Me despierto con los primeros rayos del sol. Suelto un leve quejido al sentir la punzada de dolor de mi cuello, creo que dormí en una mala posición… abro los ojos de golpe al recordar en dónde me encuentro y porqué no fui capaz de dormir a mis anchas: pasé la noche en el sillón de Dominic.
Me incorporo de inmediato y miro al suelo en donde mi esposo pasó la noche. Encuentro el enorme cuerpo de Dominic hecho un ovillo con las piernas pegadas al pecho, parece que como si tuviera frío. Me remuerde la consciencia verlo así, si yo pasé la noche incómoda, es fácil imaginar que para él fue diez veces peor. Aunque claro, esto no es mi culpa, sino la de su horrible madre. Me pregunto, ¿qué más tendrán planeado para mí los Godard para hacerme salir huyendo de esta casa?
Debo agradecerle a Dominic el haberme prevenido sobre las oscuras intenciones de sus familiares, sé que lo que dijo anoche sobre mi padre fue completamente inaceptable, pero tampoco puedo culparlo por tener prejuicios hacia mi familia. Hemos sido enemigos desde hace más de una década, lo único que ha escuchado sobre los Blake es lo irascibles e irracionales que somos. Hasta hace poco, yo también creía que mi padre perdía la cabeza con excesiva facilidad, pero eso era porque ignoraba lo que alimentaba su enojo y ese sigue siendo el caso para Dominic. Él no tiene idea del trasfondo verdadero de este conflicto, dudo mucho que Ray haya compartido con su hijo la fechoría que cometió contra una chica inocente.
Tomo la manta con la que dormí y cubro a Dominic con ella; al menos intento cubrir lo más que se puede pues la cobija no es lo suficientemente grande como para tapar todo ese viril cuerpo.
En una esquina se encuentra el baúl que traje de casa con mis pertenencias. Alguno de los sirvientes debió haberlo subido durante la breve ceremonia de casamiento. Lo abro, intentando hacer el menor ruido posible, y saco mi cepillo de plata. Luego me dirijo al tocador y cepillo mi larga cabellera rubia para aplacar los mechones que se alborotaron mientras dormía.
—Buscando verte bonita para tu marido, ¿eh? —pregunta Dominic a mis espaldas.
Me giro sobre mis talones de inmediato y lo encuentro acostado sobre el suelo con las manos tras la nuca en actitud despreocupada.
—No te halagues, yo ya tenía la costumbre de cepillarme el cabello antes de casarme —respondo con una mueca de desaprobación.
Dominic se levanta del suelo, dejando caer la manta con la que lo cubrí, y estira sus largos miembros con pereza antes de ahogar un bostezo entre sus manos. Luego comienza a mover su cuello de un lado al otro, adivino de inmediato que a él también le duele. Dominic toma la manta del piso y me la tiende con una sonrisa de agradecimiento.
—¿Será posible que pidamos sábanas limpias para esta noche? —le pregunto antes de tomar la manta y colocarla sobre el sillón.
—¿Impaciente porque compartamos el lecho, esposa mía? —inquiere con una mueca pícara.
Resoplo al tiempo que siento cómo me sonrojo de pies a cabeza.
—Para nada, de hecho creo que quiero continuar esta situación de que duermas en el suelo. Me parece que es el arreglo idóneo —miento con fingido orgullo.
Dominic niega lentamente con la cabeza mientras me mira con una intensidad abrumadora. Siento que en cualquier momento va a saltar sobre mí y me va a hacer suya sin que pueda hacer nada al respecto. Aunque siendo sincera, no estoy muy segura de que realmente quisiera impedírselo… el calor que siento en mi vientre bajo me dice que más bien lo alentaría a ello. Dominic me provoca una urgencia difícil de describir, jamás había sentido esta necesidad en mi cuerpo, pero lo que sea que es está sensación, tengo la certeza de que solo él puede calmarla. Sus besos son los únicos que van a lograr saciar este apetito, solo sus manos lograran sosegar el ardor en mi piel... Doy un paso hacia atrás, escandalizada por el rumbo de mis propios pensamientos. Dominic da una zancada hacia mí, como si no quisiera permitirme poner distancia entre nosotros.
—¿Sigues enojada por lo que dije anoche? —me pregunta inclinando su rostro hacia mí para quedar a mi altura.
Niego suavemente mientras siento como mi pulso se acelera. La verdad es que ya no estoy molesta, no puedo culparlo por los prejuicios que le inculcaron desde niño, mucho menos si no sabe la verdad. Una sonrisa engreída se dibuja en los labios de mi esposo, en sus ojos brilla un destello de triunfo. Dominic lleva sus manos a mi rostro y acaricia mi mejilla, su ligero toque es suficiente para reanimar las sensaciones que despertó ayer en mí con su beso.
Nuestros rostros se encuentran muy cerca el uno del otro, solo me tomaría ponerme de puntitas y podría volver a probar sus labios. Me debato internamente si soy capaz de dar ese paso tan osado. ¿Será que osado es la palabra correcta? Supongo que una esposa tiene derecho a besar a su marido todas las veces que le venga en gana, pero la vida matrimonial es una absoluta novedad para mí y no me siento con la confianza de hacerlo. Sin embargo, algo en la expresión de Dominic me dice que me él besaría de regreso de buena gana. Lo haré y veré qué pasa...
El momento es indecorosamente interrumpido por el crujir de mi estómago. Entonces siento como me torno color carmesí, pero esta vez de vergüenza. Dominic abre los ojos como platos, dejándome saber que él también me escuchó.
—Vaya, creo que tienes hambre… tal vez saltarnos la cena anoche fue mala idea —comenta aguantándose la risa mientras yo por dentro deseo que me trague la tierra—. Ven, vamos al comedor. El desayuno debe estar ya listo.
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Editado: 31.07.2022