1
Aquella noche fue la noche más terrible que haya pasado en su vida. Ni siquiera en aquellas lejanas y desoladoras noches de espera, en las que pensaba que su hermano entraría por la puerta del cuarto diciendo que solamente se había perdido, había pasado angustia semejante. Su mente se sacudía en un miedo atroz, latente, inevitable.
Pasó toda la noche con la luz de la lámpara encendida, como si aquella tenue luz amarillenta fuese capaz de alejar aquellos horrores que había contemplado. A lo lejos, perdido entre una maraña de ramas en lo profundo del bosque, un gigantesco búho cantó, y su canto sepulcral retumbó en la mente de Alan como si fueran las campanas que anuncian un velorio.
De esa forma pasó aquella noche, temblando completamente, sollozando por lo bajo mientras intentaba comprender que era aquel ser que lo atormentaba, aquel ser que estaba detrás de aquella criatura horrenda del río. Pensó y pensó hasta que por fin la ansiada luz del amanecer se coló por su ventana. Fue entonces, que por fin, sus cansados ojos cedieron al cansancio y Alan se quedó profundamente dormido.
Las horas pasaron mientras Alan dormía al calor del sol de la mañana, hasta que el sonido de la camioneta de su padre alejándose por el camino de tierra lo despertó. Miró el reloj sobre su mesa de luz. Eran las once de la mañana. Apurado, se dirigió al baño. Luego se cambió. Al bajar las escaleras se percató de que sus padres se habían marchado. No le importó. Salió corriendo de su hogar y se dirigió al bosque, a la casa del viejo Jack.
Corrió velozmente, tropezándose más de una vez y enredándose en grandes telarañas que cubrían el sendero del viejo bosque. Al llegar vio al viejo Jack, sonriente, como nunca lo había visto. Se encontraba reconstruyendo su cabaña, o comenzando con la labor al menos. Había quitado el tronco sobre el tejado y ahora estaba asegurando los soportes.
El anciano estaba tan concentrado en su labor, golpeando una y otra vez con un martillo, que no oyó al muchacho acercarse.
– ¡Oiga! –Lo llamó Alan, pero el anciano no lo escuchó. – ¡Oiga! ¡¿Acaso se ha vuelto sordo?!
Finalmente, el muchacho tomó una pequeña piedra y se la arrojó, impactando en su hombro derecho. –Oye. ¡No vuelvas a hacer eso! –Le dijo el anciano algo enojado. – ¿Qué te sucede? –Preguntó a ver al niño completamente pálido y agitado.
El viejo Jack se sentó junto al muchacho en lo que quedaba del tronco caído mientras escuchaba en silencio lo que este le contaba. Intentó disimular el espanto que sintió en ese momento por medio de una cara serena y pensativa. –De acuerdo. –Dijo el anciano luego que Alan había terminado su historia. –Lo que debemos hacer es mantener la calma. No podemos perder la cabeza en este momento.
– ¿Pero que se supone que debemos hacer? Esto va más allá de nuestra comprensión. –Dijo el niño con la desesperación impregnada en su voz.
–Debemos seguir con nuestro objetivo… solamente eso. Debemos matar a la criatura. Debemos recuperar a mi pequeña y… no olvides a tu hermano.
–Pero… –Intentó decir Alan.
–Tú lo has dicho… esto va más allá de nuestra comprensión. Más allá de lo que un niño y un anciano pueden hacer. Si lo que me has dicho es cierto… la gran tormenta de la que hablan llegará inevitablemente, solo debemos matar a la criatura, evitar que se siga alimentando y atrapando niños para volverlos sus espectros. Es lo único que podemos hacer. En cuanto al que camina en las sombras, o cómo demonios se llame, ese no es nuestro problema.
– ¿Acaso no me ha oído? El maldito pueblo es un portal a su mundo. El vendrá.
–Te he oído perfectamente. Es por ello que debemos matar a la criatura, evitar que siga dándole poder a aquel ser. Debemos matarla antes de la tormenta. Y cuando lo hagamos…cuando recuperemos a nuestros seres queridos, nos marcharemos muy lejos. Déjame decirte muchacho… tengo dinero suficiente para marcharnos muy lejos, lejos de este maldito pueblo. Si aquel ser viene, pues que venga. Estaremos muy lejos antes de que eso pase… y habiendo dicho eso, necesito que me acompañes.
2
Juntos caminaron por el sendero que conducía hacia la costa del río. El cielo estaba despejado, completamente azul, solamente salpicado por algunas nubes lejanas y dispersas. El calor no era tan potente aquella mañana gracias a suaves brisas que soplaban desde el norte. Caminaron en silencio. Alan seguía completamente aterrado, en cada sombra del bosque creía ver aquellos ojos estremecedores. El viejo Jack, iba callado, con su mirada perdida en la nada. No lo admitía, pero al oír la historia, sintió un fuerte escozor que le recorrió el cuerpo. “Las manos del demonio están en todo el pueblo. Nada de lo que hagamos escapa de su control”, pensaba para sus adentros.
Finalmente llegaron a la costa del rio. Las aguas estaban tranquilas. El sol se reflejaba en la superficie apacible. A lo lejos, en la otra costa, los botes de los pescadores se desplazaban en silencio, ignorando el terror que acechaba en aquellos remotos parajes.
Sobre la playa, amarrado en una estaca, estaba un bote de madera. Estaba pintado de negro, con un hermoso acabado. Era grande, y en apariencia, parecía jamás haber sido utilizado. En el costado, escrito con letras blancas decía “ESPERANZA”.
–Y bien… ¿Qué te parece? –Preguntó el anciano señalando en dirección al bote.
Editado: 17.06.2021