Por más que me gustaría, no podemos quedarnos fuera todo el día y al caer la tarde volvemos a la mansión Godard. Estoy segura de que mis suegros y mi cuñada ya me esperan con algún nuevo ardid para hacerme huir de esta casa, aunque confío que con la ayuda de Dominic pueda seguir evadiendo sus tretas.
Por si las dudas, me quedo en la habitación de Dominic hasta que llega la hora de la cena. Entonces, con mucho pesar, me dirijo al comedor del brazo de mi esposo. Por suerte, ahora sí logro sentarme a lado de Dominic, lo que de inmediato me hace sentir un poco más segura.
La cena comienza con relativa calma, quitando el hecho de que mi suegra y mi cuñada no dejan de lanzarme miradas de desaprobación, todo parece ir con cierta normalidad. Ray charla con su hijo sobre alguna cuestión que se suscitó en uno de sus vastos terrenos mientras que madre e hija se secretean entre ellas. Sé perfectamente que están hablando mal de mí, pero al menos esta vez no pusieron nada en mi comida así que bien puedo hacerme la loca y fingir que no me doy cuenta.
—Los Leroy insisten en que nuestras ovejas se están cruzando a sus tierras, ya les dije que eso es imposible. Intenta hablar con Alix al respecto, ustedes son de la misma edad, puede que se entiendan… —le pide el padre a su hijo—. Dile que no estoy dispuesto a pagar por un daño que sé que no provocamos nosotros.
—Ten cuidado cuando vayas, Dom, ya ves que algunas personas se ponen muy emocionales cuando se tratan temas de dinero —comenta Celeste, claramente aludiendo a mi padre.
Los Godard rompen en burlonas carcajadas. Dominic no lo hace, pero sí esboza una sonrisa de mofa, dejándome saber que encuentra el comentario divertido. Mi estómago se revuelve de coraje, la risa de Ray es como una afrenta al honor de mi familia. Tal vez los demás no, pero él sabe perfectamente que mi padre no lo odia por una cuestión de dinero. Es una sanguijuela sin honor y verlo reír a costas de mi familia es más de lo que puedo soportar.
Me levanto de mi asiento de un brinco y salgo hecha una furia del comedor. Tengo ganas de golpear algo o lanzar los costosos adornos que encuentro a mi paso contra las paredes, pero sé que eso solo afirmaría la ridícula teoría de los Godard de que los Blake no tenemos ningún control sobre nuestras emociones y no pienso darles más material para que se rían de nosotros.
Entro a la habitación de Dominic y azoto la puerta tras de mí. Camino de un lado al otro sin lograr que se me baje el enojo. Mi esposo entra unos minutos después.
—Oye, Ava, no te pongas así… fue solo una broma de mal gusto —dice en tono conciliador.
—¡Claro que me pongo así! No admito que se burlen de mi familia —le reclamo encolerizada.
—Oye, yo me burlo de mi familia todo el tiempo. Es normal. Todos tienen sus defectos y lo más sano es tomarlo con una pizca de humor —dice él, sin darle importancia.
—No, esto es distinto. En tu caso es real, pero mi padre es un buen hombre.
Dominic pone los ojos en blanco.
—Así que así van a ser las cosas, ¿eh? ¿Crees que está bien criticar de mi lado, pero el tuyo es intocable? No me parece una actitud muy justa, Ava.
—No me importa que creas que es justo o no, es la verdad y no pienso tolerar esa clase de comentarios mal intencionados —digo con voz firme—. Nosotros somos gente buena. Jamás le hemos hecho daño a nadie.
Dominic resopla con hartazgo.
—¿Entonces consideras que darle un puñetazo a un hombre en la cara no es hacerle daño? Vaya que tenemos conceptos del bien y del mal bastante distintos —comenta negando con la cabeza.
—¡Tu padre lo provocó!
—Ah, entonces los Blake son unos pobres inocentes que no rompen un plato a menos de que nosotros los perversos Godard lleguemos a perturbar su calma. Ya veo —dice en tono de fastidio, luego toma la manta que está sobre el sillón y se tira sobre él con desgarbo.
—¿Qué haces? —pregunto.
—¿Qué no es obvio? Preparándome para dormir —dice al tiempo que se gira para darme la espalda.
Siento una punzada de decepción por acabar la velada enfadados. Habíamos logrado convivir bien todo el día, pero ahora eso se ha ido a la basura. Por más que estoy molesta, preferiría llevar una buena relación con mi marido. Supongo que gritar encolerizada fue un desatino.
Desanimada, me giro para mirar la cama y camino lentamente hacia ella. Luego paso mis dedos sobre el suave edredón.
—No te preocupes, Myr me aseguró que cambió las sabanas. Puedes dormir ahí sin problema —dice sin verme, adivinando mis pensamientos.
Aprovechando que Dominic está de espaldas, abro el baúl que traje conmigo de casa de mis padres, saco mi camisón y me cambio de ropa rápidamente. Luego entro a la cama y me cubro con las cobijas. Aguardo unos segundos para ver si siento algún tipo de picor en la piel, pero tal como dijo Dominic, no tengo de qué preocuparme.
El sillón está vacío, no sé a qué hora se fue Dominic de aquí, pero yo he de haber estado profundamente dormida pues no lo escuché. No me culpo, después de la tan incómoda primera noche que tuve aquí, caí como tabla. Me levanto de la cama y me alisto sin saber bien por qué lo hago pues no tengo ningún plan para este día e ignoro si mi esposo los tenga. Una vez que estoy lista, me siento sobre el sillón y miro hacia la ventana. Contemplo en silencio los amplios terrenos detrás de la casa, los que ahora pertenecen al señor Ray, pero que algún día serán de mi esposo y, en un futuro lejano, de nuestros hijos. Suspiro ante la idea de que mis hijos formarán parte de ese linaje, las tierras de los Godard son extensas, casi tan grandes como lo es su maldad.
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Editado: 05.01.2025