En lo profundo del Rio

PARTE XVII

1

Alan supo inmediatamente lo que debía hacer. Recordó lo que su padre le había dicho. También recordó lo que el viejo Jack le dijo en aquella carta. No debía confiar en el demonio, sin embargo, estaba dispuesto a hacer todo por su hermano.

Secándose las lágrimas, sacó el arpón del cuerpo de la criatura muerta. Luego, se dirigió hacia su bote, el cual aún se encontraba en la entrada de la iglesia. Nadó con cuidado entre los bancos de la iglesia mientras observaba a su alrededor. Por un momento se imaginó que la madre del agua no estaba muerta y que venía a atraparlo en aquel momento, cuando estaba más indefenso. Después de todo, ni siquiera sabía si aquella cosa podía morir. Pero nada ocurrió. Con facilidad llegó hasta su bote. Subió con cuidado y colocó el arpón a sus pies. Alan se percató que había perdido el crucifijo, la serpiente seguramente se lo había tragado.

–No importa. –Dijo con resignación. –De todas formas tengo que hacerlo.

Comenzó a remar lentamente y su bote comenzó a alejarse suavemente de la iglesia. Al mirar hacia arriba vio a los espectros en el campanario. Lo observaban fijamente, expectantes. Alan se sorprendió de que no fueran tras él. Quizás con la muerte de la criatura ya no estaban bajo su hechizo. Quizás ya no seguían sus órdenes.

Mientras avanzaba por las aguas que atravesaban el irreconocible poblado, Alan iba admirando la destrucción. Casi todos los postes de la única avenida asfaltada del pueblo habían caído. Sus cables se extendían en todas direcciones como enormes telarañas. La mayoría de las casas estaban con los tejados arrancados, ventanas destruidas, algunas, incluso, fueron derrumbadas por la fuerza de la corriente.

Alan continuó remando con ligereza. Esta vez, la corriente jugaba a su favor y lo llevaba hacia su objetivo. Muchas cosas pasaban por su cabeza en ese momento. La tormenta había terminado, la criatura estaba muerta, el fin no llegaría ese día, y todo era gracias a él. Una tenue sonrisa se fue dibujando en su rostro. Ya no era el niño temeroso que siempre había sido. Se dio cuenta que era fuerte y valiente, más de lo que jamás se hubiera imaginado. Pensó en lo orgulloso que estaría su hermano cuando le contara todo lo que había hecho por rescatarlo, y eso haría, lo rescataría sin importar el costo.

La corriente lo fue alejando de las últimas casas del pueblo. Pronto su bote estuvo navegando entre los árboles y ramas caídas del bosque. En el cielo, los rayos resplandecían con furia, uno tras otro. En lo alto de un gran árbol, oculto en las sombras, un gran búho cantó, y su canto espectral retumbó en la espesura del bosque. Alan continuó sin prestar atención a nada. Avanzaba decidido. Su objetivo era llegar al río, era lo que más lo apremiaba.

Luego de atravesar el bosque con mucha dificultad, finalmente se encontró en la desembocadura del río. Una vez allí se dejó llevar. Relajó sus brazos mientras acariciaba una y otra vez su arpón, como si de una fiel mascota se tratara.

Mientras su embarcación flotaba libremente río abajo, Alan se permitió un momento para relajarse. Se acostó en el piso del bote y contempló el firmamento surcado por los rayos. Había algo hipnótico en todo ese caos, en cierta forma, la fiereza de los relámpagos reflejaban lo que sentía por dentro. Se sentía vivo, lleno de una extraña energía. Sentía que podía con todo y que nada lo detendría.

Finalmente, divisó a lo lejos el lugar al cual quería llegar. Allí estaba el gran olmo pútrido sobre la colina de María Antonia. Iluminado por los rayos, aquel árbol era aún más aterrador de lo que recordaba. El crujir de sus ramas parecía retumbar con lamentos de almas en pena. Alan se incorporó nuevamente. Tomó los remos y comenzó a dirigir el bote hacia el arroyo junto a la colina.

El pequeño cauce se había ensanchado, y sus aguas ahora cubrían gran parte del paisaje, sin embargo, la colina aun sobresalía como un gigantesco animal resistiéndose a desaparecer.

Alan continuó remando en silencio. Nuevamente, ahora desde las ramas del aterrador olmo, un enorme búho volvió a cantar. Aquella era el ave de la muerte, Alan lo sabía perfectamente. Había escuchado demasiadas veces lo que el canto de aquella ave en una noche oscura significaba. Aquella noche alguien moriría.

Intentó no pensar en ello y siguió remando por el arroyo, el cual lucía decenas de veces más grande de lo que era. Pronto, la colina de María Antonio había desaparecido a lo lejos. En los costados del arroyo, las ramas de los árboles se agitaban y crujían movidas con violencia por el viento que aún soplaba con insistencia.  Todo estaba cubierto por las aguas, completamente inundado.

Luego de remar en un silencio desesperante, Alan finalmente llegó a su destino. Las tierras donde estaba el viejo cementerio abandonado eran las únicas que no estaban cubiertas por las aguas. Era como si alguna fuerza extraña las mantuviera secas.

Alan dejó el bote en la orilla, tomó el arpón y comenzó a caminar por el sendero que lo llevaría al viejo camposanto.

Por su mente pasó la idea de alejarse, de correr lo más rápido posible pues sabía el horror infinito que más adelante lo aguardaba. Resistió sucumbir a esas ideas. Caminó con determinación. En su mano, el filo del arpón parecía resplandecer. Caminó por el sendero bordeado por la alta hierba que se agitaba sombríamente. Finalmente, tenía frente a él, el viejo cementerio. Todo el lugar estaba sumergido en un silencio profundo.



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En el texto hay: monstruo, sirena, pescadores

Editado: 17.06.2021

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