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Cuando Alan despertó, no pudo ver más que oscuridad a su alrededor. Estaba recostado contra la húmeda pared de aquel sótano. Había gritado y golpeado aquella puerta que lo encerraba toda la noche, hasta que, finalmente cayó exhausto, quedando profundamente dormido. Su padre no había regresado. Afuera, pudo oír el canto del viejo gallo que le indicaba que ya estaba amaneciendo.
Un tenue hilo de luz apareció entre las viejas tablas que formaban el piso del granero, permitiendo que el niño pudiera observar lo que tenía a su alrededor. El hedor era espantoso y asfixiante. Intentó nuevamente empujar la puerta, pero pronto se dio cuenta que era inútil y cayó rendido. Las horas fueron pasando en el interior de aquella oscuridad profunda. Comenzó a sentir mucha hambre, luego mucha sed. No tardó en sentirse claustrofóbico. Le faltaba el aire mientras su desesperación aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
– ¡Papá! –Llamó inútilmente. – ¡Sácame de aquí! –Pero sus súplicas no tuvieron respuesta alguna. Finalmente, sintiendo que sus fuerzas se le escapaban, cayó dormido profundamente.
Nuevamente, el canto del gallo lo despertó. Había pasado más de un día allí encerrado. Sus labios estaban resecos por la sed. Hacía demasiado calor allí abajo donde el aire no corría. Alan comenzó a llorar desesperado. Luego comenzó a golpear nuevamente aquella puerta, pero solo podía oír el sonido de la cadena golpeando contra el candado que lo mantenía cautivo.
Luego de desesperante horas volvió a rendirse. Permaneció sentado en la oscuridad con la mirada perdida hacia la nada misma. En esos momentos, vino a su mente el rostro de su hermano. Recordó una de esas tardes otoñales, sentados en un viejo tronco caído mientras observaban el sol descendiendo más allá de los campos. –Lo siento hermano. Te he fallado. –Susurró hacia la oscuridad. En su mente, la imagen de su hermano sentado junto a él se desvaneció. En su lugar, vio a Theo vestido con su impermeable verde aquella noche tormentosa. Estaba junto a la puerta trasera, dispuesto a ir a ayudar a su padre.
–Por favor quédate. –Suplicó Alan. Pero su hermano abrió la puerta. Una potente cortina de lluvia lo golpeó en ese momento, sin embargo, Theo salió, internándose en la oscuridad de la noche.
Entonces, Alan, por primera vez pudo ver lo que le sucedió a su hermano aquella noche. En su mente lo vio caminando hacia el viejo granero. Lo vio avanzando a duras penas mientras el viento y la lluvia golpeaban su pequeño cuerpo sin piedad. – ¡Papá! –Lo escuchó llamar. – ¡Papá! ¿Dónde estás?
La tormenta se había desatado hacia algunas horas y el agua ya empezaba a cubrirlo todo. La luz de los rayos iluminó el campo que estaba completamente anegado. El agua le llegaba hasta sus rodillas, sobrepasando la altura de las botas de goma que llevaba puesto aquella noche.
Theo caminaba decididamente hacia el granero, sin embargo, algo llamó su atención. Desde el corral que estaba detrás de la casa, oyó a un ternero llorar. Se dirigió hacia allí. Pensó que quizás el animal había quedado atrapado mientras las aguas comenzaban a subir. Al llegar al corral, lo abrió, pero allí no había nada. Ningún animal estaba allí. Pensó que quizás su padre ya lo había liberado.
El corral estaba completamente inundado con las oscuras aguas que llegaban desde el rio mismo. El viento rugía con fuerza aquella noche, pero aun así, por sobre el terrible bramido de la tormenta, Theo escuchó algo más mientras emprendía su camino nuevamente hacia el granero donde pensaba que lo esperaba su padre. Escuchó como si algo enorme dentro del corral se levantara y golpeara el agua. Se dio vuelta rápidamente esperando ver a un ternero luchando por no ahogarse, pero en su lugar vio una enorme y alargada cola estirándose por encima del agua y cayendo pesadamente.
Aterrado, Theo permaneció inmóvil. Lo que siguió a continuación, fue solo la indescriptible sensación de que algo horroroso e incomprensible para su mente infantil se acercaba hacia él. Pudo ver como una larga estela se formaba en las oscuras aguas, acercándose lentamente. En un estado de miedo absoluto, el pequeño permaneció sin reaccionar, mientras aquella estela estaba a apenas unos metros de distancia. Fue entonces, que los dorados ojos de la criatura emergieron.
Theo gritó horrorizado. Sus delgadas piernas al fin reaccionaron y comenzó a correr hacia la seguridad del cercano granero.
– ¡Papá! ¡Ayúdame! –Gritaba desesperado mientras oía detrás de él a aquella bestia desconocida acortando distancia. – ¡Papá!
Mientras corría, Theo sentía como el agua le dificultaba cada vez avanzar. Ahora, mientras se acercaba al granero, el agua le alcanzaba hasta la cintura. Miró hacia la puerta del granero que se elevaba por sobre las aguas, sobre una pequeña colina. Estaba tan cerca. Tan solo unos metros más.
Volvió a mirar hacia atrás. Allí todavía estaban aquellos ojos demoniacos, observándolo pacientemente mientras un descomunal cuerpo alargado se deslizaba lentamente. El niño pudo sentir como aquella cosa avanzaba pacientemente, segura de obtener su premio.
Finalmente, a medida que se acercaba a la elevación donde estaba el granero, el nivel del agua iba bajando, permitiéndole correr con mayor velocidad. Ya faltaba poco, tan solo unos metros más y estaría a salvo. A medida que se iba acercando, pudo distinguir una figura parada en el portal del depósito.
Editado: 17.06.2021