanos recuerdos de soleadas tardes con su hermano, tardes que no volverían. Pero su pensamiento fue interrumpido con una repentina sensación de terror. Allí abajo, entre los tallos del maizal que se mecían y crujían al compás del viento, Alan vio dos figuras. Aquellas figuras eran negras como la noche, apenas visibles por la tenue luz que llegaba hasta ellas.

El terror inicial lo dejó atónito. No reaccionó por unos segundos que parecieron interminables. Las figuras estaban allí, observándolo fijamente. Cuando recobró el aliento, se dispuso a cerrar la ventana y meterse entre la seguridad de sus sabanas, como haría todo niño que estuviera asustado, pero algo dentro de él lo obligó a quedarse. Quedarse y observar.

Las dos figuras estaban allí, inmóviles. Eran bajas, parecían ser dos niños. No pudo evitar pensar que quizás se trababa de su hermano. Quizás había regresado.  

Una de las figuras levantó su mano derecha, como si lo estuviera saludando. Luego, aquellos niños oscuros se dieron vuelta y volvieron a perderse entre las plantas. Alan reconoció el camino que tomaron. Aquel sendero entre los cultivos conducía al bosque y luego hasta el río.

La duda se apoderó de su mente. El instinto de quedarse en la seguridad del hogar y alejarse de todo peligro chocaba con la irrefrenable necesidad de saber que fue de su hermano. Finalmente se decidió a seguir a aquellos extraños niños. No podía seguir viviendo con la duda. Se colocó sus calzados, tomó una linterna de su armario y salió lentamente de su habitación.

Pasó con cuidado frente a la habitación donde su madre se había quedado dormida con la luz encendida y un libro entre sus manos. Se deslizó como un verdadero ninja por la escalera procurando no hacer ni el más mínimo sonido que despertara a su padre que continuaba reposando en el sofá. Pasó frente a él. Su rostro regordete lucía cansado, con grandes ojeras. Cada respiración parecía ser una lucha para su voluminoso cuerpo. Alan tomó una sábana que estaba sobre una silla y lo cubrió. –Descansa papá. Iré a traer a mi hermano. –Le susurró mientras levantaba la lata de cerveza vacía.

Salió por la puerta trasera. Una vez afuera, en aquella férrea oscuridad, el miedo volvió a invadirlo. Estuvo a punto de regresar despavorido, pero tragó saliva y tomó el coraje para continuar.

Encendió su linterna y se internó entre los cultivos por donde aquellos niños habían desaparecido. Aquellos paisajes familiares que él conocía como la palma de su mano y que había recorrido cientos de veces durante el día, ahora lucían aterradores, irreconocibles. Las ramas se agitaban y las sombras se retorcían de manera siniestra. El viento silbaba entre la copa de los árboles. El siniestro canto de un búho le hizo helar la sangre.

A pesar de todo continuó. El miedo no lo vencería. Caminó lentamente a través del sendero entre los cultivos, luego se adentró en el oscuro bosque hasta que finalmente salió en la costa del río. La imagen parecía un paisaje de otro mundo. Una espesa neblina cubría las aguas. La luz de los lejanos relámpagos iluminaba sobre la bruma.

– ¡Hola! Hermano. ¿Estás ahí? –Llamó con la triste idea de que su hermano contestaría.

No se oyó ninguna respuesta, solamente el sonido de los truenos distantes. –Por favor hermano. Si estás ahí por favor responde. Te extraño. Por favor…–Suplicó nuevamente, mientras las lágrimas se derramaban en la fría arena de la costa.

De pronto, desde lo profundo de la niebla oyó el sonido de risas. Risas de niños y un rítmico chapoteo. Las risas sonaban lejanas y dispersas, como si solo fueran un eco.  – ¿Quién está ahí? –Preguntó.

Miró hacia la densidad de la niebla. Entrecerró sus ojos intentando ver mejor. Entonces vio lo que parecieron pequeñas sombras, corriendo de un lado al otro. Estaban corriendo sobre el agua, dando saltos. Parecían niños jugando. Cada paso provocaba un pequeño chapoteo en el agua.  Atónito, retrocedió unos pasos. – ¿Quién está ahí? –Preguntó nuevamente, pero esta vez con un grito desesperado. – ¡Muéstrate! ¡Si eres tú hermano, por favor sal!



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En el texto hay: monstruo, sirena, pescadores

Editado: 17.06.2021

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