En los brazos del enemigo

Capítulo 3

Teodoro Schubert llega en la noche y mi padre le informa que aceptamos las condiciones del rey, por lo que ofrece mi mano en matrimonio a Dominic Godard. Es fácil saber que cada palabra que sale de boca de mi padre lo quema por dentro, solo basta ver su expresión apesadumbrada. Mi madre y Frederick tardaron horas en persuadirlo de que debía aceptar el casamiento; yo no participé en las pláticas para convencerlo, ya suficiente estoy haciendo resignándome a casarme con un completo desconocido.

—Me alegra escuchar que entró en razón, Blake, al rey también le alegrará escucharlo —asegura Teodoro con gesto de alivio—. Afortunadamente, los Godard también han sido sensatos y, del mismo modo, piensan que lo mejor es casar a su hijo con Ava. Será un gusto dejar esta ridícula disputa atrás ahora que ambas familias estén unidas. Todos en Encenard respiraremos más tranquilos cuando haya paz entre ustedes.

No puedo evitar fulminar a Teodoro con la mirada, sé que él no tiene idea de lo que Ray Godard realmente le hizo a mi familia, él solo cree que todo este asunto tiene que ver con un negocio fallido, pero aun así resiento sus palabras. Quisiera gritar por los tejados lo que sucedió entre mi tía y Ray para que la gente entendiera la ira que siente mi padre y dejarán de verlo como un loco que pierde los estribos con facilidad. Detesto no poder evidenciar a nuestros enemigos como la escoria que son. El hecho de que tengo que mantener esto en secreto me está carcomiendo por dentro, no imagino lo que han tenido que soportar mis padres teniendo que ocultar lo ocurrido durante todos estos años.

—El rey desea que el casamiento se celebre a la brevedad posible. Los Godard me informan que ya mandaron traer a su hijo, quien se encuentra en una de sus propiedades fuera de la ciudad, y que esperan que esté aquí antes de que concluya la semana. La boda puede celebrarse a su llegada —nos propone Teodoro.

Mi estómago se contrae hasta hacerse un nudo. ¿Una semana? Es muy poco tiempo, aunque supongo que de nada sirve demorar lo inevitable.

Antes de que mi familia pueda protestar, me adelanto para responder.

—De acuerdo, celebraremos la boda en cuanto él llegue —declaro sin lograr ocultar el nerviosismo en mi voz.

Por primera vez, Teodoro posa sus ojos sobre mí e inclina su cabeza a modo de reconocimiento.

—Bien. Dispondré todo para que el casamiento se realice entonces. Me retiro. Que tengan una bonita noche —dice antes de partir.

Los cuatro suspiramos con aire derrotado en cuanto el caballero sale de la casa.

La sensación de inquietud se enraíza en mi corazón: antes de que acabe la semana estaré casada con un Godard.

 

 

                                                               *******************

 

—¿Cómo se llama nuestro primo? —le pregunto a mi madre mientras miro hacia la ventana de mi habitación, las hojas del jardín se mueven por el viento que sopla. Así me siento yo ahora: una hoja que se mueve por la voluntad de otros.

Mi madre me observa sentada a la orilla de mi cama. No es usual que pase el rato en mi habitación, ella normalmente se dedica a sus propias actividades, pero supongo que quiere aprovechar la última semana en la que vamos a vivir bajo el mismo techo. 

—Marcel… es un pequeño muy bien educado, acaba de cumplir los nueve años hace unos meses. Le gusta dibujar y tocar la flauta, tiene talento para ambas actividades. Te caería bien —contesta ella con una expresión melancólica.

—¿Lo conoces en persona? —pregunto girando mi atención hacia ella.

—Los hemos visitado algunas veces en el pequeño poblado en el que viven. Tu padre solía ser muy cercano a Griselda y de cuando en cuando la echa de menos, así que nos tomamos el tiempo para ir a ver cómo están.

—¿Por qué jamás nos han llevado con ustedes? —pregunto sin poder ocultar el reclamo en mi tono de voz—. Habría sido lindo saber que tenemos un primo.

—Tu padre no creyó prudente llevarlos… no sabíamos si íbamos a poder contar con su discreción.

—Por favor, tengo 19 años, creo que puedo guardar un secreto si me lo piden. No soy una bebé a la que le tienen que ocultar la verdad —digo con cierta molestia.

—Lo sé, cariño, es solo que a veces es difícil verte como una jovencita madura… a nuestros ojos sigues siendo una pequeña. Supongo que siempre sucede así con los hijos, no importa cuánto crezcan, uno sigue considerándolos sus bebés y tú eres la nuestra... —dice al tiempo que su voz se quiebra—. Lamento que estés pasando por esto, sé que añorabas vivir una historia de amor digna de cuento de hadas y te tocó... esto.

Nadie lamenta la situación más que yo, eso es seguro. Agacho la mirada y parpadeo para deshacerme de las lágrimas que quieren agolparse en mis ojos. Me prohíbo a mí misma desmoronarme. Debo ser fuerte.

—Yo también lo lamento, pero… algo bueno saldrá de esta unión. Ya lo verás —declaro, fingiendo un optimismo que no siento.

Voy a casarme con el hijo del canalla que sedujo, embarazó y abandonó a mi tía, ¿qué puedo esperar más que sea un ser humano reprobable de la peor calaña? Por el resto de mi vida estaré atada a un hombre ruin, tengo deseos de saltar por el balcón para huir de mi destino, pero por supuesto que no voy a expresar estos sentimientos ante nadie. Ya bastante dura es la situación para mi familia como para que todavía lo haga peor confesando lo que siento. Por su bien, debo guardarme mis pensamientos más oscuros.




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