En los brazos del enemigo

Capítulo 5

Dominic me guía hasta su recámara, abre la puerta y me hace una seña caballerosa para dejarme pasar. Entro con el corazón casi saliéndose de mi pecho. Me estoy muriendo de angustia, no sé lo que me aguarda en los próximos minutos, pero si ese primer beso fue un indicador de algo, imagino que lo que viene no va a gustarme ni un poco. Si su forma de besar es fría e impersonal, no imagino cómo hará el amor. Tanto que soñé con el momento en que sabría lo que es estar quemándome de pasión, con la sangre hirviendo de deseo, y terminé casada con el señor de la nieve.

Contemplo por un momento la habitación, su interior no me revela nada nuevo sobre mi esposo, parece más un cuarto de visitas que solo se ocupa de vez en cuando y por lo tanto carece de objetos personales. ¿Dónde están todas sus cosas? Aquí no hay libros, ni pinturas o algo que me deje saber quién es Dominic Godard. Y entonces caigo en cuenta de que puede ser al contrario y el lugar me esté diciendo todo: es probable que la habitación sea tan impersonal y carente de sustancia como lo es él.

“Que sea frío y aburrido, pero no violento”, pienso para mis adentros. Y como no sé si lo es, me quedo de pie junto a la puerta, por si acaso llega el momento en que la situación se ponga difícil y necesite salir disparada de aquí.

Dominic camina hasta una cajonera alta, se quita su saco color café y lo coloca encima con actitud despreocupada.

—Así que… ahora estamos casados —comenta en tono jovial.

En el momento en el que se gira para mirarme, noto que su expresión ha cambiado por completo, ya no es el hombre serio lleno de amargura que conocí en la planta baja. Ahora parece un chico común que busca charlar sobre el clima mientras contempla el paisaje. Incluso me atrevería a decir que se ve amigable. Alguien derritió el muro de hielo que lo rodeaba sin que yo me diera cuenta.

A pesar de su cambio aparente de humor, mis nervios no disminuyen. Mi cuerpo me ordena que me mantenga alerta, solo porque un tigre parezca relajado no significa que no es capaz de atacar. Yo aquí soy la presa y no me puedo dar el lujo de bajar la guardia, no importa que el depredador mantenga una pose amistosa.

Soy incapaz de decir algo de vuelta; por instinto, mis ojos van hacia la cama matrimonial que se encuentra a unos pasos de donde estoy.

—Oh, no te preocupes por eso, Ava. Ni tú ni yo dormiremos en esa cama esta noche. Estoy completamente seguro de que mi madre lavó las sábanas con ortiga. Será mejor que guardemos nuestra distancia de ahí, si no quieres que te salga un feo sarpullido en todo el cuerpo —me advierte sin cambiar el tono despreocupado.

Su comentario me desconcierta. Me quedo unos instantes esperando a que rompa a reír y me confiese que está bromeando, pero no lo hace.

—Pero… no comprendo… ¿por qué…?

—¿Por qué mi madre contaminaría mis sábanas con una planta que nos provocaría una terrible urticaria? Asumo que para impedir que logremos tener una noche de bodas como es debida —me confiesa con una sonrisa altiva—. Verás, mi desagradable madre llegó a la conclusión de que si te hacemos la vida imposible y logramos que salgas huyendo de esta casa antes de que algo suceda entre nosotros, podremos convencer al rey Esteldor de que anule el matrimonio alegando que nosotros cumplimos con nuestra parte, pero fueron ustedes los Blake quienes se echaron para atrás y decidieron romper la relación. De ese modo, ustedes perderán hasta el último centavo y nosotros conservaremos nuestra fortuna.

Lo escucho boquiabierta, sin poder dar crédito a que alguien sea capaz de tanta bajeza, pero claro, nada debería sorprenderme de los Godard, excepto que Dominic me esté confesando el plan de su madre.

—¿Por qué me estás diciendo esto? Prevenirme solo hará más difícil que el plan de tu madre tenga éxito —le digo con desconfianza.

Dominic se acerca a mí de dos zancadas y se inclina sobre mi rostro.

—¿Y quién dijo que yo quiero que tenga éxito?

Trago saliva sin saber qué responder y algo turbada por su cercanía. Por instinto, doy una paso hacia atrás para poner algo de distancia entre nosotros. Sus profundos ojos me siguen a cada movimiento.

—Despreocúpate, Ava, tu esposo no muerde —me dice divertido.

—¿Qué es lo que pretendes obtener diciéndome todo esto? —pregunto casi en un susurro.

Dominic endereza su espalda, es tan alto que apenas le llego al hombro.

—No lo sé, todo esto ha sido tan repentino… la verdad no tenía planes de casarme pronto. Sé que mi madre tenía una lista de candidatas que insistía en que viniera a la ciudad a conocer y que pasé años rehusándome… no es que me opusiera a la idea de matrimonio, solo que tenía la seguridad de que si mi madre encontraba aceptable a una chica, eso significaba que debía ser una persona horrible por dentro… a ti te detesta y eso ya es algo a tu favor… —me confiesa con gesto alegre—. Tengo la certeza de que nada haría a mi familia más miserable que verme encontrar la felicidad con una Blake.

—¿Así que quieres ser feliz conmigo solo para fastidiar a tus padres? —pregunto con el ceño fruncido.

—¿Por qué no? —dice él, encogiéndose de hombros—. Digo, no es como que yo lo planee, todo esto se lo debemos agradecer a Esteldor, pero… pues ya estamos aquí, bien nos convendría llevarnos bien y si mis padres enardecen en el proceso, pues… esa ya sería la cereza en el pastel, ¿no lo crees?




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