1
El horrible canto del búho volvió a escucharse afuera de la cabaña del viejo Jack. Una suave brisa soplaba trayendo alivio luego de un día de intenso calor veraniego. Pero nada de esto importaba. Ni siquiera la idea de que todo terminaría en unos días. Lo único que le importaba al anciano, era que, luego de más de cuarenta años de una búsqueda desesperada y angustiante, al fin tenía frente a él a su amada Esperanza. Ni siquiera se preguntó cómo era esto posible, simplemente se limitó a cerrar su mente a todo cuestionamiento y a llorar de una alegría que lo desbordaba.
El anciano había encendido la vieja cocina a leña en el interior de la cabaña. Buscó entre las cosas de la cocina y encontró los ingredientes necesarios para preparar una deliciosa sopa. No tenía ningún tipo de carne que agregarle, pero si verduras, patatas y arroz. Cuando estuvo lista, la sirvió en dos platos. Se acomodó en el suelo junto a su hija y le alcanzó uno de los platos humeantes. La niña observó la comida por un instante y luego procedió a introducir una cucharada en su boca. Su rostro se iluminó. Una repentina sonrisa se dibujó de un extremo a otro de su rostro. Parecía tener la alegría de un hombre sediento que encuentra agua en el desierto y la bebe con emoción desenfrenada. La pequeña esperanza come rápidamente la sopa a pesar de lo caliente que estaba.
–Despacio hija. No vayas a quemarte. –Dijo el viejo Jack esbozando una sonrisa paternal.
La niña lo miró y volvió a sonreír. –Está delicioso papá. –Le dijo cuándo el plato estuvo completamente vacío. Su padre se levantó y volvió a servirle. La niña volvió a devorarlo todo tan rápido como un animal hambriento. –Lo siento. Tengo mucha hambre. –Se disculpó apenada.
–No tienes que pedir disculpas hija. No has comido una comida en mucho tiempo. –La voz del viejo Jack se quebró por un momento. –Pero ahora… ahora ya has vuelto conmigo. No dejaré que nunca te falte el alimento… no dejaré que vuelvan a separarte de mi lado.
–Papá… ¿Cuánto tiempo ha pasado?
El anciano permaneció en silencio durante unos momentos. No lograba encontrar las palabras para contestarle a su hija. –Bueno…–Dijo finalmente. –Ha pasado demasiado tiempo. Ha pasado toda una vida. Pero quiero que sepas… que nunca he dejado de buscarte. Nunca perdí la esperanza de volver a verte.
–Lo sé papá. Te he visto. Te he oído llamarme. Pero yo estaba en un lugar lejano, oscuro. No podía acercarme a ti. Quería correr hacia ti pero no podía. Solo eras una figura lejana que se desvanecía. –Las lágrimas comenzaron a derramarse por su pálido rostro. Brillaban como pequeños diamantes mientras se desplazaban por sus mejillas resecas.
–Lo importante es que estas aquí hija. Después de todo este tiempo, finalmente estamos juntos, y eso es todo lo que siempre he deseado. Te he extrañado cada día de mi vida. –El viajo Jack cruzó su largo brazo por sobre el hombro de la niña. Esperanza se inclinó sobre el pecho de su padre y así permanecieron hasta que ambos se quedaron dormidos. Afuera, oculto por las sombras, el búho volvió a cantar de manera espeluznante.
2
El fuerte silbido del viento colándose por entre las maderas de la vieja cabaña despertó al viejo Jack. Miró hacia su costado y se alarmó al ver que su hija ya no estaba. Pensó por un instante aterrador que quizás todo había sido un sueño. Miró hacia el costado. Allí estaban los dos platos con algunos granos de arroz todavía adheridos en ellos. No es posible que haya sido un sueño. Su hija realmente había estado allí.
Se incorporó rápidamente y comenzó a llamarla. – ¡Esperanza! –Gritó una y otra vez desesperado. – ¡Esperanza!
El tenue fuego de la cocina a leña se había apagado por completo dejando la casa totalmente a oscuras. Solo podía verse la amarillenta luz de la luna penetrando entre las telas maltrechas que hacían las veces de cortina. Desesperado, el viajo Jack salió al exterior. Tropezó con una tabla salida del piso del pórtico y cayó pesadamente. Pronto sintió la calidez de la sangre fluyendo por su mano. Un clavo salido le había rasgado la carne de extremos a extremo.
– ¡Esperanza! ¡Esperanza! – Gritó nuevamente sin obtener respuesta. La desesperación le formaba un nudo en la garganta que parecía que lo estrangularía de un momento a otro.
Entonces, a lo lejos vio una pequeña figura. Parada en el extremo del sendero que se introducía hacia lo profundo del bosque, allí, estaba la pequeña Esperanza. Parecía estar perdida. Miraba hacia todas direcciones, como si buscara algo que se le hubiera perdido.
– ¡Hija¡ ¿Qué haces? Vuelve aquí por favor. –La llamó el anciano aun desde el suelo, pero la pequeña ni siquiera volteó a mirarlo. Era como si, en ese momento, algo mucho más importante que su propio padre estuviera allí llamándola.
El anciano se arrastró unos metros. El dolor que le había provocado la caída era intenso. La sangre continuaba fluyendo desde su mano. Las rojas gotas salpicaron las hojas secas que cubrían el suelo del bosque. Como pudo, se levantó y se dirigió hacia su hija. Tardó unos segundos que parecieron interminables hasta que finalmente estuvo junto a ella.
La tomó de los hombros y la llamó. –Esperanza. Por favor mírame. –Le suplicó, pero su hija continuaba mirando hacia el bosque, hacía la oscuridad.
– ¡Por favor hija! ¡Tienes que reaccionar! –Le dijo elevando el tono de voz mientras la sujetaba con más fuerza.
Editado: 17.06.2021