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Cuando regresaron aquella noche, lo hicieron en el más absoluto silencio. Se sentaron alrededor de la calidez de la fogata cuyas últimas llamas parecían estar a punto de extinguirse. El fuego proyectaba oscuras y alargadas sombras sobre sus rostros. Aquella noche estuvieron a punto de morir. No había palabras para describir lo que habían pasado. Las piernas del muchacho comenzaron a temblar descontroladamente, como si el terror al fin había logrado penetrar en su mente. Permanecieron en silencio, mirando el danzar de las llamas mientras en lo alto de un gran árbol, oculto por la penumbra, un gran búho cantó de manera espeluznante.
–Será mejor que te vayas. –Dijo finalmente el viejo Jack, sin dirigirle la mirada. –Y si eres inteligente, ya no volverás.
Alan se limitó a mirar al anciano. Lucía cansado, abatido. Algo se había roto en él aquella noche. Quizás el darse cuenta que acabar con esa cosa no era algo posible, o quizás el pensar que su hija estuviera por allí convertido en uno de esos horrendos seres que él mismo había atravesado con su arpón como si fueran un montón de basura, pero aquella noche su espíritu aguerrido lo había abandonado, dejando solamente un hombre derrotado.
El muchacho se puso de pie y emprendió el regreso sin decir ninguna palabra. Luego de caminar unos metros estuvo a punto de dar la vuelta, pero no lo hizo. Siguió caminando en la oscuridad de aquel sendero que conducía hasta su granja. Mientras caminaba se sintió observado. El miedo poco a poco lo empezó a invadir. La irresistible necesidad de correr se apoderó de él, pero su cuerpo estaba demasiado cansado como para siquiera intentarlo.
Caminó lo más rápido que pudo, resistiendo la idea de voltear a ver que producía los pasos que comenzó a escuchar tras él. –No es nada. Solo sigue caminando. –Se decía mientras en la cercanía podía ver las luces del pórtico de la casa. –Ya falta poco. Por favor. Ya falta poco.
Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, pero no eran pasos comunes, era como si alguien caminara con dificultad, como arrastrando los pies. La idea de que alguno de aquellos espectros estuviera tras él, hacía que su corazón palpitara con inusitada rapidez, pero sus piernas todavía le temblaban, no había manera de que pudiese escapar corriendo.
Puso su mano en el bolsillo y extrajo el crucifijo. Eso lo tranquilizó, después de todo había funcionado de maravilla salvándole la vida. – ¿Quién anda ahí? –Dijo empuñando la cruz hacia las sombras. Frente a él pudo ver la figura de un niño.
– ¡Aléjate demonio! –Su voz sonó temblorosa e insegura. El miedo le recorría el cuerpo a medida que aquella sombra se acercaba. – ¡Aléjate!
–Tú debes alejarte. –Le contestó la figura. –Aléjate y no vuelvas al río. Vete de San Antonio.
Alan pudo reconocer la inconfundible voz de su hermano. – ¡Theo! Realmente eres tú.
Se acercó corriendo hacia su hermano con los brazos abiertos, listo para abrazarlo.
–Detente. –Le gritó Theo, y su voz ya no sonó como la tierna voz de su hermano. Ahora sonaba cavernosa y lejana. –No te acerques. No lo hagas.
Alan se detuvo unos pasos frente a él. –Hermano te he estado buscando. He intentado…
–Debes dejar de hacerlo. Ya no me busques. Aléjate del río. De lo contrario ella… ella va a matarte. Lo hará y me obligará a mirar… o quizás me ordenará a mí que lo haga.
–Pero tú no me lastimarías.
–Lo haría Alan. Lo haría. No puedo evitarlo. Ella está en mi mente, en mi alma. Ya no tengo voluntad propia. Cuando te has acercado al río, pude verte, y mi mente recordó cosas. Antes de eso, todo era negro, no había nada más que ella. Pude recordar que eras mi hermano y lo mucho que te quería. Por eso fui a advertirte. No vuelvas al río. Aléjate lo más posible del pueblo, aléjate antes de la noche de la gran tormenta. Esa noche el río crecerá, y cubrirá el pueblo, y esa noche ella atacará. El hombre de las sombras se lo ha prometido.
– ¿Quién es el hombre de las sombras? –Preguntó Alan aterrado.
Pero su hermano ya no pudo responderle. Cayó de rodillas sujetándose la cabeza y dando fuertes y espeluznante alaridos de dolor. – ¡Aléjate del pueblo! ¡Debes hacerlo! –Gritó Theo por última vez antes de desparecer en la oscuridad más absoluta.
Alan se encontró nuevamente solo. Todavía sostenía la cruz entre sus manos. Continuó su camino de regreso hacia la seguridad de su hogar. Su mente se fragmentaba en una multitud de pensamientos. La tristeza lo comenzó a invadir incontrolable.
Giró la perilla de la puerta trasera, por la cual se había escapado. Entró con cuidado, tratando de no hacer el más mínimo sonido. La casa estaba en penumbras, sumergida en el silencio más absoluto. Subió las escaleras muy lentamente. La puerta del cuarto de sus padres estaba abierta. Alan pasó frente a ella y se detuvo. No había nadie. Sus padres no estaban.
La desesperación se apoderó de él. Quizás sus padres habían descubierto que no estaba. Quizás habían salido a buscarlo. Pensó y pensó. No sabía qué hacer. Pensó en salir tras ellos, buscarlos y decir que simplemente caminó dormido y se perdió en el bosque. Caminó de un lado a otro como un animal enjaulado. Finalmente decidió acostarse, y permanecer dormido cuando ellos llegaran pretendiendo que nunca se había movido de su cama. Después de todo. ¿Dónde iría a buscarlos? – Será mejor que espere. –Pensó. Se dirigió hacia su habitación, se acostó y se cubrió con las sabanas. Miró el reloj. Eran las 03:00 de la madrugada. Permaneció unos momentos contemplando el techo hasta que el sueño finalmente llegó. Completamente exhausto, se quedó profundamente dormido.
Editado: 17.06.2021