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La tormenta siguió por varios días. Los destrozos causados fueron incalculables. Pronto la noticia de la muerte del señor Brown y la desaparición de su hijo recorrieron el pueblo. Para la policía se trató de un simple accidente. Argumentaron que el señor Brown había subido al tejado a repararlo, cuando, producto de su embriaguez, había resbalado y caído desde lo alto. Su hijo posiblemente había salido en su ayuda, y se había ahogado y su cuerpo seguramente fue arrastrado por la corriente. Quizás aparecería luego de algunas semanas, cuando completamente hinchado flotaría a la superficie del rio, parcialmente devorado por los peces. No había mayor misterio. Después de todo, fue una gran tormenta, la más grande que se recordara en aquel lejano poblado. Decenas de casas sufrieron daños, y los cultivos de la mayoría habían sido completamente arrasados.
Pero la muerte de los Brown no fue la única. El automóvil de la familia Díaz, había impactado contra el barandal del viejo puente sobre el arroyo San Antonio, en la entrada misma del pueblo. El viejo Renault cayó a las enfurecidas aguas y la familia completa había sido arrastrada. Cuando la tormenta pasó, se encontró el automóvil semi sumergido, pero sin los ocupantes. Luego de varias horas, fue localizado el cuerpo del señor Gonzalo Díaz, y de su esposa Norma Flores, pero los cuerpos de sus dos pequeños de nueve y siete años, jamás fueron encontrados. La policía argumentó que quizás el viento los haya hecho perder el control, o quizás, pasaron a gran velocidad sobre un charco profundo donde las ruedas habrían perdido tracción y esto los hubiera llevado a impactar contra el lateral del puente cayendo hacia el arroyo. Para ellos se trató solo otro desafortunado accidente por conducir de manera imprudente durante una tempestad. Nuevamente no había mayor misterio.
En las afueras del pueblo, muy cerca del río, vivía una familia que se dedicaba a la pesca. Su precaria vivienda estaba hecha de madera con techos de chapa. Al costado de la casa había una letrina donde enormes moscas verdosas pululaban. Allí fue donde hallaron el cuerpo de la señora Smith. Escondida en el pozo de la letrina. Su precaria vivienda había sido destruida por la tormenta. Bajo los maderos encontraron el cuerpo de su esposo. La explicación nuevamente parecía simple. La tormenta había golpeado con toda su furia sobre el precario hogar, el cual no pudo resistir mucho antes de caer. Una gran viga había caído sobre el desafortunado señor Smith, golpeando su cabeza, la cual se había abierto por completo, como una sandía arrojada desde lo alto. La imagen era pavorosa, absolutamente grotesca. Su esposa, aterrada buscó refugio en la única cobertura que tenía a su alcance, la vieja letrina. Permaneció allí quizás durante horas, llorando por la muerte de su esposo, hasta que, quizás por un descuido, cayó a las profundidades de la fosa, la cual tenía casi dos metros hasta el fondo. Quizás se había golpeado durante la caída, o quizás, sencillamente no pudo volver a subir. La cuestión es que el agua poco a poco comenzó a entrar. Allí, rodeada de excrementos y orina mezclada con el agua sucia que se colaba desde el precario techo y los espacios entre las tablas, moriría ahogada. En su rostro frío y rígido, había quedado grabada la expresión de desesperación y miedo. Su cuerpo fue hallado con los brazos extendidos hacía arriba, como queriendo alcanzar algo. Quizás su libertad, pero había algo más que faltaba. Su pequeño bebé de apenas un año no fue hallado. Se buscó incansablemente, pero no pudo encontrarse ningún rastro de él. Quizás había sido arrastrado por las aguas. Ya aparecería, manifestaban los policías.
En la hacienda de la familia Carter, el agua lo había cubierto todo. Casi todo su ganado se había ahogado. Los cuerpos hinchados de las vacas flotaban con las patas apuntando hacia el cielo. Las moscas volaban sobre ellos como grandes enjambres. Entre ellos, también fue hallado el cuerpo azulado del señor Marcos Carter. Su obeso cadáver flotaba con su rostro impávido completamente inflado. Los policías manifiestan que lo peor de un ahogado es ver como su cuerpo se desfigura completamente. Los cadáveres se hinchan como enormes globos, su piel se arruga, y los peces… los peces son lo peor. Cientos de marcas de pequeños dientes aparecen en los cuerpos. A veces faltan grandes trozos de carne, arrancadas en girones que se desprenden de los brazos, piernas y espalda. Recuperar un cuerpo ahogado de las aguas, es la actividad más horrible que le puede tocar a un policía, y el cuerpo del señor Carter era el más grotesco con el que se hayan topado. Los peces le habían arrancado los ojos. Las moscas se emergían y volvían a ocultarse de su boca abierta y de sus fosas nasales. No mucho más allá, estaba el cuerpo de su esposa, no mucho mejor que el de él. Nuevamente los policías tejieron sus teorías. Al ver que los animales se ahogaban, ellos salieron a intentar liberarlos de las tranqueras, pero la tormenta fue demasiado para ellos. Quizás la corriente que venía desde el río y anegaba sus tierras los había arrastrado. Murieron ahogados uno cerca del otro, así que quizás uno intentó salvar al otro, siendo también víctima de las aguas. Nuevamente parecía no haber misterio alguno, salvo por el faltante de sus tres hijos. Ninguno de los cuerpos de sus pequeños de doce, ocho y cinco años aparecieron. Quizás también salieron a ayudar a sus padres y también fueron víctimas. La policía nuevamente no encontró misterio “ya aparecerán flotando en algún sector del río cuando las aguas bajen”, era todo lo que podían esperar.
La tormenta había dejado el estremecedor dato de siete cadáveres, y siete niños desaparecidos. Sin duda los días más trágicos que se recordaran.
La funeraria San Jorge, del viejo Billy Taylor, no dio abasto con tanto trabajo repentino. Siete ataúdes, siete fosas y siete velatorios debieron ser preparados en tiempo record. Los familiares recorrían los pasillos envueltos en llantos, consolándose unos a otros. Un halo de tragedia y amargura envolvió al pueblo.
Editado: 17.06.2021