En los brazos del enemigo

Capítulo 7

Entro al comedor detrás de Dominic. La familia Godard ya está sentada a la mesa, el padre lee el periódico del día mientras que madre e hija se secretean entre ellas. En cuanto entramos, la atención de los tres se va hacia nosotros.

—Buenos días, ¿qué tal durmieron los recién casados? ¿Todo bien con la cama? —pregunta Ágata con una sonrisa maliciosa.

—Todo excelente, dormimos como bebés —miente Dominic dedicándole una amplia sonrisa que busca irritarla.

Ágata hace una mueca de frustración que al instante se esfuerza por ocultar tras una máscara de amabilidad.

—Ven aquí, Ava, ya te dispusimos un lugar en la mesa —dice mi suegra señalando el lugar junto a Celeste.

Tomo asiento junto a mi nueva cuñada y Dominic lo hace en paralelo a nosotras a lado de su madre, de modo que quedamos frente a frente con Ray a la cabeza.

—El café se enfría —nos recuerda Celeste con el mismo gesto hipócrita de su madre.

Miro la taza que está frente a mí y la tomo, después de la mala noche que pasé, una taza de café me sentaría genial. Dominic aclara su garganta y, por instinto, alzo mi ojos hacia él. Con mucha discreción, mi esposo me hace una seña negativa. Arrugo la frente sin entender qué quiere decirme. En ese momento, un ave se estrella contra el ventanal del comedor haciendo que todos en la mesa nos sobresaltemos. Los Godard giran su atención hacia el ventanal y Dominic aprovecha la distracción para alzarse de su asiento y cambiar mi taza por la de su hermana con un rápido movimiento que nadie más que yo nota. Me quedo petrificada ante lo que acaba de hacer. Dominic vuelve a tomar su actitud anterior y finge mirar hacia el ventanal como el resto de su familia. Poco a poco, todos vuelven su atención a la mesa.

—Al menos no quebró el cristal. ¡Lo que costaría remplazarlo! —comenta Ray antes de retomar su lectura.

Celeste toma la taza que era mía y le da un buen sorbo al café. Dominic la mira con atención mientras una sonrisa pícara se dibuja en sus labios.

—¿Qué me ves? ¿Se te perdió algo? —le pregunta Celeste, irritada.

De forma repentina, el gesto de mi cuñada se transforma en una mueca desesperada. Comienza a golpearse el pecho antes de levantarse de su asiento de un brinco. Me levanto al mismo tiempo, sin entender qué le sucede, pero con toda la intención de ayudarla pues sospecho que se está ahogando.

—¡Hija! ¿Qué te pasa? —pregunta Ágata consternada antes de rodear la mesa para ayudar a Celeste.

Ni Dominic ni su padre se levantan de su lugar. El padre sigue con su periódico mientras que mi esposo solo mira la escena con gesto divertido.

Celeste comienza jalarse el cabello mientras camina desesperada por la habitación.

—Otra vez con esas tonterías… —musita Ray entre dientes.

Dominic me hace un gesto con la mano al tiempo que se pone en pie.

—Me parece que desayunaremos fuera —anuncia con una inclinación de cabeza—. Vamos, Ava, conozco un lugar que va a gustarte.

—Pero…

Miro a mi esposo y luego a su hermana sin saber qué hacer. Ágata está tan histérica como su hija, pero nadie más parece preocupado por la situación, ni siquiera los duendes del servicio muestran intenciones de ayudar.

Dominic llega a mi lado y me toma de la mano para llevarme fuera del comedor hacia la salida principal.

—¿No deberíamos ayudar a tu hermana en lo que sea que le esté sucediendo? —pregunto consternada.

—¿Ayudar? Créeme que ellas no tenían ninguna intención de ayudarte cuando las sales de Mar surtieran efecto —me dice mientras me hace una seña para que lo siga a las caballerizas.

Abro mis ojos con asombro, ¿Sales de Mar? Sí que esas mujeres son perversas. Jamás en mi vida había visto los efectos de esas sales en persona, solo había escuchado que causan un efecto de ahogo momentáneo que resulta muy exasperante para quien lo está experimentando, el efecto solo dura unos minutos y pasa sin dejar secuelas, pero eso no quita que sea desagradable. Nunca imagine que en verdad existiera gente que fuera capaz de ponerle a alguien eso en su comida por el mero gusto de fastidiar.

—¿Pusieron eso en mi café a propósito? —pregunto, anonadada—. Es inaudito…

—No te creas, mi madre y mi hermana no tienen límites. ¿Sabías que tuvieron el descaro de poner sales de Mar en el té de la reina Annabelle? Ese es el motivo por el que tienen prohibida la entrada en la corte. Sino tienen respeto por la reina, ¿qué esperas que lo tengan por ti? —comenta él mientras abre una de las cuadras para dejar salir un caballo.

Me quedo boquiabierta, ya había escuchado algo de eso, pero asumí que era solo un rumor pues no pensé que alguien tuviera la osadía de hacer una cosa así en contra de la reina.

—Me dejas sin palabras… —musito sin salir de mi asombro. Siento una punzada de temor en el pecho, Ágata y su hija parecen ser dos adversarias dignas de temer, tal vez Dominic tenga razón y sea mejor irnos de aquí cuanto antes, pero el solo pensarlo me llena de desolación, nunca he vivido lejos de mis padres y no quiero hacerlo.

—¿Te ayudo a subir? —pregunta Dominic, sacándome de mis cavilaciones.




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