1
La gran puerta de madera maciza de la iglesia del pueblo golpeaba fuertemente al abrirse y cerrarse bruscamente empujada por el viento. El padre Abraham Scheidemann permanecía parado enfrente de su templo mirando las oscuras nubes que se arremolinaban amenazantes sobre el viejo San Antonio.
–Ha llegado el día. –Susurró. El anciano sacerdote pudo sentir como algo lo observaba desde el interior de la casa parroquial, Una risa siniestra y espectral comenzó a oírse. La risa se oía cada vez más fuerte a medida que la lluvia comenzó a caer con una inusual furia.
El sacerdote apretó con fuerza el crucifijo que colgaba de su cuello. – ¡No te saldrás con la tuya demonio! –Gritó furioso, pero la risa no hacía más que aumentar su intensidad.
Horrorizado, vio como las gotas de la intensa lluvia eran empujadas por el viento cada vez con más fuerza. Estar parado en el exterior era casi imposible. El viento huracanado comenzó a sacudir las ramas de los arboles al punto de quebrarlas.
El viejo sacerdote volvió a entrar a su templo. Sabía que no podía hacer nada. En el fondo de su corazón sabía que el fin había llegado.
La tormenta comenzó a golpear con toda su furia. Un rayo resplandeció muy cerca de la iglesia. Había impactado contra un poste del alumbrado eléctrico haciéndolo caer. Pronto, todo el pueblo estuvo sumergido en la oscuridad. La energía eléctrica se había ido.
Los rayos comenzaron a caer uno tras otro sobre el pueblo. Uno de ellos golpeó la enorme cruz de metal sobre el campanario de la iglesia. El metal crujió y la cruz cayó desde lo alto. El sonido que hizo al impactar contra el suelo retumbó entre el abovedado interior del templo. El padre Scheidemann se arrodilló frente al altar y comenzó a orar, después de todo, era lo único que podía hacerse en ese momento.
Los cristales de colores de los ventanales estallaron en mil pedazos. El viento y la lluvia comenzaron a entrar con fuerza despiadada. El sacerdote continuó rezando. Pronto estuvo totalmente empapado. El interior de su iglesia comenzó a anegarse. Ramas, hojas y todo tipo de residuos comenzaron a ser arrojados por la tormenta hacia el interior. Su oración fue interrumpida por aquella risa maligna. Resonaba con claridad por todas partes. Aquella risa estaba en la misma tormenta, llevada por el viento.
–No te saldrás con la tuya. –Volvió a decir el anciano, luego comenzó a rezar nuevamente a pesar que el agua que ingresaba ya le llegaba hasta sus rodillas.
2
Desde el interior de la estación de policía, el comisario Tom Peterson observaba extrañado como la tormenta azotaba sobre el pueblo. Jamás había visto una tormenta semejante en toda su vida. Los rayos caían sucesivamente, uno tras otro, como si de un bombardeo en una zona de guerra se tratara. Pensó en salir a recorrer el pueblo en el patrullero, pero una enorme chapa que pasó volando violentamente impactando contra el asfalto de la calle frente a la comisaría lo hizo dudar. Sin dudas se había desprendido de algún techo cercano. El viento no hacía más que aumentar su intensidad. Salir era muy peligroso. El agua comenzaba a subir más y más. Pronto, el interior de la comisaría estuvo totalmente inundado. El agua amarronada que entraba con insistencia pasaba el nivel de sus rodillas. Todo el pueblo se estaba inundando. El nivel del río había crecido velozmente, a un ritmo imposible. El agua en las calles corría como si de una poderosa corriente se tratara.
Los rayos continuaban cayendo uno tras otro. Los postes eléctricos eran derrumbados como si fueran palillos ante la poderosa corriente. El comisario observó horrorizado como el patrullero era arrastrado y desaparecía bajo las oscuras aguas.
– ¿Qué demonios está sucediendo? –Se preguntó impotente. Intentó tomar el teléfono para llamar a su hogar. La preocupación crecía en él a cada instante. Las líneas telefónicas tampoco funcionaban.
Pensó en salir. Intentaría llegar a su hogar como fuera. Su esposa y su hijo estaban allí, en la oscuridad en medio de aquel huracán que se había formado inexplicablemente. A pesar de la insistencia del Sargento Vega, quien se disponía a bajar la escalera que conducía al ático de la estación. Pensaba que allí podrían refugiarse del agua que no paraba de entrar. La potencia de los truenos hacia estremecer los vidrios de los grandes ventanales.
–Por favor jefe… no puede salir con esta tormenta. No logrará llegar. –Le dijo el obeso sargento mientras miraba con preocupación cómo el edificio se inundaba más y más.
–Debo intentarlo. Mi familia está sola allí. Debo…
Sus palabras fueron interrumpidas. El fuerte sonido de la bocina de un vehículo llamó su atención. A lo lejos vio la luz de dos faros. Aparecían y desaparecían bajo la oscuridad de las aguas. Era un vehículo. Estaba siendo arrastrado por la fuerza de la corriente mientras su conducto desesperado tocaba la bocina pidiendo ayuda.
El auto era sacudió con violencia, hasta que finalmente impactó contra un poste de energía caído, quedando atrapado a unos cuarenta metros de la comisaría.
El dueño tocaba la bocina con insistencia. El comisario observó como la ventanilla del vehículo se abría. – ¡Auxilio! –Se escuchó a alguien gritar desde el interior. Los gritos apenas podían oírse por sobre el rugido de la tormenta. – ¡Por favor salven a mi hijo!
Editado: 17.06.2021