En los brazos del enemigo

Capítulo 9

Pasan seis largos días, Dominic y yo casi no nos dirigimos la palabra después de nuestra última gran discusión, tan solo nos decimos lo básico para poder convivir, lo cual me hace sentir como si estuviera sola en el mundo. Cada que tengo oportunidad, huyo a refugiarme en casa de mis padres y solo regreso con mi marido al caer la noche cuando es inevitable. Mi familia política no cesa en sus intentos de hacerme salir huyendo y mi suegra no ha dejado de revisar nuestras sábanas cada mañana, pero al menos Dominic sigue apoyándome para protegerme de sus maldades, lo cual me ha ahorrado muchos momentos amargos.

Esta noche asistiremos a un baile en casa de Violeta Muller, una dama muy distinguida y una de las mejor amigas de la reina Annabelle. La fiesta es en honor al primer cumpleaños de la hija de los Muller, Vanessa, lo cual me parece un poco excesivo pues una bebé de esa edad no va a tener ningún recuerdo de un cumpleaños tan suntuoso, pero los Muller así son y yo solo agradezco la oportunidad de poder estar lejos de mi nueva casa.

Debido a la vieja enemistad de la reina con las mujeres Godard, mi suegra y mi cuñada no son requeridas en el cumpleaños, solo Dominic, su padre y yo recibimos invitación. Sospecho que es porque el rey Esteldor quiere comprobar con sus propios ojos que nos estamos llevando bien en este matrimonio y que la querella entre nuestras familias ha quedado atrás.

 

Para llegar fresca y renovada a la fiesta, Prym, una de las duendes del servicio, prepara un baño caliente para mí. Entro a la tina, recargo la cabeza en el respaldo y cierro los ojos. Dominic se encuentra con su padre en las caballerizas viendo a un potro que piensan vender. Él no necesita tanto tiempo como yo para alistarse, así que todavía cuenta con algunas horas para dedicarse a otras actividades antes de que tenga que subir a cambiarse de ropa para la fiesta. Yo aún debo peinarme, perfumarme, arreglar mis uñas, entre otras cosas; al menos ya tengo lo que me voy a poner: un hermoso vestido color púrpura que realza mis ojos y hace que mi cintura se vea diminuta. Mandé a hacer ese vestido tan coqueto cuando pensé que mi época de cortejos estaba a la vuelta de la esquina; desafortunadamente, esta terminó sin que hubiera logrado siquiera comenzar. Ahora ya soy una mujer casada, tal vez en circunstancias muy inusuales, pero lo estoy; a pesar de ese hecho, no pienso dejar que el vestido se empolve sin jamás haber visto la luz de la sociedad de Encenard. Casada o no, el vestido es demasiado bonito como para no usarlo.

Después de lavar todo mi cuerpo, salgo de la tina y me envuelvo en una toalla. Prym no está aquí pues la envíe a prepararme un té para beberlo mientras me alisto. Me asomo hacia la recámara y compruebo que Dominic no ha regresado, aunque es mi esposo, aún no me siento cómoda paseándome en toalla frente a él; apenas tenemos unos días de casados, no hemos desarrollado ese tipo de intimidad, mucho menos ahora que ni siquiera nos estamos dirigiendo casi la palabra.

Mi vestido púrpura ya se encuentra esperándome sobre la cama. Sonrío al pasar junto a él de camino al tocador. Me voy a ver hermosa. Tomo el cepillo y comienzo a desenredar mi cabello mientras me miro al espejo. Tarareo una vieja canción de forma distraída mientras cepillo mis mechones rubios. Por instinto, mis ojos miran hacia la cama detrás de mí por el espejo y suelto un chillido de horror en cuanto noto que el fondo de mi vestido está quemado. Suelto el cepillo y corro hacia la cama. Alguien quemó toda la parte inferior de la falda de modo que la tela quedó chamuscada. Mi vestido está arruinado.

La puerta se abre súbitamente, no necesito voltear para saber que es Dominic pues reconozco sus pasos firmes.

—¿Estás bien? Te escuché gritar desde el pasillo —dice mientras camina hacía donde yo estoy.

Levanto el vestido y se lo muestro sin decir una palabra. Dominic hace una mueca de enojo.

—¿Acaso no se cansan de hacer tonterías? —musita para sus adentros.

Lanzo el vestido hacia el sillón, ni lamentarse es bueno, ya no hay nada que hacer. Me cruzo de brazos y me siento sobre la cama. Dominic se sienta a mi lado y toma mi mano.

—Lamento mucho esto, Ava, ¿tienes algo más que ponerte? —pregunta con lo que parece sincera empatía por lo que su madre y su hermana me hicieron.

—Sí, puedo ponerme otro vestido de fiesta —respondo con una mueca de resignación.

En ese momento noto que Dominic se sonroja al tiempo que una sonrisa traviesa cruza su rostro.

—¿Qué te sucede? —lo cuestiono con el ceño fruncido, molesta ante la idea de que encuentre gracioso lo que sus horribles parientes me hicieron.

—Tal vez quieras ajustar la toalla sobre tu pecho, está… un poco floja —dice con gesto divertido.

Llevo mis manos a mi pecho para cubrirme mientras me pongo roja de pies a cabeza pensando en qué tanto vio Dominic.

—No le encuentro lo divertido —digo con los dientes apretados.

—Eso es porque no estabas de este lado —bromea Dominic—. Oh, vamos, Ava, relájate. ¿Quieres que te ayude a vestirte?

—Claro que no. Por favor, llama a Prym y sal en este momento —le exijo poniéndome de pie y metiéndome al cuarto de baño dispuesta a no salir hasta que él se vaya.

 

Llegamos a la mansión Muller justo a tiempo, decenas de carruajes están llegando junto con nosotros. Miro mi vestido azul cielo y suspiro, es bastante lindo, solo que no es el vestido que deseaba utilizar hoy. Agata y Celeste sí que se pasaron esta vez. Cada día estoy más hastiada de sus tontas tretas, hay veces que incluso pienso en aceptar la oferta de Dominic para irnos a su propiedad a las afueras, pero cada vez que pienso en lo poco que podré ver a mi familia, las palabras mueren en mi boca y encuentro paciencia donde no sabía que la tenía para soportar la situación.




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