En lo profundo del Rio

PARTE IX

1

Los días fueron pasando. Poco a poco el pueblo se iba recuperando de los estragos que había dejado la tormenta. En lo profundo del bosque resonaba el sonido incesante de los martillazos. El viejo Jack comenzaba a reconstruir su cabaña. Recuperó todo lo que pudo. Afortunadamente, su bien más preciado, la foto con su familia, se había salvado. Cada mediodía, cuando sus padres se encontraban durmiendo la reglamentaria siesta, o cada vez que salían a algún lado, Alan aprovechaba para ir a ayudar a su amigo. Poco a poco, con los restos que habían quedado, pudieron construir una vivienda más pequeña, pero igualmente acogedora.

Una vez que tuvo un techo donde cobijarse por las noches, el viejo Jack pensó que ya era tiempo de reparar el bote. No sería una tarea fácil. La vieja embarcación estaba hecha pedazos, enterrada en la arena.

–Se necesitará una fortuna para reparar esto. Incluso si la tuviéramos, creo que sería necesario comprar otro bote. –Dijo Alan con las manos apoyadas en su cintura mientras observaba pensativo los restos de madera cubierta de arena y brea.

–Es verdad. Se necesitará mucho tiempo y esfuerzo, y sobretodo dinero para reparar esto. Creo que no podremos contar con la vieja “Esperanza”. –Comentó el anciano apenado.

–Creo que tengo algo de dinero que he ahorrado estos años. No es mucho, pero al menos en algo ayudará.

El viejo Jack permaneció en silencio por unos instantes, con la mente perdida en sus recuerdos. – Creo que yo también tengo algunos ahorros. –Dijo finalmente con una ligera sonrisa.

– ¿Qué clase de ahorros?

– Verás. Luego de lo que me sucedió comencé a beber y a descuidar el negocio. Pasaba mis días montado en el bote buscando aquella cosa. Fue en aquellos días cuando pensé en lo que haría si lograra recuperar a mi pequeña. Entonces vendí todas mis pertenencias, la tienda y todo lo que tenía y lo deposité en el banco. No he vuelto a tocar ese dinero en casi cuarenta años. Hasta había olvidado que lo tenía. Si tú no mencionabas tus ahorros, jamás lo hubiera recordado.

–Excelente. Solo debemos ir al banco y pedir parte de sus ahorros. Quizás pueda comprar un nuevo bote y… –Alan hizo una pausa. – Quiere decir que usted ha pasado toda su vida como un indigente, pasando toda clase de carencias y necesidades, aun teniendo ese dinero.

–No lo entenderías. Ese dinero es para mi hija. Si ella vuelve… cuando ella vuelva… necesitará dinero para salir adelante. Yo no podré estar para ayudarla, soy demasiado viejo… pero al menos le dejaré algo.

–Entiendo. Entonces necesitaremos parte de ese dinero… comparemos un nuevo bote. Quizás mejores herramientas. Una red… oh quizás algún arma… cielos, espero que sea mucho dinero.

El anciano sonrió. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte cuando Alan regresó a su hogar. Habían pactado ir al banco al día siguiente.

 

2

–No puede ir al banco vistiendo de esa manera. –Le dijo Alan al ver el aspecto sucio del anciano. –Le he traído algo de ropa que pertenecía a mi padre… de cuando… bueno de cuando era más delgado. Tampoco una afeita y un corte de cabello no le quedaría nada mal. Ahora… si me permite…

Alan señaló hacia una endeble silla de plástico. El anciano asintió de mala gana y se sentó. De su mochila que contenía las prendas de vestir, Alan también sacó un juego de tijeras y unas hojas de afeitar. Su padre le había pedido muchas veces que le retocara sus escasos cabellos o que le ayudara a afeitarse, por lo cual esta tarea no era nueva para el niño.

–Solo procura no rebanarme el cuello muchacho. –Dijo el viejo Jack al ver el filo de la hoja.

–Usted no se preocupe y solo relájese.

El niño comenzó a cortar el cabello prolijamente. Pronto la cabellera larga, sucia y canosa, se convirtió en un decente corte de cabello, tan decente que no tendría nada que envidiarle a cualquier peluquería de San Antonio. Luego prosiguió con la tupida barba. Enjabonó cuidadosamente el rostro del anciano y luego, con precisión quirúrgica pasó la hoja de afeitar. Luego de un rato, el muchacho miró al anciano y sonrió.

–Vaya. No está nada mal. Hasta parece otra persona. –Dijo satisfecho.

El anciano le pidió un espejo y el niño se lo alcanzó. Al mirarse no pudo reconocerse. Parecía el hombre que alguna vez fue. Su cara ya no estaba cubierta de esa barba enmarañada de años sin afeitarse. Lucía los cabellos cortos, prolijamente cortados, casi como si fuera un militar. Lo que vio le gustó. No pudo contener la sonrisa. Al mirar al muchacho sintió algo. Creyó que por primera vez en mucho tiempo volvía a querer a alguien. Aquel muchacho que acarreaba una pena tan dura como la suya había ablandado su corazón duro como una roca. –Gracias. –Le dijo agradecido.

Luego de darse un baño utilizando el agua de lluvia que recolectaba en tambores junto a su cabaña, se probó la ropa que el muchacho le había traído. Unos jeans azules que le quedaban perfectos, una camisa a cuadros y unos bonitos zapatos. Si cualquiera de los muchachos que frecuentaban el bar donde religiosamente compraba su whisky lo viera en estos momentos, no lo reconocería. Era un hombre nuevo. Sintió que era veinte años más joven. Por primera vez alguien no hablaba a sus espaldas o le decía comentarios hirientes y crueles. Por primera vez en muchos años sintió que tenía a alguien que podía llamar amigo.



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En el texto hay: monstruo, sirena, pescadores

Editado: 17.06.2021

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